La soberbia del hombre hace unos tantos miles de años llevó a sociedades por Babilonia a considerarse por su egolatría, seres humanos muy especiales y dentro su arrogancia triunfalista de espíritus, sin miramientos de límites, pretendían alzarse y alcanzar a su Dios.
Era una actitud de ególatras; para demostrarse y demostrar su grandeza de ímpetu igualitario, decidieron construir una torre, una torre para acercarse a las tierras de su Dios; decidieron entonces, su rey por los esclavizados hombres, construir la Torre de Babel.
Referencian historiadores que habría alcanzado noventa metros de altura, suficiente alta para la capacidad constructiva del entonces, ostentosa y magnificada obra, era la representación exaltada del símbolo de la ambición del hombre.
Hay referencias en el laberinto de la historia, mencionando que cada ladrillo llevaba en sus caras el color azul, el mismo de nuestra bandera, para semejarse al cielo y mostrarse como su proyección.
Ante tanta impertinencia y con el ánimo de mostrarles la real magnitud de la vida, Dios, que pretendían alcanzar, les hizo hablar en múltiples lenguas, no tanto para que fracasaran en esa utopía, sino para que entendieran el valor de la comunicación y el entendimiento, sin soberbias, para construir obras de cualquier naturaleza.
En esa historia hubo caos; no se aprovechó la instancia de superarse a sí mismo y darse una oportunidad de crecer en sociedad.
La Torre de Babel, en buena medida, su significado, es el símbolo de la lucha de la ambición de unos tantos, ante el valor del entendimiento de muchos otros.
En Nicaragua, la Conferencia Episcopal no es un moderador pasivo ni árbitro de contienda alguna en la búsqueda de la Nicaragua democrática; tiene el gran reto de no solo construir, sino de evitar que el diálogo sea un fracaso.
Uno de los problemas a superar, más que el importante hecho que solo hemos usado el kupia-kumi o violencia para arreglar problemas, como bien dijo el obispo Báez, es que no tenemos cultura política para dialogar, porque nunca hemos sido educados en esa plataforma por impedimentos de los gobiernos de turno.
Para entrar a exponer ideas y plantear exigencias en un diálogo, necesitamos el concurso además de la Conferencia Episcopal, de la OEA (política y humanitariamente) u otro organismo de respeto como la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y, previamente, haber conformado un equipo de trabajo que aglutine las nuevas ideas y frescas surgidas en la sociedad estudiantil y la sociedad en general, a partir del 19 de abril, que debo imaginar, ya está en franco desarrollo a solicitud de la iglesia.
Este equipo representaría las diversas corrientes morales, cívicas, intelectuales y políticas de nuestro país. El empresariado, solo en la medida de su capacidad política. Se necesita una alta capacidad de gestión organizativa. Necesitamos mentes limpias y probas.
A este encuentro por la democracia de Nicaragua, es mi opinión, no se puede invitar a Raymundo y todo el mundo, sino seríamos esa torre de Babel con la imposibilidad de salir adelante, apropiada y prontamente con soluciones. Tampoco es un encuentro para refundar Nicaragua resolviendo todos los problemas; se trata de lograr un único camino llano, limpio y pronto hacia la democracia: Elecciones libres.
No podemos farrearnos esta opción después de la hidalguía del ofrecimiento de vidas inmoladas en abril por una patria mejor.
Por Nicaragua democrática, desconozco cuántos habrán de sentarse alrededor de la mesa, pero al menos deberá haber una silla, solemnemente vacía, pero con voz y voto, representando la sangre de tantos mártires en nuestra historia. Está en nuestras manos el lograrlo.
No me acomoda ver el vaso medio lleno; hay que lograr llenar lo medio vacío que resta.
Hemos orado por muchos, mucho estos días; algunos no han alcanzado a orar por sí mismos, Dios está ahí, con nosotros.
El autor es ingeniero civil.