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La lengua

En la constelación de los recuerdos vivificados por la capacidad versátil de la anécdota se esparcen muchos de ellos en la extroversión verbal. Son tan penetrantes que le pone sellos a la personalidad aludida. Dentro de ese estilo, dentro de esa forma de repercutir incluyo al doctor Virgilio Godoy Reyes, un personaje bien valorado en el ámbito plural de la política.

En ocasión de celebrarse una convención liberal en Tegucigalpa, Honduras, fue invitado para estar presente en su calidad de presidente de la Junta Directiva del Partido Liberal Independiente. Lo acompañó el suscrito, quien hacía las veces de vocero de esa organización cuya tradición fue oponerse a todo tipo de dictadura. En la actualidad el PLI no existe. Al identificarse no obstante su posición prominente, el guardia hondureño le preguntó al doctor Godoy si llevaba armas en el momento en que nadie podía evadir ese requisito. La respuesta fue afirmativa. “Si traigo un arma. El gendarme quedó estupefacto ante una reacción tan categórica. ¿Qué armas trae? La más mortífera de todas: la lengua. Abriendo la boca lo más que pudo para confirmar su evidencia. El guardia transformó la severidad de su compostura. Llevó a la práctica una sonrisa maliciosa. Y lo dejó ir.

Reflexionando sobre la viveza colora de la ironía sobre el cumplimento de ese requisito, creo que el doctor Godoy (descanse en paz) estuvo acompañado por la realidad. La lengua es un instrumento destructivo cuando no debe emplearse sobre todo en el campo de la utilidad pertinente. Recuerdo y apelo a esa anécdota a propósito del valor que tienen las palabras, del uso permanente que de ella se hace en cualquiera de las circunstancias de la vida. Está ausente la estrella de los hechos. La comprobación irrebatible de la verdad. Aquí en Nicaragua están sobrando las palabras. La amenaza bucal es un ejercicio constante e irresponsable que depende de la emoción negativa del dicente. Lo peor es que la palabra aún en los sitios donde más cabe la jerarquía del respeto es donde más queda evidencia de la vulgaridad. El mal ejemplo tiene su corona en el poder donde deben modelarse las posiciones edificantes de una pirámide que contagia a la opacidad volviéndose un referente de la común ignorancia.

Debe procurarse la lozanía sustanciosa de la brevedad en sintonía con las obras realizadas, no de las que se prometen porque ahí entra el artificio bucal sino de las que entraron al altar bendito de la consumación al margen del cuecho. Es imperante pasar de la retórica a la realidad en la justa reafirmación. Se hace abuso de la mentira el otro recurso aparecido en el escenario rutinariamente.

“Por sus obras los conoceréis”.

El autor es periodista.

Opinión
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