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Las elecciones en Estados Unidos

En este segundo ensayo que escribo sobre las elecciones norteamericanas exploro los hechos, temas y reglas del juego que impactarán los comicios de 2020. Mi objetivo es facilitarle herramientas que le permitirán formar una opinión informada sobre la correlación de fuerzas políticas en ese país de cara a estas elecciones generales.

Comienzo con las encuestas. Estas han cobrado una inmensa importancia en EE.UU. desde los años cuarenta del siglo pasado cuando Gallup comenzó a publicar estas “fotografías instantáneas” del pensar norteamericano. En elecciones norteamericanas se realizan literalmente cientos de encuestas que miden el humor de la ciudadanía. Contrario a lo que a veces ocurre en Nicaragua, la mayoría son realizadas profesionalmente por empresas serias como Gallup y Pew. Gran parte de ellas son pagadas por los partidos o candidatos y no se publican. Pero muchas las contratan los grandes medios estadounidenses y sí son públicas.

A través de los años, las encuestas han sido indicadores útiles pero no han sido infalibles. En 1948, por ejemplo, el Chicago Tribune, un importante diario conservador estadounidense, anunció que Thomas Dewey, el gobernador republicano de New York, había derrotado a Harry Truman, el entonces presidente demócrata. Su titular la misma noche de la votación anunció el triunfo de Dewey.

Pero Truman logró ganar la elección. Y su foto sonriente y alzando la portada del Tribune anunciando equivocadamente su derrota pasó a ser una imagen icónica de la historia norteamericana.

Algo similar ocurrió en 2016. Durante toda la campaña, la mayoría de los encuestadores apuntaban a que Hillary Clinton ganaría la Presidencia. La única excepción fue la encuestadora de Los Angeles Times, el diario más prestigioso del Oeste estadounidense. Una de las encuestadoras de mayor prestigio, “538” de Nate Silver, sostuvo en su página web —y la misma noche de la elección— que Clinton ganaría el voto popular y los votos electorales cómodamente. Acertó en cuanto al voto popular que la señora Clinton ganó más de tres millones de boletas. Pero se equivocó al pronosticar que ella ganaría Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, con sus 46 votos electorales. A pesar de que los tres eran considerados seguros para los demócratas, Trump los ganó.

Basado en las encuestas, Clinton básicamente ignoró a estos tres estados durante su campaña hasta que seguramente sus encuestadores les dijeron que Pennsylvania peligraba. Clinton intentó de rescatarlo con un gigantesco cierre en Filadelfia en donde ella se hizo acompañar por Barack y Michelle Obama y Bill Clinton. Pero era muy poco y demasiado tarde. Los demócratas perdieron Pennsylvania por la primera vez desde 1988.

En conclusión, las encuestas son sondeos pequeños. Por meticulosamente que hayan sido diseñadas para ser representativas, se pueden equivocar. Por eso siempre digo que la única encuesta que cuenta es la votación final. Esto asumiendo, por supuesto, que se respetan los votos y no se asignan.

En el folclor político estadounidense, se piensa que el nivel de participación también incide en qué partido ganará las elecciones. Más específicamente, se cree que entre más alto la participación, más probable es que ganen los demócratas. Examinemos esta hipótesis. Según el Buró del Censo norteamericano, en las diez últimas elecciones presidenciales (desde 1980 hasta 2016) la participación ciudadana promedio ha sido 62.7 por ciento. En la elección de 2016, que ganó Donald Trump, la participación cayó a 61.4 por ciento, 1.3 por ciento por debajo del promedio desde 1980. Este es un resultado que pareciese confirmar la percepción popular. Pero un análisis más profundo demuestra que en las cinco elecciones en que la participación fue por encima del promedio, en tres triunfaron los republicanos. Dos las ganó Ronald Reagan, el presidente más popular de la era moderna, y George W. Bush. Clinton y Obama, ambos presidentes demócratas y reelectos, ganaron una vez cada uno con una participación elevada. O sea que quien gana y pierde depende más de su propio carisma y bagaje que del partido que lo lleva de candidato.

Otro variable que incide en las elecciones es la raza del votante. A continuación examino el impacto que esta tuvo en las votación de 2016.

Primero, el voto blanco es por mucho el más grande en las elecciones estadounidenses, pero también es el más dividido. En 2016 el 71 por ciento de los votantes fueron blancos. Pero solo un 52 por ciento de los electores blancos apoyaron a Trump. El porcentaje de mujeres blancas “trumpistas” fue aún más bajo: 52 por ciento.

Segundo, los morenos constituyen el segundo bloque más grande de los votantes norteamericanos. Son igual al 12 por ciento. Y sus votos definitivamente favorecen a los demócratas. En 2016, por ejemplo, ¡el 89 por ciento de los negros votaron por Clinton!

Y, tercero, hoy en día los hispanos son la minoría más grande estadounidense siendo igual al 17.8 por ciento de la población. Sin embargo, debido a su bajo nivel de participación en las elecciones, están en el tercer lugar como bloque de los votantes. Constituyen el 11% de los electores. En cuanto a preferencia partidaria, el 66 por ciento de los hispanos votan por los demócratas. Pero hay altas variaciones regionales. Por ejemplo, en el sur de la Florida un porcentaje más alto de los hispanos votan por los republicanos.

En el próximo ensayo veremos como otros variables —como el nivel de educación, ingreso, género, edad y hasta el lugar donde residen— afectan los votantes. Estas conclusiones se basan en entrevistas “boca de urnas” que le permiten a los politólogos valorar como estos factores benefician o castigan a los partidos y candidatos.

El autor fue canciller de Nicaragua y diputado a la Asamblea Nacional.

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