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Los árboles que no dejan ver el bosque

Por una coincidencia, los días patrios de Nicaragua corresponden a fechas continuas, aunque separadas por más de tres décadas en el tiempo. Sin embargo, tienen una continuidad que a veces no percibimos, porque la independencia del 15 de septiembre de 1821, que se declaró mediante una formalidad burocrática, tuvo su verdadera culminación, y realización, con la Guerra Nacional en contra de los filibusteros de William Walker, uno de cuyos hitos más memorables es para nosotros la batalla de San Jacinto del 14 de septiembre de 1856.

Para hablar de la independencia, deberíamos, sin embargo, ir aún más atrás, y remontarnos a las primeras luchas que se dieron en Nicaragua, y en otros países de Centroamérica a partir de 1811 en contra de la dominación española, cuando el reinado de Fernando VII se vio anulado por la invasión napoleónica de la península, y una vez restablecido en el trono, anuló la Constitución votada por las Cortes de Cádiz en 1812.

En Centroamérica, los cinco países que formaban la Capitanía General, además de Chiapas, celebran de manera conjunta la independencia de 1821, y tenemos por próceres a quienes firmaron el acta ese día, a la cabeza el capitán general del régimen colonial, don Gabino Gaínza, quien pasó a ser el jefe político de la nueva entidad independiente.

En otros países latinoamericanos, lo que se conmemora son esas gestas precursoras, aunque hubieran fracasado, porque son las que encarnan el heroísmo de la lucha por la libertad del yugo colonial, como en México. El cura Hidalgo no es el héroe triunfante, sino el que muerte decapitado, y su cabeza, metida en una jaula, es colgada a la vista pública para escarmiento de los rebeldes.

Tras la independencia de 1821, lo que vino en Centroamérica fue una fugaz, y poco feliz, adhesión al imperio de Iturbide en México; y tras la proclamación de la República Federal en 1824, defendida por el general Francisco Morazán en medio de continuas guerras intestinas, y disuelta en 1839, siguió un nuevo periodo de sangrienta anarquía, siempre liberales contra conservadores, de lo que no se libró Nicaragua.

La Guerra Nacional para sacar del territorio centroamericano a la falange filibustera de Walker, obró el milagro de unir a las facciones en eterna disputa dentro de Nicaragua. Y como los invasores también pretendían apoderarse del resto de los países centroamericanos, también ocurrió el milagro de que todos se unieran en contra de los invasores.
Las naciones que años atrás se habían separado entre pugnas amargas, y continuaban en ellas, lucharon juntas por conquistar de nuevo la independencia, por mucho que los gobernantes de entonces tuvieran entre ellos inquinas y rivalidades profundas, y diferencias de credos políticos que parecían irreconciliables.

Si entonces los presidentes de esos países, liberales unos, conservadores otros, hubieran pensado más en ideologías y en banderas de partidos, habría sido imposible derrotar a los mercenarios de Walker y expulsarlos de Nicaragua. Ninguna distancia tan abismal como la que había entre Rafael Carrera de Guatemala, conservador ultramontano, y el presidente de Costa Rica, Juan Rafael Mora; y, sin embargo, unieron sus esfuerzos y sus armas bajo un objetivo común.

Solemos olvidar estas lecciones de unidad que nos da nuestra propia historia cuando nos vemos enfrentados a graves peligros comunes, dictaduras familiares o amenazas de nuevo cuño a nuestra independencia, y nos perdemos en pugnas, egoísmos, rencillas, ansias de figuración, y por ver los árboles de nuestro propio cercado no miramos hacia el bosque común, el que es de todos, y hay que defender entre todos: el patrimonio de la libertad y la democracia que nunca deberíamos dejar de compartir, y preservar, cualquiera que sea el apellido ideológico que queramos ponernos.

El autor es escritor. San Isidro de la Cruz Verde, septiembre 2020.

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Opinión Independencia de Centroamérica william walker
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