Si se tuviera que designar al personaje más nefasto del año 2013, en Nicaragua, sin duda que el escogido sería el inconstitucional presidente Daniel Ortega.
Incluso habría que hacerle un reconocimiento adicional, a Ortega, por la manera tan habilidosa de hacer avanzar su proyecto para desmontar la institucionalidad democrática del país e instaurar una nueva dictadura, sin que muchos ni siquiera lo perciban. O sí lo perciben, pero no les importa, a unos porque no quieren salir de su tranquila pasividad, a otros porque se sienten satisfechos con las migajas que reciben del poder y a otros más porque consideran que lo importante es que se les permita hacer buenos negocios y más dinero.
En realidad, es evidente que son muchos los nicaragüenses que han sido deslumbrados por los iluminados y esotéricos “árboles de la vida” que el Gobierno ha sembrado en la avenida Bolívar y las rotondas de Managua; por obras fachadistas como el nuevo malecón, el puerto turístico del lago Xolotlán y algunos parques infantiles; por el modesto crecimiento económico de de cuatro y pico por ciento, que lucra a algunos pero no es suficiente para reducir la pobreza nacional, pues para eso se necesita crecer al menos a un ritmo de siete por ciento anual; por los subsidios sociales financiados con la ayuda petrolera venezolana, que en la realidad es más un lucrativo negocio para la familia gobernante que algo beneficioso para el pueblo; por las pomposas purísimas y nacimientos navideños gubernamentales y la repartición de víveres y juguetes cuyo costo no sale de los bolsillos de los gobernantes, sino del presupuesto del Estado, etc.
Quienes se han dejado seducir por el fachadismo gubernamental, no se dan cuenta de que a cambio de las dádivas oficialistas, supuestas o reales, Daniel Ortega está destruyendo valores intangibles (o sea que no se pueden tocar ni mirar) que son mucho más valiosos y dignos para el presente y el futuro de cada nicaragüense: la dignidad personal, la institucionalidad democrática, el derecho a organizarse, pensar y expresarse libremente, y ante todo el derecho de cambiar gobiernos o elegirlos mediante comicios libres, transparentes y justos.
De manera que no ha sido tanto por sus esfuerzos y méritos propios, sino por la pasividad social y la incapacidad de la mayoría de los nicaragüenses para movilizarse en la defensa de la democracia y la preservación de la libertad, que Ortega ha tenido éxito y se pueda asegurar que el 2013 ha sido su año, en el sentido de que ha logrado extender su poder dictatorial y que ha avanzado con más rapidez hacia la consolidación de su dictadura, que pretende hacerla vitalicia y dinástica.
Un eminente filósofo, político y escritor irlandés del siglo 18, Edmund Burke, dejó escritas unas sabias palabras que sorprendentemente parecieran haber sido escritas para la Nicaragua de hoy: “El pueblo no renuncia nunca a sus libertades, sino bajo el engaño de una ilusión”, sentenció Burke y agregó que “para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada”.
Estos pensamientos luminosos del gran filósofo irlandés deberían ser motivo de reflexión al concluir el 2013, el año de Ortega, y al comenzar el 2014, el cual solo podría ser mejor si así lo quisieran los nicaragüenses que dicen desear la restauración de la democracia.
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