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¿Una “guerra” cívica?

De continuarse las mismas condiciones imperantes bajo la lógica de la “guerra como continuación de la política” que mantiene el actual gobierno en contra de su propio pueblo, llegaremos inevitablemente a una suerte de “guerra cívica” desde la ciudadanía opositora y mayoritaria, que no continuará agachando la cerviz ante los abusadores del poder.

Es lo que los marxistas llaman “la contradicción irresistible” o, para otros, la contradicción inevitable. Además, la alientan desde el poder con el objetivo confeso de llevarnos a una etapa superior de la lucha de clases. Solo los ingenuos no se percatan de esta perversidad, donde mezclando lumpen con fanatismo pretenden imponernos la camisa de fuerza del miedo como mecanismo de desmovilización social y, eventualmente, abstención electoral.

El llamado socialismo del siglo XXI, bajo la guía del Foro de Sao Paulo, alienta la lucha de clases intentando desestabilizar la región a partir del antagonismo de clases, los ricos y los pobres, que para la lógica de los comunistas deben enfrentarse hasta la eliminación de una de ellas, pero ha aparecido una nueva clase, los oportunistas desde la izquierda que atizan esas contradicciones para quedarse con el control total del poder y las riquezas de las naciones.

Nicaragua es un ejemplar valioso para el laboratorio de los estudiosos de los fenómenos sociales contemporáneos, de cómo los antiguos revolucionarios, en nombre de una revolución, que equivalió a un asalto a mano armada de los recursos y el poder, se adueñaron de un país. A la vista y paciencia de la burguesía tradicional, de instituciones respetables que abogaron históricamente por los derechos humanos y los civiles y políticos de los nicaragüenses; de la comunidad democrática regional e internacional. El SICA, el Parlacen instrumentalizados para beneficio de una dictadura en el mero cinturón de las Américas y en las narices de los Estados Unidos, de la OEA, de las mismas Naciones Unidas con todo y su Declaración Universal de los Derechos Humanos.

¿Por qué todos los instrumentos jurídicos internacionales, los organismos políticos y los especializados en materia de derechos humanos, son incapaces de frenar a las dictaduras?

Si esos instrumentos jurídicos y esos organismos han elaborado lo que equivale a ríos de tinta acerca de medidas preventivas, defensas colectivas de la democracia, restauración de derechos, persecución de los responsables de crímenes contra la humanidad y mucho más. La respuesta es simple y sencillamente que esos regímenes no respetan ni la ley ni el orden jurídico internos e internacional. Su “autoridad” descansa en el uso de la fuerza, y mientras más bruta, más violenta, mejor.

Esa etapa es la que actualmente vivimos en nuestro país. El régimen se burla del planeta menos de sus amigos y aliados pues con su accionar se convierte en la línea defensiva del “modelo cubano y venezolano” hacia donde pretende llevarnos.

Este gobierno está pagando la factura de la chequera chavista al eje del socialismo del siglo XXI con quienes comparte la corrupción, el desprecio a su propio pueblo, el enfrentamiento a los Estados Unidos y a las democracias liberales del continente y del mundo, especialmente Europa.

En el medio de estas canalladas se encuentra un pueblo bueno, trabajador, generoso que lo único que está exigiendo es que lo dejen vivir en paz, trabajar en libertad y en democracia.

¿Cuánto más sufrimiento debe pagar este pueblo para alcanzar esas metas?

Hay una guerra no declarada usando la fuerza militar y policial contra todo intento de ejercer ciudadanía, nos queda la “guerra cívica” como forma de lucha.

El autor es miembro del CEN del partido Ciudadanos por la Libertad.

Opinión OEA
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