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La fortaleza de la pluma

La pluma cuando está en la soledad parece ser un símbolo pasivo de la creación, pero cuando está acompañada por un escritor de la categoría de Mario Vargas Llosa, adquiere una gran fortaleza. En la vecindad del Noventa conocí personalmente al Nobel peruano. Cargaba sobre el hombro juvenil una mochila indispensable para alojar los documentos de la comunicación. Octogenario mantiene el rito de la libertad. En la época en que lo comprobé como analista y cronista vino a Nicaragua desempeñando la función de corresponsal del “New York Times” para cubrir el proceso revolucionario. Inserto en el peregrinaje no podía eludir una entrevista que le hizo al doctor Virgilio Godoy Reyes. El encuentro fue la excepción en la limitación del horario programado.

En la contemporaneidad conocí también en otras circunstancias —y lo entrevisté— a Gabriel García Márquez en ocasión de una conferencia presidida por Fidel Castro para no pagar la deuda externa. Hay novelistas que actúan como dibujantes retóricos del pensamiento crítico. El colombiano era un filigranista de la fantasía. Vargas Llosa un crudo expositor. Se distinguió como un político influyente hasta el extremo de figurar en las cumbres de la competencia presidencial. Vuelve a la dinámica vertical con una novela que confirma el concepto que tiene de la tendencia anarquizante.

El título de la nueva obra recientemente expuesta concuerda con el hábito de su temperamento. Se llama Tiempos Recios. Está escrita con la reciedumbre de una pluma que no perdona ni al origen de la independencia en América. Para él “la independencia estuvo mal hecha”. Aquel foco naciente oscureció el techo de la autonomía cuyo viraje fue el producto de los graves errores cometidos por los próceres. Tiempos Recios toca el tema de la rebelión, de la decadencia de la lógica y la razón como un factor negativo que empalma con la reincidencia. Se refiere a una América Latina donde lo que se advierte es el odio, donde la violencia es la principal ejecutora. Pone en sitio cimero a la destrucción. Lo que ahora existe es la lucha por el poder de los dictadores ideológicos.

Antes lo que había eran dictaduras militares. La obra alude al comunismo. “No son los dictadores los fracasados somos nosotros mismos” condice el planteamiento con la ola de agitación que recorre los caminos de América Latina donde la paz está de duelo. Se está incubando el germen de un extremismo pernicioso con el fin de derribar a los trofeos de la redención. Los tiempos recios son alentados por cualquier excusa que no es capaz de ser dirimida por la mutua comprensión, ni por el perdón de un corazón adolorido. No prospera ni el signo de la esperanza.

El autor es periodista.

Opinión Escritores Mario Vargas Llosa pluma
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