El Halloween es una celebración moderna con origen en una antigua festividad céltica conocida como Samhain con la que se clausuraba la temporada de cosechas y se daba inicio al año nuevo celta a finales de octubre. Por su trasfondo pagano, espiritista y de adivinación, los papas Gregorio III (731-741) y Gregorio IV (827-844) intentaron suplantarla con la festividad católica que conocemos como el Día de Todos los Santos, trasladando esta del 13 de mayo al 1 de noviembre. Los inmigrantes irlandeses que escapaban a la gran hambruna la trajeron a Estados Unidos en el siglo XIX, aunque su masificación y celebración secular ocurrió hasta en 1921.
Desde hace muchos años, el debate religioso y sociocultural se ha centrado en la pregunta: ¿deben los cristianos celebrar Halloween? Y en el caso concreto de Nicaragua: ¿deben los nicaragüenses celebrar Halloween?
Si tomamos la vía ortodoxa, la respuesta a ambas preguntas debería ser “no”. Ni los cristianos ni los nicaragüenses deberían celebrar Halloween. Los cristianos, porque su fe lo prohíbe en diferentes instancias, como en Deuteronomio 18 (10-11), donde se declara que “no sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos”. Y los nicaragüenses, porque Halloween es una celebración extranjera cuya penetración a nuestra cultura no ha sido más que por el enorme despliegue comercial de los productos asociados con Halloween (calabazas, disfraces, máscaras, etc.) y por la publicidad originada en el cine estadounidense desde los años setenta con sus conocidas películas de terror.
Sin embargo, es aquí donde debemos exigir coherencia. Como cristianos, si nos abstenemos de participar en la celebración de Halloween por su matiz pagano y espiritista, ¿no deberíamos abstenernos también de participar en fiestas patronales como la de Santo Domingo en Managua y la de San Jerónimo en Masaya? ¿No se han convertido estas procesiones en masivas celebraciones paganas en las que el contenido religioso es casi totalmente asfixiado por rituales ajenos a su origen (hípicas, licor, sensualismo, música estridente, comercio, etc.)? Como nicaragüenses, si nos abstenemos de participar en la celebración de Halloween por su matiz foráneo y comercial, ¿no deberíamos abstenernos también de participar en fiestas como las de los agüizotes, en Masaya, también a finales de octubre y cuyo origen —irónicamente mítico y fantasmal— difiere mucho de la versión moderna en la que el licor, la música y los disfraces se alejan cada año más de sus raíces náhuatl para darle paso a ritmos y modas extranjeras?
Si un cristiano justifica su participación en las fiestas de Santo Domingo y San Jerónimo aduciendo 1) que se trata de una celebración tradicional derivada del evento religioso pero no vinculada a este y 2) que se trata de una práctica sociocultural con simples fines recreativos, lo mismo puede decir el cristiano que acompaña a sus hijos la noche de Halloween al famoso “trick or treat” (truco o trato) en la que seguramente ninguno de los niños o jóvenes participantes relacionará los disfraces y las máscaras con el origen pagano, espiritista y de adivinación de los antiguos celtas.
Igualmente, si un nicaragüense justifica su participación en la fiesta de los agüizotes aduciendo 1) que la música, la moda y la cultura trascienden fronteras y 2) que las tradiciones se enriquecen y transforman con las inevitables influencias foráneas, lo mismo puede decir el nicaragüense cuyos hijos asisten a colegios privados internacionales donde el Halloween es conocido o cuyos vecinos estadounidenses o europeos los invitan a fiestas de disfraces cada 31 de octubre.
La decisión de celebrar Halloween o de participar en fiestas patronales es de cada familia y de cada individuo. Lo único que puedo añadir es que he visto a católicos practicantes, individuos de reconocidos principios y personas de bien acompañar a sus hijos o nietos en Halloween, pocas semanas después de haber participado en Nicaragua de un alegre desfile hípico o disfrutar de los agüizotes sin que esto les haya quitado su paz espiritual.
El autor es docente y reside en Aldie, Virginia.
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