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La arrogancia del poder

Los Ortega-Murillo está, una vez más, siguiendo los mismos pasos y hasta superando en algunos casos al dictador Somoza y como consecuencia lógica de esa criminal acción solo deben esperar tener los mismos resultados

A los déspotas que han pasado por este mundo solo se les recuerda por los estragos que dejaron a su paso; por los muertos y el dolor que a sus congéneres causaron; y por el trágico fin que todos tuvieron. Desde César, de quien Cayo Casio, uno de los conjurados en contra suya, dijo: “¡Pobre hombre! Quizás no fuera lobo si ovejas no creyese a los romanos”, hasta los Trujillo, los Somoza y los Noriega en América Latina, todos, tuvieron un desenlace amargo en sus vidas, porque no supieron escuchar a tiempo las campanas que anunciaban la hora del retiro.

Todos ellos padecían de esa terrible enfermedad que ahora se conoce como la arrogancia del poder. El filósofo francés Voltaire la calificaba como “la pasión de dominar”, cuyos síntomas principales son: ser ciegos que no ven la realidad y ser sordos que no saben escuchar el clamor de sus pueblos. Napoleón Bonaparte decía que “son fanáticos que no tienen un resquicio por donde les pueda entrar la razón”.

Si el dictador Somoza Debayle, que adolecía de esta mortal enfermedad, hubiera visto y oído certera y desapasionadamente lo que estaba ocurriendo en 1978 y principios de 1979, posiblemente hoy estuviera chineando a sus nietos y biznietos en la bucólica paz de algún dorado exilio. Pero no lo hizo y ya sabemos cual fue el resultado.
No escuchó a la OEA que le recomendaba un plebiscito; no escuchó a la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) que le demandaba respeto a los derechos humanos; y arremetió contra el Cosep calificando a sus dirigentes de conspiradores contra su “constitucional” gobierno que, según él, debería concluir en mayo de 1981. Tampoco fue así.

He traído esto a colación, porque la diarquía de los Ortega-Murillo está, una vez más, siguiendo los mismos pasos y hasta superando en algunos casos al dictador Somoza y como consecuencia lógica de esa criminal acción solo deben esperar tener los mismos resultados. Pero el problema es que no solo van a sufrir las consecuencias de su fatal error, Ortega y su familia, sino todos aquellos que de una u otra forma han contribuido a fortalecer al gobierno corrupto y genocida, que hoy se solaza en asesinar estudiantes; agredir a obispos y sacerdotes católicos y violentan los derechos fundamentales de la gran mayoría de los nicaragüenses.

“No habrá impunidad para ninguno”. Así lo han anunciado países como los EE.UU. y organismos internacionales como la OEA y las Naciones Unidas (ONU). Esperemos que todas esas promesas de justicia, democracia y libertad se cumplan y cuanto más pronto mejor, por cuanto, ya la cuota en sangre, dolor y lágrimas que ha dado el pueblo de Nicaragua por alcanzar esos objetivos supera con creces a su condición humana. Queremos hechos y no solo palabras.

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

Columna del día Daniel Ortega dictaduras Somoza Debayle

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