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Palabras para Chale

Chale Mántica no fue un sabio aburrido, ni pagado de sí mismo, y mantuvo siempre abiertas las puertas de su gabinete donde entre redomas y balanzas examinaba a contraluz las palabras, las pesaba, las medía, les sacaba su encanto. Un sabio en las palabras, eso es, que aprendió sobre ellas andando los caminos de Nicaragua, metiéndose en los vericuetos más escondidos del habla de la gente.

Aprendiendo, al oír hablar, que la lengua tiene una melodía y tiene un ritmo que está presente en los viejos romances que se volvieron corridos, en las coplas y decires, en las letras olvidadas de las canciones anónimas que había que desenterrar; y en las consejas, en los refranes, en los cuentos de camino, en las historias de aparecidos. Y al habla de todos los días. Chale fue sabio en todo eso.

Porque su laboratorio verbal estuvo abierto a los cuatro vientos, y a la lluvia y al polvo, y a las voces, y a los ecos del llano que le traían siempre ecos de palabras que desentrañar, que disecar, que limpiar y pulir para sacarles brillo y hacer que resplandecieran como joyas.

El misterio de las palabras que el sabio fue a desentrañar. De dónde venían. Desde los milenos ancestrales del habla mangue y del habla náhuatl, desde todo el tejido invisible pero tan presente de las lenguas prehispánicas, y de los memoriales y las actas coloniales, los pliegos de los cronistas; la lengua oculta de los esclavos africanos entrando con su hilo negro en el tejido. El idioma haciéndose en las cocinas y en los campamentos de las haciendas. Las palabras a lomo de caballo, chispeando en los cascos de las mulas arrieras. Recuas de palabras.

Por allí iba Chale caballero en su macho-ratón bien enjaezado, persiguiendo las huellas del Güegüense matrero y andariego, Verapaces adentro, en pos de don Forsico y de don Ambrosio, hijos de la gran madre deslenguados, y del capitán alguacil mayor, del gobernador Tastuanes, del escribano real y del regidor, y a ver si columbraba a doña Suche Malinche, la del güipil pintado de palabras, todos ellos vestidos de esplendores. Los esplendores de la palabra.

Cuánto le queda debiendo la lengua nicaragüense a este sabio sin prosopopeyas ni alardes, tan lejos de la seriedad académica y tan lleno de la galanura del humor verdadero, porque en su laboratorio descubrió también que la lengua es jolgorio de palabras, río encantado que huye y que fluye, se empoza en la malicia, remolinea en los meandros de los doble sentidos y entonces en sus aguas estalla a borbotones la risa, la risa del sabio que siempre supo reírse, y que si supo de la sabiduría también supo del don de la amistad como regalo compartido, y que tan lleno de gracia se ha ido en Martes Santo.

El autor es escritor nicaragüense.

Opinión escritor Poeta
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