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Juji Hattori murió el pasado 5 de noviembre a causa de un cáncer de páncreas y 17 días antes de que una sentencia lo absolviera de la muerte de su amigo Harumitsu Muto. LA PRENSA/ CORTESÍA/ FAMILIA HATTORI

Juji Hattori, un “samurái” inocente en Nicaragua

Un japonés cayó preso por el asesinato de su amigo. Cumplió su condena en las cárceles de Nicaragua y ya libre continuó luchando por años para limpiar su honor.

Para 1997, el japonés Juji Hattori era dueño de dos empresas, una de ellas dedicada al comercio de alimentos, con restaurantes y cafeterías en el centro de Tokio, Japón. Sin embargo, en diciembre de ese año Hattori solo recibía 12 cucharadas de arroz y frijoles en cada tiempo de comida en las celdas del Penal de Granada en Nicaragua.

Juji Hattori cayó preso en el 25 de noviembre de 1997, 16 días después de haber llegado a Nicaragua. Poco más de dos semanas después lo condenaron a 18 años de prisión por el asesinato de su amigo Harumitsu Muto.

Hattori sufrió por la falta de comida, tanto en cantidad como en calidad. Era un hombre grande: 1.80 metros de estatura y 253 libras de peso. Había sido jugador de rugby y de futbol americano y le gustaba los helados y la bebidas gaseosas que quedaron solo en el recuerdo.

Las siguientes fotos son cortesía de la familia de Juji Hattori, un japonés que pasó preso 11 años en Nicaragua por un crimen que no cometió. Juji 02 : Jugaba rugby con sus amigos, 6 de octubre de 2012. Managua, Nicaragua. 13/12/2016. Cortesia.
Juji Hattori era un hombre fuerte, de 1.80 metros de estatura y 253 libras de peso. Le gustaba jugar al rugby y el futbol americano. Cuando murió pesaba solamente 154 libras. LA PRENSA/ CORTESÍA/ FAMILIA HATTORI

Para colmo de males, los compañeros de celdas de Hattori lo recibieron con hostilidad. Él era el único extranjero en toda la cárcel. Los reos, la mayoría de ellos jóvenes, lo agredían. Una vez se despertó con una rana en el rostro. Y en otra ocasión sintió que algo líquido le corría en una de las piernas. Era su sangre. Los otros prisioneros le habían realizado cortaduras con una cuchilla de afeitar en un muslo. A pesar de todo lo que sufrió, Hattori nunca se quejó con los guardas del penal. Lo soportó todo en silencio.

En realidad a Hattori, en ese entonces de 49 años de edad, más que las penurias de la cárcel, le preocupaban otras cosas. En Japón había dejado cinco hijos, el mayor con apenas 15 años de edad. Ninguno de sus hijos se dio cuenta de que su padre estaba preso hasta que fueron adultos. Hattori estaba separado de su esposa. No hablaba español y apenas se comunicaba por señas. No tenía ni un solo centavo en sus bolsillos y sus negocios empezaron a quebrar. El único amigo que tuvo en Nicaragua, Harumitsu Muto, estaba muerto. Y Hattori estaba condenado como su asesino.

Desde el 25 de noviembre de 1997, cuando cayó preso y se dio cuenta que lo estaban acusando de la muerte de su amigo, la principal preocupación de Hattori fue demostrar que era inocente. En su país el honor es algo muy importante. Hattori no quería que sus hijos, sus nietos y toda su descendencia vivieran con el estigma de que eran descendientes de un criminal. Una cosa muy terrible para los japoneses. Muchos años después contaría que su único objetivo era vivir lo suficiente para poder limpiar su nombre.

Hattori no salió de la cárcel hasta que cumplió toda la condena, casi 12 años de prisión en total porque se redujo gracias a ciertos beneficios legales. Salió en mayo del 2008 de la cárcel Modelo de Tipitapa, adonde lo habían trasladado en marzo del 2000 desde el penal de Granada. No quería regresar a Japón sin lograr que el poder judicial le diera una sentencia que declarara que era inocente. A pesar de que ya había cumplido la condena, lo que interesaba era demostrar que nunca mató a su amigo y que sus hijos y demás descendencia podían ver a los ojos de los demás sabiendo que Hattori no era un asesino.

