Benito Juárez produjo una frase latente: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Trasciende en el alma y la carne de la armonía en el tiempo.
El mejicano Justo Sierra, discípulo en el modernismo de Rubén Darío, sostiene que el tiempo no existe, razón por la cual no tendría alas para volar. Pero el ser humano le da responsabilidades de vida. La marcha que le atribuye nos llena de arrugas, de enfermedades. Empero puede ser factor para favorecer. El tiempo victimizado por las dosis del fatalismo no es de ninguna manera culpable porque carece de la iniciativa de causar los síntomas de la decadencia física, y por qué no decirlo de la decadencia en no pocos procesos políticos en las etapas del retroceso. El tiempo es una invención humana. El hombre lo bautizó en fragmentos temporales: días, semanas, meses, años, siglos. Le puso nombres a un vacío inexistente, aun siendo generalmente un mal administrador de sus ciclos.
Pretendo “poner los pies en la tierra”. A propósito de su hipotética membresía, está de moda la estrategia de sacarle la mayor utilidad al tiempo a través de la modalidad de montar diálogos que en el fondo definen la imagen de una distracción improductiva. La mayoría de la población lo aprueba en la perspectiva civilizada de conseguir efectos positivos, porque dialogar en la paz constructiva en la atmósfera de la comprensión es una actitud que pone a la racionalidad en las cumbres, aunque hayan controversias verbales cargadas de exaltación, lo cual es normal en las fluctuaciones del contrapunteo. Pero en la mayoría de los casos cuando es político se convierte en un disfraz que tiene la particularidad de ser pasto de la duración. La pantomima mantiene expectante a la concurrencia ansiosa del desenlace, el despliegue de la ficción.
Hace poco fue suspendido, por no decir feneció, un diálogo con figura de negociación entre la Alianza Cívica, y el gobierno. En esos espectáculos la mejor parte la llevan los gobiernos. Tienen todos los recursos para maniobrar, para tender trampas, para desorientar. Mientras el sector opositor tiende a ser tolerante como en el caso de Nicaragua al acordar el largo plazo de noventa días para liberar a los reos políticos. Finalmente sucedió lo esperado. No hubo diálogo pero sí la extensión de tiempo en circunstancias esporádicas para lograr el propósito por parte del gobierno que ya estaba originalmente previsto. Fue el beneficiario de un encuentro que se caracterizó por ser más escrito que oral en la continuidad cotidiana de los comunicados cargados de retórica. Mientras el caldo se enfriaba en Nicaragua tomaba temperatura el diálogo en Venezuela. Supongo que tuvo el mismo rutinario destino.
El autor es periodista.