Con tanto que hacer por los Derechos Humanos en Nicaragua, rara vez me permito hacer uso de este valioso espacio para referirme a algo distinto, pero el resultado de la convención del Movimiento Renovador Sandinista me parece que tiene un profundo significado para el pasado y futuro de la política nacional, no debería pasar inadvertido.
El nacimiento de la Unión Democrática Renovadora (Unamos) no lo veo como un cambio cosmético, propio de una estrategia de comunicación política, sino como la evidencia de dos hechos ahora incontrovertidos: el primero, que los pecados cometidos en nombre de la llamada Revolución sandinista hoy pesan más que sus logros; y el segundo, que la descomposición política del sandinismo cruzó un punto sin retorno, simplemente es insalvable.
Más que un pírrico triunfalismo derechista, deseo centrar la atención en el proceso. La escisión sandinista de los años noventa dio lugar a profundas reformas políticas que nos permitieron acariciar una democracia con contrapesos como nunca antes había vivido el país, hoy estos mismos actores sientan las bases de lo que será la nueva izquierda en el país. En este momento, por personas como Dora María Téllez, Víctor Hugo Tinoco y Hugo Torres no puedo sentir más que admiración y respeto, no por la gallardía al enfrentar una cruenta dictadura y derrocarla, o por procurar corregir los excesos de la revolución en el poder, sino por la visión de abdicar a la nostalgia revolucionaria para forjar los nuevos cimientos de la izquierda y el pluralismo político en la Nicaragua pos Ortega-Murillo.
Cuando se piensa en alguien como Dora María Téllez, es imposible disociar su imagen de la toma del Palacio Nacional en 1978, no es descabellado pensar que tal vez sea su momento de mayor orgullo o satisfacción personal. Pero les invito a imaginar su sensación al ver como acabó todo a pesar de sus esfuerzos, también me gustaría que visualicen por un momento cómo su compromiso con la democracia es más grande que su ego, al llegar a expresar que “la palabra sandinismo me da repelo”.
La tragedia sandinista es que un tirano pudo más que unos cuantos, pero no fueron todos, para comprender esto basta ver el documental de Peter Torbiörnsson del Crimen de Guerra de “La Penca” y el contraste entre Tomás Borge y Hugo Torres al ser increpados por el hecho. El sandinismo tendrá que morir para que se restablezca y avance la democracia en Nicaragua, pero los buenos sandinistas, su ejemplo, su esfuerzo y sus sueños son la mejor semilla para una nueva izquierda y el pluralismo político en Nicaragua, debemos reconocerlo, no les hace falta colgarse de la revolución para que su legado trascienda.
El autor es maestro en Derechos Humanos.