Hattori no pudo quedarse más tiempo en el país porque el gobierno lo deportó a Japón en diciembre del 2008. Había estado en Nicaragua 12 años pero no logró conocer bien el país porque la mayoría de ese tiempo lo pasó en prisión.

De regreso en Japón, sin dinero, siguió luchando para que en Nicaragua lo declararan inocente. Sus amigos del bachillerato y de su equipo de rugby, pero principalmente su hija lo apoyaron económicamente para pagar los abogados en Nicaragua. Un primer recurso de revisión fue rechazado por la Corte Suprema de Justicia (CSJ) en junio del 2014. Precisamente en ese año, entre septiembre y octubre, Hattori fue sacudido por una nueva circunstancia en su vida: los médicos le diagnosticaron cáncer de páncreas.

En enero del 2015 Hattori fue operado y en ese mismo mes contrató al último abogado que tuvo como defensor, Hugo Levy, para que presentara otro recurso de revisión ante la CSJ.

El 22 de octubre de este año 2016 Hattori se puso muy mal y tuvo que ser internado de emergencia en un hospital de Tokio. El periodista japonés Manabu Niwata, quien desde el 2001 le daba seguimiento al caso de Hattori, llegó a ver al paciente el día 28 de octubre. “Hola”, le dijo Niwata. Pero Hattori ya no hablaba.

El 22 de noviembre de este año, a las 10:00 de la mañana, la Sala Penal de la CSJ de Nicaragua emitió una sentencia en el caso 217 de 1997, en la que resolvió: “Se absuelve a Juji Hattori de toda responsabilidad penal por lo que hace al delito de asesinato en perjuicio de quien en vida fuera Harumitsu Muto”.

Hattori ahora estaba limpio. Pero no logró enterarse. Hattori había muerto el 5 de noviembre pasado, a la edad de 68 años, 17 días antes de que la corte nicaragüense lo declarara inocente. El cáncer había hecho mucha mella en el cuerpo de Hattori. Pesaba apenas 154 libras, unas 100 libras menos que su peso de costumbre.

La muerte de muto

Harumitsu Muto tenía dos años de vivir en Nicaragua cuando lo encontraron muerto en la madrugada del martes 25 de noviembre de 1997, frente a las costas de Marsella, a unos 25 kilómetros de la ciudad de Rivas.

Al momento de su muerte, Muto tenía 69 años de edad. Su compañera de vida era la nicaragüense María del Socorro Delgadillo Espinoza, con quien en 1996 había creado una sociedad que se llamó Joyas del Pacífico Delgadillo y Compañía Limitada (Jopacdel), según consta en La Gaceta del 2 de septiembre de ese año.

El cadáver estaba dentro de una propiedad del mismo Muto, en la cual se dedicaba al cultivo de pepino de mar, un comestible muy apetecido por los asiáticos y que Muto exportaba a los Estados Unidos.

Según los reportes periodísticos de la época, Muto estaba desnudo. A la par del cuerpo había una piedra y varios garrotes, todos con manchas de sangre. Muto tenía un fuerte golpe en la cabeza. El forense dijo que la muerte había sido producto de un “trauma craneal severo”. Días después y con la autorización vía telefónica de un hijo de Muto, el cadáver fue incinerado. Estaba putrefacto debido a que en la morgue del hospital de Rivas no había energía eléctrica.

La Policía creyó que el japonés había sido víctima de un asalto pero descartaron esa hipótesis porque en la casa de Muto, ubicada a 20 metros de la playa, no hacía falta nada.

Como a las 11:00 de la mañana de ese mismo 25 de noviembre de 1997, Juji Hattori fue detenido en un bus que iba de San Juan del Sur a Rivas.

Amistad y negocios

Juji Hattori llegó a Nicaragua el 9 de abril de 1997. Se hospedó en Rivas, en la casa de su amigo Harumitsu Muto.
Ambos japoneses se habían conocido nueve años antes en Los Ángeles, California. Muto tenía tres años y medio de trabajar para la empresa de comercio de alimentos propiedad de Hattori. La compañera de vida de Muto, María Delgadillo, dijo en el juicio que su marido siempre hablaba de Hattori como buena persona, que eran socios y que Hattori andaba indagando precios para comprar una propiedad en Marsella y que Muto le iba a ayudar con unos abogados para legalizarla. “(Muto) tenía buenas relaciones íntimas de amigo con Hattori y nunca supe que ellos hayan tenido problemas que se hayan originado por los negocios entre ellos”, dijo Delgadillo.

