Al contemplar nuevamente algunas de las casas a las que vuelven los presos políticos, veo una vez más el daño infligido a Nicaragua, a su propia alma minada por la pobreza y elevada por la moral y la ética, construida de sueños.
Verlos salir de la prisión en los buses suma un fotograma más a esa memoria visual de los años setenta que Ortega-Murillo se ha empeñado en forzar a Nicaragua a revivir, desde el otro lado del espejo.
Muchos de los que estaban tras las barricadas agitaban los mismos ideales donde antes se habían construido revoluciones sobre las cenizas de dictaduras. Barricadas, morteros, tirachinas. El pueblo se defendió de una tiranía con la misma debilidad que frente a un deslave o un temblor.
Este tiempo para algunos de emocionadas bienvenidas, del olor de la piel conocida, del hogar, del muro aún sin pintar, del techo de zinc oxidado, del enorme calor contenido entre ventanas estrechas, sigue siendo el tiempo de la pobreza que está en las raíces de este levantamiento. Y es aún mayor el dolor por el daño perpetrado desde el poder a este pueblo valiente.
“¿Qué condición piden ahora?”, preguntará el coro de marionetas del gobierno que se sienta en la mesa del diálogo.
Y llega a tanto la rabia, que si por un segundo nos imaginásemos al otro lado de la mesa, si fuéramos por ejemplo un doctor Tünnermann, si fuéramos su voz suave y firme, dejaríamos suelta la rabia para pedir lo imposible, la condición más importante: que les devuelvan la vida a los 500 muertos. O que les devuelvan la vida al número que reconozca el gobierno. O que le devuelvan la vida a uno solo de los caídos por la represión. Que Álvaro Conrado vuelva a las puertas de aquella clínica donde se las cerraron y que respire sin dolor. Que la familia del barrio Carlos Marx se encuentre de nuevo al abrigo de su casa, una hora antes de que personas que dejaron de serlo obedecieran las órdenes de quemarlos a todos.
Y sí. Sabemos que a nadie se le ocurriría pedir tal cosa. Estamos negociando con quien sigue apuntando con sus armas a la cabeza del pueblo. Pero es su última oportunidad.
Más que un diálogo, esta es la última oportunidad para quienes ya no pueden devolver las vidas que quitaron. Para que al menos, devuelvan la democracia, la libertad y el gobierno al pueblo, que es su legítimo dueño.
El autor es periodista y escritor.
@jsanchomas