El miércoles 25 de abril de 1990, Violeta Barrios de Chamorro se levantó al amanecer y comenzó a reflexionar sobre la importancia del momento que estaba viviendo. Ese día, Barrios de Chamorro iba a tomar posesión como presidenta de Nicaragua y se convertiría en la primera mujer en hacerlo y también en el primer “presidente civil legítimamente electo que iba a recibir el traspaso de poder de un grupo militar que lo había alcanzado mediante una revuelta armada”.
La casa de doña Violeta estaba en silencio y reflexionó en que “aquel día estábamos aceptando devolver al pueblo el poder de elegir a sus líderes”. Anita, la mujer que le hacía los quehaceres, le llevó el desayuno a base de té y pan. Luego leyó los periódicos y, salvo LA PRENSA, Barricada y El Nuevo Diario “pronosticaban que mi presidencia no duraría mucho”, escribió doña Violeta en su libro autobiográfico Sueños del corazón . En esos diarios leyó que el Frente Sandinista (FSLN) iba a “gobernar desde abajo”, lo que para doña Violeta significaba, en el código sandinista: “Vamos a sabotear su gobierno”.
LA VISITA DE ORTEGA
Daniel Ortega había llegado a la casa de doña Violeta, antes de ese 25 de abril de 1990, para felicitar a la presidenta electa. “Lo recibí lo mejor que pude, esperando que nuestro encuentro transmitiría el mensaje de que había llegado la hora de que vencedores y vencidos se dieran unos a otros un abrazo patriótico”, escribió doña Violeta.
El encuentro fue interpretado por algunos “nicaragüenses menos conciliatorios” como una reunión de cúpulas en la que Daniel Ortega y doña Violeta se estarían repartiendo “cuotas de poder”. Uno de los que habría planteado esa especulación fue el propio vicepresidente de Barrios de Chamorro, el veterano político Virgilio Godoy.
“Tenían esa mentalidad de que el ganador se lo lleva todo, lo que en mi opinión minaba nuestros objetivos democráticos. En mi opinión, en ambos movimientos (Frente Sandinista, FSLN, y Unión Nacional Opositora, UNO) había personas cuyo valor debía ser reconocido. Me negué a apoyar la idea de que todos los partidarios de la izquierda eran unos villanos y los de la derecha héroes”, escribió la ahora expresidenta.
Doña Violeta dice que su instinto maternal siempre la instó a la tarea de devolver armonía y equilibrio a la familia nicaragüense y, tal vez por esa razón, cuando Daniel Ortega entró a la casa de ella, acompañado por Carlos Fernando Chmorro Barrios que en ese tiempo apoyaba a Ortega, “no me resistí a mi impulso natural de abrazarlo (a Ortega), al igual que a mi propio hijo”, relató.
Ortega se detuvo a admirar las flores del jardín. “Se trata de algo práctico. Me sirven para ahorrarme tener que comprar las flores que llevo a la tumba de Pedro (Joaquín Chamorro, su esposo) todas las semanas”, le dijo doña Violeta. “Una vez dentro (de la casa), Ortega se echó a llorar. Lo abracé y le dije: ‘Mi muchacho, no pasa nada’”.
Ese día doña Violeta vio en Ortega a un hombre golpeado por la derrota electoral. “Me di cuenta que debido a su equivocada conducta no era si no una sombra de sí mismo. Había desaparecido el porte orgulloso del líder que nos había insultado tanto durante su gobierno y hasta hacía poco había sido aclamado como un auténtico emperador romano”, recuerda la expresidenta en su libro.
Mientras hablaba con Ortega, doña Violeta recibió una llamada de Ronald Reagan, el expresidente estadounidense que había apoyado a la Contrarrevolución, por lo que interrumpió su plática con Ortega. “¡Qué paradoja! Aquí estaba hablando con Ronald Reagan mientras que Daniel Ortega me estaba esperando en la oficina”, pensó doña Violeta. Ella considera que tanto Ortega como Reagan “habían añadido un capítulo sangriento más a nuestra historia”, pero asegura que el “más responsable de todos” es Fidel Castro, el entonces presidente cubano que “hizo a los sandinistas y una vez que estuvieron en el poder los utilizó como trampolín para lanzarse sobre el continente americano”.
EN EL ESTADIO
A las 9:00 de la mañana de ese 25 de abril de 1990 llegaron a la casa de doña Violeta su hija Cristiana y su sobrina Clarisa Barrios, quienes se sorprendieron de que no se había empezado a vestir para ir a la toma de posesión. La presidenta electa quiso ponerse un vestido blanco y como único adorno una cruz antigua que le había regalado su abuela. También resolvió que no viajaría en auto blindado, sino en su carro de campaña, la camioneta apodada el “Violemóvil”.
Había mucha tensión en el país. Muchos sandinistas aún no aceptaban la derrota electoral. Otros andaban “aturdidos”. “El partido sandinista, después de su derrota, se agitaba y pataleaba a causa del dolor de sus lesiones y pretendía la destrucción de todo lo que encontraba a su paso”, escribió doña Violeta.
Ya en el estadio, doña Violeta se dirigió a todos como “amigos, compatriotas y aliados” y les habló de los planes de su gobierno, pero en lo que más se explayó fue en la decisión de dejar al frente del Ejército a Humberto Ortega Saavedra. Por ello tuvo problemas hasta con su gabinete original. A pesar del anuncio, doña Violeta dice que “cuando levanté mis ojos y miré en torno a mí sentí que había muchos dispuestos a ser mis colaboradores”. Pero también supo que había otros que se opondrían a su gobierno.
Seis años después de aquel día, cuando le tocó entregar el poder al nuevo gobierno, se dio cuenta de que las cosas eran distintas a las de ese miércoles 25 de abril de 1990. “Pusimos fin a la escasez, las colas, la pérdida de valor de la moneda, la militarización y el poder opresivo y omnipresente de los sandinistas. Todo eso bajo mi gobierno pasó a la historia”, reflexionó la que fue la primera mujer presidente de Nicaragua.
LA AMBIGÜEDAD DE ORTEGA
Poco después de que Daniel Ortega llegó a felicitar a Violeta Barrios de Chamorro como la nueva presidenta de Nicaragua, momento en el que se mostró humilde, la mandataria electa se dio cuenta de que Ortega, “dejándose llevar por un cambio de estado de ánimo, abandonó su postura de hombre civilizado” y en los últimos días de su presidencia “en lugar de elevarse a un lugar superior se hundió cada vez más y más cometiendo errores”.
A doña Violeta no paraban de llegarle informes sobre los sandinistas animando a sus seguidores para saquear hasta el último rincón del Gobierno. “De la noche a la mañana, buena parte de Nicaragua fue privatizada en favor de un grupo de sandinistas privilegiados”, escribió la expresidenta en su libro autobiográfico Sueños del corazón . A los desmanes con los recursos del Estado que hicieron los sandinistas, LA PRENSA, dirigida por Cristiana Chamorro en ese momento, los calificó como “La Piñata”. En esos días, dice doña Violeta, “aprendí mucho sobre la doblez y ambigüedad de Daniel Ortega”.