El 24 de abril de 1997, un día antes de que Muto apareciera muerto, al mediodía los dos japoneses salieron de la casa en la playa para subir una montaña. Con ayuda de un traductor, Hattori relató en el juicio del caso, según consta en el expediente, que subieron la montaña y que Muto “se cayó deslizándose”. Que luego “se pusieron a jugar boxeando, que le dio un golpe a Muto y le salió sangre por la nariz. Que él (Hattori) se hirió pero no sabe cómo al bajar de un árbol desde donde tomó algunas fotos”. Las fotos las tenía que tomar para llevarlas a inversionistas en Japón y obtener dinero para la compra de la propiedad y posteriores inversiones en el cultivo de pepino de mar.

Después, tanto Muto como Hattori se acostaron en la playa y se quedaron profundamente dormidos. Por la tarde de ese 24 de abril de 1997, siempre según el testimonio de Hattori que está en el expediente, subieron nuevamente a la montaña a tomar fotos y Hattori se subió a otro árbol y cuando bajó ya no vio a Muto. Lo empezó a llamar a gritos pero no obtuvo respuesta.

Hattori llamó al vigilante de la propiedad y le pidió que comprara seis latas de gaseosas y unos cigarrillos. Luego se metió al mar porque “pensó que Muto se había caído del precipicio”. No lo halló.

En esta parte de la historia los relatos de todos los testigos del caso se vuelven más confusos aún. Lo que quedó claro es que el cadáver de Muto lo hallaron en la madrugada, que le avisaron a Hattori, quien junto a dos vigilantes, el que le trabajaba a Muto y uno de un canadiense que tenía una propiedad contiguo a la de Muto, vieron el cadáver y que a la mañana siguiente estuvieron juntos en un cafetín, donde de repente Hattori tomó un bus que iba para Rivas.

La versión que Hattori le contó al periodista japonés Manabu Niwata fue que él pensaba que la muerte de Muto había sido producto de un accidente y que él quería ir a Rivas para avisar a la familia de Muto de su muerte y también llamar ya sea a la embajada de Japón en Managua o a la sede de su empresa en Japón. Pero lo detuvieron después que abordó el bus. El hecho de que no sabía español no le ayudó a explicarse tanto frente a los dos vigilantes como luego ante las autoridades policiales, quienes le tomaron declaración sin un traductor y tampoco sin abogado defensor presente. En un primer momento, la Policía solo logró entenderle a Hattori que él estaba a medio kilómetro del lugar donde fue hallado el cadáver de Muto, tomando fotografías, aprovechando la fría madrugada y el paisaje del mar. “Eso es lo único que le hemos podido entender a Hattori”, dijo una fuente policial en ese momento.

Fue hasta después que le consiguieron un intérprete y, hasta mucho después, que Hattori logró contar con un abogado defensor.

Hattori fue sentenciado dos semanas después. Y luego, en un segundo juicio con jurado, fue condenado a 18 años de presidio por el delito de asesinato, en una sentencia emitida por el juez de Distrito del Crimen de Rivas, el 20 de marzo del año 2000.

Un  “samurái” en la cárcel

Juji Hattori no solamente no se quejaba de las groserías que le hacían los reos del penal de Granada, sino que poco a poco se fue ganando el respeto de cada uno de ellos, especialmente de los jóvenes, quienes comenzaron a ser “vigilantes” de Hattori y le pedían a sus familias que le llevaran comida al japonés.

Según lo que contó Hattori a Manabu Niwata, los reos jóvenes pensaban que él era algún jefe de la mafia japonesa o algún político importante.

