Su semblante es cansado y su tez pálida. La debilidad se nota en cada paso que da. Heyling siempre fue delgada, desde niña, pero las 89 libras y media que pesa a los 27 años no son resultado de su contextura física natural. Cuando tenía 17 años y apenas empezaba a estudiar licenciatura en comunicación en la Universidad Centroamericana fue diagnosticada con insuficiencia renal crónica. Los síntomas llegaron de repente, sin aviso.
“Siempre había querido estudiar relaciones internacionales, pero cuando vi el pénsum de comunicación me gustó y quise dedicarme a eso”, confiesa Heyling. En 2005 sus días de universidad apenas empezaban. Y fue durante unas vacaciones que apareció la enfermedad.
“Recuerdo que estaba de vacaciones, fue para una semana santa. Ella siempre había sido delgadita y de repente se inflamó por la retención de líquido”, cuenta doña Delia, mamá de Heyling. Todos estaban extrañados, pues siempre había sido una niña sana.
Heyling nació el 30 de diciembre de 1987, en Puerto Cabezas, Región Autónoma del Atlántico Norte, Nicaragua. Su mamá, doña Delia Fernández era originaria de Puerto Cabezas; su padre, don Jorge Pichardo, de León. Sus padres se conocieron en Puerto Cabezas, y tuvieron tres hijos: Dino, Jairo y Heyling. Ella fue la segunda en nacer.
Su infancia y adolescencia transcurrieron con relativa calma. “Mi mama no tenía que estar llevándome al hospital a cada rato. Casi nunca me enfermaba”, explica la joven de 27 años. Por lo mismo, cuando los síntomas aparecieron no dudaron en llevarla al médico. “No podía caminar de lo inflamada que estaba. Yo tuve que andar de un lado a otro con ella en una silla de ruedas que me prestó una amiga”, cuenta su mamá.
El diagnóstico fue crudo. “Heyling tiene insuficiencia renal crónica. Y si quiere que su hija viva tiene que sacarla del país”, le dijo el doctor a doña Delia. Ese mismo día, llevando a su hija de un lugar a otro en silla de ruedas, fue a las oficinas de migración y “metió cartas por todas partes” para que le dieran los pasaportes lo antes posible. Viajaría a Cuba.
“En cuanto me dieron los pasaportes me fui como loca a comprar los boletos para llevarme a mi Heyling. Me fui con los boletos fiados, con mil dólares en mano y una tarjeta de crédito prestada. Nada más. Llamé a su papá, que en ese momento estaba fuera del país y le dije que buscara como recoger el dinero para pagar los boletos. Porque yo iba a hacer todo por mi hija”, cuenta con tristeza su mamá. Para ese entonces Heyling ya había abandonado sus estudios.
Una vez en Cuba fue internada y recibió los tratamientos que requería. Sin embargo, vivió uno de los peores momentos de su enfermedad.
Estaba sentada en la camilla, Heyling se quejaba de un dolor de cabeza “insoportable”. Entonces doña Delia fue a llamar a una de las enfermeras para que la atendiera vio como de lejos su hija poco a poco se debilitaba y caía de las camilla. “Yo salí corriendo y le grité que ayudara a mi hija”, cuenta la madre.
Heyling empezó a convulsionar en los brazos de su madre, que gritaba desesperada. “Hubo un momento en el que de repente como que volvió en sí y me dijo ‘ayudame por favor mama’, y luego siguió convulsionando. Se la llevaron y no me supieron decir qué era. Al día siguiente que la vi me la tenían amarrada a la camilla, para que no se hiciera daño con las convulsiones”, relata entre lágrimas y sollozos su madre. “No hablés de eso mama, que me vas a hacer llorar a mí también”, advierte Heyling. Ese fue el único episodio de convulsión que tuvo.
El dinero se les agotó en Cuba y tuvieron que regresar. Heyling había mejorado con el tratamiento y lo retomó cuando volvió a Nicaragua. Continuó sus estudios y en 2009 se graduó de la universidad. Trabajó ocho meses como redactora en una empresa integradora de contenido, pero al año siguiente su salud empeoró y tuvo que empezar un tratamiento diferente: la hemodiálisis.
Durante cuatro horas, tres veces a la semana una máquina limpia la sangre del cuerpo de Heyling. “Es horrible. Me deja cansada, agotada y con dolores por eso en esos días no hago nada”, relata la joven. Tiene más de cuatro años de estar recibiendo este tratamiento. Y aunque el médico ya le informó que es candidata para un trasplante de riñón una nueva complicación surgió.
Su mamá, y sus dos hermanos tienen un tipo de sangre diferente al de ella, que es A+, por tanto las posibilidades de donación se descartaron. Por otro lado, a pesar de tener ya 55 años don Jorge Pichardo, contrario a todas las recomendaciones de los médicos decidió hacerse la prueba de compatibilidad, para donarle el órgano a su hija. “A pesar de lo que me dijeron los médicos yo estaba dispuesto a donar por mi hija, pero resulta que soy hipertenso”, comenta el padre. La única posibilidad era que algún familiar paterno, que es con quienes comparte el tipo de sangre, donaran. “Yo he hecho almuerzos y he hablado con ellos para que me ayuden, pero resulta que ahora todos tienen problemas en los riñones”, cuenta Heyling, decepcionada.
La Ley 847 establece que el donante debe tener un vínculo legal o genético con el receptor, por lo que la joven no puede recibir un órgano de alguien que no sea su pariente. Y eso le complica aún más las cosas.
El 13 de agosto de 2015 la familia Pichardo envió una carta a la ministra de salud solicitando que se haga una excepción con el caso de Heyling o una reforma a la ley para que cualquier persona que quiera donar el riñón que necesita. “Esa es nuestra esperanza. Tenemos fe en que van a hacer una excepción con la ley para que aparezca un donante y mi hija esté bien”, comenta don Jorge Pichardo.
“Hay muchas personas que están en esta misma situación, que necesitan órganos pero que su familia no puede donarles”, se lamenta la joven. Heyling mantiene una dieta estricta, nada de sales, nada de grasas o demasiado líquido.
“Yo no he pensado en la muerte. Yo tengo la esperanza de que van a hacer algo con la ley y que voy a conseguir un donante. Yo me cuido y tengo fe porque sí quiero vivir”, expresa.
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