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Los reyes en América

Con motivo de asistir a un seminario sobre periodismo científico con sede en Madrid cuyo principal organizador por Nicaragua fue el profesor Eduardo Matus (difunto), tuve la oportunidad de saludar personalmente al entonces príncipe Felipe, en la actualidad rey de España. Enhiesto y comunicativo la delegación con sabor a pinol quedó impresionada de ver —en carne y hueso— a un príncipe jovial. Pude intercambiar opiniones con el heredero sin tocar el espinoso tema histórico de la colonización. Ningún punto sobre la forma en que fueron tratadas las víctimas de los conquistadores para quienes la exhibición de una sonrisa tenía la singularidad de ser novedosa. Fue anecdótico en las páginas del antiguo recuerdo la sorpresa que llevó uno de los conquistadores cuando dijo a un símil de su raza: Miradlos, sonríen.

En medio del diálogo entre los nicaragüenses y la espigada alteza, Matus me encomendó la responsabilidad de hacer uso de la palabra. Sabía por conocimientos elementales que ellos habían llegado primero. Sin embargo, por los imperativos de la evolución, nosotros llegamos después, razón por la cual expresé a su excelencia: Ahora nosotros venimos. Pretendía el discurso mostrar la imagen de que no éramos las almas estancadas en aquel periodo en que fueron atacadas tantas sensibilidades indígenas. Teníamos el derecho de puntualizar sobre las conquistas propias a tono con los beneficios de la civilización y no de aquella que estaba enterrada por la versión negativa de quienes no creyeron que el cacique no estaba preparado para dialogar con el conquistador acompañado por la debilidad de la espada, en vez de sentirse más convincente con el filo persuasivo de la inteligencia.

Recuerdo aquel encuentro con el actual titular del trono revivido por la constancia fotográfica, a propósito del ridículo que hizo el presidente de México, López Obrador, con motivo de una gira del rey para quien tuvo frases críticas que comparto alrededor del tema siempre polémico. Lo malo que hizo fue apelar a una excusa extemporánea 500 años después cuando reclamó al rey y al papa del Vaticano que pidan perdón por las violaciones contra la conquista de América, como un preámbulo de reconciliación.

En esos mismos días coincidió la visita a Cuba del príncipe Carlos. La presencia de Carlos no motivaba nada positivo desde el punto de vista pragmático para la salubridad social y económica de los cubanos más que el de la solemnidad protocolaria. Personalmente considero que en la actualidad la vigencia de jefes de Estado de los reyes es simbólica.

Privilegiados solo porque dependen de una clase social pintada de azul por la emoción carnal del amor. Esos son los principales méritos. Felipe y Carlos en América, “nada nuevo bajo el Sol”.

El autor es periodista.

Opinión Crisis en Nicaragua
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