Comenzaron a llamarlo “samurái”, a como se les llamaba a un tipo de guerrero japonés entre los siglos XVII y XIX. Luis Ocampo, uno de los varios abogados que tuvo Hattori, relató: “La pena de Juji no solamente era estar encerrado en una cárcel, era mayor la pena, yo digo que era doble pena la de él, estar al otro lado del mundo lejos de su familia y estar incomunicado, no poder ni siquiera hablar con alguien para distraer las penas, y a pesar de toda esa situación torturante, Juji lo aguantó con estoicismo, de manera que algunos internos me dijeron que Juji era todo un samurái”.

(foto de archivo) Siatema Penitenciario de Tipitapa, La Modelo, con problemas electrico en toda las graderias del sistema, debido a que las lineas estan saturadas, porque muchos reos tienen cocinas electricas, las que son usadas todas al mismo tiempo, lo que provoco la quema de los breakers. Ante la falta de energia en las graderias se dispuso una mayor vigilancia para evitar, cualquier violencia entre los reos. Foto. LAPRENSA / O Miranda
El japonés Juji Hattori pasó casi tres años en el penal de Granada y luego, en marzo del 2000, fue trasladado a la cárcel Modelo de Tipitapa, donde estuvo hasta mayo del 2008. LA PRENSA/ ARCHIVO

Cuando en marzo del año 2000 lo trasladaron a la Modelo de Tipitapa, Juji Hattori se sintió mejor porque lo pusieron en una galería de extranjeros en la que había colombianos, mexicanos, de otros países centroamericanos, hasta un inglés y un chino. Al chino siempre lo trató con mucho respeto a pesar de que, según reclusos que estuvieron con Hattori, el chino era “mafioso”. “Al ser orientales los dos, Juji siempre fue respetuoso con él, se notaba el contraste, la educación, el respeto”, dijo un exrecluso mexicano que no quiso ser identificado pero indicó que le decían el “Ph” (enfermero) de la galería 2 alta.

Al llegar a la Modelo, Hattori pudo tener acceso a las gaseosas heladas y a los helados, carne y otros beneficios como acceso a teléfono celular. En el penal de Granada no comía carne más que cabezas de pollo y a veces indio viejo o arroz aguado. Los reos condenados por narcotráfico, tanto de Colombia como de México, le ayudaban y le conseguían buena alimentación, explica el periodista japonés Manabu. “Juji les decía (en inglés): ustedes manejan la cocaína. Es injusto. Cocaína es muy mala”, explica Manabu. Los reos por narcotráfico no se enojaban con Juji Hattori.

El exreo mexicano cuenta que Hattori tenía muchos problemas de salud. En la mañana le costaba levantarse. Le dolía la columna por una lesión que se hizo jugando rugby, no podía levantar un balde de agua, y también le dolía la cabeza por problemas de presión.

“Juji era un hombre muy respetable, tan bueno, de principios, de moral, de firmeza, a todo mundo le sonreía y le saludaba al estilo japonés, cuando daban la mano él se inclinaba un poco. Era extraordinario, pensaba en su honor, en su familia”, explica el mexicano.

El mexicano todavía recuerda cuando Hattori recobró la libertad y tuvo que salir del penal tras casi 12 años de encierro por un crimen que él aseguraba no cometió. Lo relató así: “Nos despedimos. Él estaba muy contento. Dijo que quería ver a su familia. Fue muy emotivo, fue algo tan especial. En el pasillo, cuando él iba saliendo, empezaron a sonar las panas, (los demás reos) sonaban las panas en las rejas como despedida de Juji. Conmigo fue un gran abrazo y lloró. Verdaderamente uno sabe cuando una persona es inocente”.

Pruebas falsas y errores judiciales

Las pruebas con las que Juji Hattori fue condenado por un jurado de conciencia, en marzo del 2000, eran espurias o falsas, determinó la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), para fallar que Hattori es inocente y no tiene ninguna responsabilidad por la muerte de Harumitsu Muto. Además, el juez del caso cometió graves infracciones durante la realización del proceso, indicó dicho tribunal.

El último abogado que defendió a Hattori, Hugo Levy, indicó a los magistrados de la Corte que los testigos que declararon en el juicio no presentaron sus documentos de identidad, generando que sus testimonios no tuvieran validez. Además, cuando fue detenido, a Hattori no se le advirtió que tenía derecho a no declarar y no se le garantizó un abogado desde el inicio de las investigaciones alrededor de su supuesto involucramiento en la muerte de Muto. Incluso, cuando se realizó la reconstrucción de los hechos, Muto no tuvo un abogado con él.

