Las horas están contadas y las cartas están tiradas. “Solo nos queda esperar y confiar en Dios”, dice Franklin Tercero, hijo de Bernardo Aban Tercero, un nica condenado a pena de muerte en el año 2000 y a punto de ser ejecutado mediante inyección letal el próximo 26 de agosto.
Tercero, quien asesinó a tiros a un cliente de una lavandería mientras intentaba asaltar el sitio, tiene 15 años viviendo en el “corredor de la muerte” de la Unidad Allan B. Polunsky, del Departamento de Justicia Criminal de Texas en West Livingston.
Los abogados que llevan el caso han hecho de todo para salvarlo. Intentaron eliminar la pena alegando que el reo era menor de edad cuando cometió el delito y recientemente pidieron una suspensión de la ejecución por trastornos mentales.
El presidente inconstitucional de Nicaragua, Daniel Ortega, también envió una misiva al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que a juicio de Gabriel Álvarez, abogado constitucionalista, es más un elemento propagandista que útil.
“No me han dado mis espaguetis. Quiero que la prensa lo sepa”, últimas palabras de Thomas J. Grasso, 1995, ejecutado por inyección en Oklahoma.
“Yo hasta donde tengo entendido él está en la jurisdicción estatal y no federal. Por eso no entiendo por qué el presidente Ortega le mandó una carta al presidente Obama, que de ser así, no tiene ninguna competencia. No sé si es que él (Ortega) cree que como aquí no se respetan las leyes y él es la autoridad suprema, entonces el presidente Obama también puede hacer lo mismo en un país más institucionalizado”, condena Álvarez, quien también asegura que es difícil comprender la situación legal a totalidad sin tener acceso a un expediente completo: “Se dice que se han suspendido varias ejecuciones en los últimos tiempos, por lo tanto uno podría suponer que alguna esperanza tiene”.
Sin embargo, las alternativas son pocas y el tiempo se agota. La última estrategia legal sería una suspensión de la pena para esperar la valoración médica que dirá si Tercero padece o no una enfermedad mental, pero mientras tanto el próximo miércoles está marcado como el día de su muerte en el Condado de Harris, Texas, Estado famoso por ser el más ejecutor de los Estados Unidos y a la vez el que menos se arrepiente de haber condenado a un preso.
Mientras tanto, en Nicaragua, la familia que le queda a Bernardo Aban Tercero reza para que no le hagan cumplir esa condena.
“¿Qué tal esto para un titular del periódico de mañana? French fries (patatas fritas)”, James French, 1966, ejecutado en la silla eléctrica en Oklahoma.
A finales de junio no querían hablar con nadie, pero ahora, su hijo, Franklin, quien no ve a su papá desde que tenía 5 años, pide verlo una vez más y ha hecho público su deseo por todos los medios que ha tenido al alcance, pero aunque está solicitando la visa norteamericana desde que tenía 14 años, aún no ha logrado nada.
Su infancia, según cuenta, estuvo marcada por la condena de su padre; se iba a dormir pensando que al día siguiente le darían la noticia de que ya no vivía más.
La adolescencia fue frustrante y a pesar del tiempo nunca le dejó de querer. Y ahora pasa pendiente de cada detalle que se revela en el caso, pues ni siquiera tiene comunicación directa con los abogados, sino con algunas amistades que le informan lo poco que saben de su padre.
El resto tiene que saberlo por lo que se dice en las redes sociales o en periódicos. “Ha afectado bastante fuerte a la familia en general”, asegura Tercero hijo, quien recibió la última comunicación de su padre hace unos cinco meses y fue una carta.
“Yo sé que el mismo Gobierno de Nicaragua me puede ayudar a hacer esa solicitud. No les pido que me vayan a dar el dinero que vaya a gastar o para el viaje o lo que vaya a comer de día o de noche. Lo único que yo les pido es poder ir a visitarlo, conversar con él y después venirme para atrás. No importa que sea un día o dos. Y que ese día me toque beber agua o comer pan no importa. Lo único que yo quiero es ver a mi papá. Aunque sea una sola hora. Que estaría desproporcionado para recuperar el tiempo que he estado sin él, no me conformaría, pero si me dieran ese chance lo tomaría. Solo quiero ver por última vez a mi papá”, insiste el muchacho chinandegano, de 22 años.
“Recuerden, la pena de muerte es un asesinato”, Robert Drew, 1994, ejecutado por inyección en Texas.
Por su parte, Álvarez asegura que es criticable que el Gobierno o la Cancilleria no haya acompañado desde antes, tanto en el proceso que condenó al nicaragüense como en las peticiones de su hijo para ir a visitar a su papá. “Me parece lamentable que la Embajada de Estados Unidos no haya hecho su mayor esfuerzo para garantizarle a este joven nicaragüense, dentro de sus leyes, por supuesto, que encuentren la manera para haber facilitado a este joven que vaya a visitar a su padre. Critico y deploro que no hayan sido lo suficientemente ágiles para encontrar la salida legal a esto, que para mí sin lugar a dudas existe”, dice.
Con esto concuerda Ramón Rodríguez, abogado y máster en Protección de Derechos Humanos, quien asegura que las alternativas para el nicaragüense soy pocas y muy difíciles.
“Este caso y, probablemente otros, en el que estén involucrados connacionales, confirma lo importante que es brindar una adecuada y oportuna asistencia consular a sus ciudadanos por parte del Estado de Nicaragua, a través de las representaciones diplomáticas y consulares correspondientes. El presidente y sus representaciones en Estados Unidos pudieron haber sido más beligerantes en sus gestiones”, critica Rodríguez, pero reconoce a la vez el trabajo de los abogados y activistas en derechos humanos que se han esforzado para evitar la ejecución de Tercero que incluso harán un plantón mañana (lunes) para seguir con la lucha.
Aun así, Bernardo Tercero no es el único nicaragüense que ha sido condenado a la pena capital o pena de muerte en Estados Unidos. Los hermanos Douglas Martín y Denis Javier Escobar Blanco, alias “Los Lobitos”, también tienen esa condena por matar a un policía en Miami, en 1988. Durante los procesos de apelación que se han sostenido desde entonces ambos hermanos se acusan y por esto no se ha programado fecha de ejecución.
“Por favor, hagan mi tumba muy profunda. Vamos, apúrense”, Tom Ketchum, la última persona en ser colgada en Estados Unidos, por el asalto a un tren.
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