Hattori declaró en el 2014 a periodistas que a veces firmó documentos en castellano de los cuales desconocía el contenido porque no dominaba ese idioma.

El principal motivo por el cual el jurado declaró culpable a Hattori fue por supuestamente cobrar un seguro de vida de un millón de dólares que Muto había adquirido 10 días antes de su muerte. Pero Hattori, con ayuda de abogados amigos en Japón, después de ser liberado en 2008, logró obtener una copia del pago del seguro y descubrió que había sido cobrado por herederos legales de Muto.

Según el abogado Levy, en el caso de Hattori fallaron, no solo el poder judicial, sino también las instituciones investigadoras y acusadoras, Policía y Fiscalía, y también los defensores.
“De lo que hay en el expediente no hay fundamento para imputarle a nadie (la muerte de Muto). No se sabe qué pasó. Los testigos fueron pésimos. El día del juicio los testigos principales no llegaron y no los hicieron llegar”, dijo Levy.

Vida después de la cárcel

Juji Hattori fue deportado a Japón el 11 de diciembre del 2008, después de haber pasado en las cárceles de Nicaragua por casi 12 años, por un crimen que él siempre aseguró que no cometió. Cuando se fue del país lo hizo con “rabia” porque quería quedarse para lograr una sentencia que lo limpiara del estigma de criminal.

Las siguientes fotos son cortesía de la familia de Juji Hattori, un japonés que pasó preso 11 años en Nicaragua por un crimen que no cometió.La foto juji 01 : en cumpleaños de su nieto para seis años, noviembre de 2013. mANAGUA.13/12/2016.Cortesia.
Esta foto de Juji Hattori fue tomada en noviembre del 2013, en ocasión del cumpleaños número seis de su segundo nieto. LA PRENSA/ CORTESÍA/ FAMILIA HATTORI

Había salido de Japón como un fuerte empresario pero regresó pobre. Eso sí, feliz de reencontrarse con sus cinco hijos procreados con dos parejas. Vivía en un apartamento pequeño y la felicidad le regresó el día en que nació su primera nieta. Y luego nació un nieto varón.

El periodista japonés Manabu Niwata cuenta que Hattori nunca recuperó sus negocios pero siempre se mantuvo optimista. “Quería hacer otra vez negocios de comida. Antes de morirse investigaba sobre hongos, pero no logró hacer nada, solo investigaba”, relató.

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COMENTARIOS

  1. L. Cervantes-Fields
    Hace 8 años

    Impresionante historia, no queda dudas que podría ser una película, si ese que ya no lo es.

  2. Alvaro Mata
    Hace 8 años

    El Estado de Nicaragua tiene como deber, indemnizar a la familia de este Señor, así como de suspender de sus cargos a quienes violaron el procedimiento establecido por la ley. Retirar de sus cargos a los miembros de la policía y Fiscalía por los daños ocasionados al Estado, y acusar sin las averiguaciones concretas y aportar pruebas insuficientes, Y al Juez que llevó la causa retirarlo de sus funciones por apoyarse en meras presunciones para condenar a un inocente.

  3. Joe Benevolent
    Hace 8 años

    Las instituciones envueltas por esa Injusticia garrafal, deberian ser responsables de el encarcelamiento injusto de esta persona. La familia del senor Hattori deberia de ser compensada por los anos injustos de carcel que su familiar cumplio. Al ser declarado inocente por un crimen que no cometio creo tienen derecho a demandar.

  4. Manuel
    Hace 8 años

    SI es realidad que él no lo mato, que el Ser Supremo (DIOS) lo tenga en su reino, descanzando en paz y en espera del regreso de Jesús para que sea juzgado correctamente, por la justicia divina y no la terrenal.

  5. FRANCISCO JIMENEZ
    Hace 8 años

    La familia del japonés deberia de demandar al estado de Nicaragua por una indemnización por los años injustos de condena, por daños moral y perjuicios si el mismo sistema judicial reconoció que era inocente.

  6. joaquin
    Hace 8 años

    Que Dios se encargue de los culpables de esta injusticia

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