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Algo diferente en la rutina

Fastidioso es el monopolio del poder en los apellidos. La tendencia de estar en el reino prevalece, sin que haya reparos en la modificación de la perpetuidad. Cierta categoría de gobernantes se enamora de esa pretensión.

Una noticia ha sido motivo de júbilo para los sectores donde verdaderamente se tiene una definición de la transitoriedad en el poder cuando este tiene un periodo metódicamente establecido con calendario. En esos casos ese estilo ofrece brillos, promueve luces cuando la alternabilidad es común.

El mundo está pendiente de los acontecimientos que rompen la rutina. Sigue con interés la noticia sobre la renuncia de Raúl Castro cuyo apellido desde el año 1959 simboliza la representación personal del miembro más notorio de la familia, el fundador de ese reino material cuyo nombre era Fidel. Este por supuesto desapareció no porque se haya vanagloriado de ser inmortal sino porque el destino lo puso en la tierra de los mortales donde deben estar todos los pretensiosos de ser imperecederos. El tipo se fue longevo pero resurgió el otro Castro, el heredero automático del poder, Raúl. Este acaso aburrido le cedió el turno a un intruso que no lleva el apellido, con lo cual se puso fin a la denominación familiar de la tiranía. Lo que realmente desapareció fue el apellido. Lo que celebra la humanidad viviente es que el apelativo no rima con el sistema de la continuidad. Desapareció la magnitud frágil, la forma literal de nombrarse, de identificarse. Nunca el gobierno que siempre llevará la calificación partidaria de comunista con la diferencia de que este ya está representado por un títere cuya meta será la sumisión ideológica con las insignias militares ausentes, sin los sellos estrellados de las charreteras. Raúl está vivo y, por lo tanto, no dejará el poder por mucho que se le considere un asesor en todo caso nominal. La diferencia es pues de forma y no de fondo. La alegría de la sustitución será total cuando Cuba sea la versión prometida por los falsos libertadores que solamente se han ido en promesas orales, en énfasis solamente teóricos. Pero ya en el terreno de la realidad, de la práctica, han sido todo lo contrario.

Conocí Cuba en la época en que el castrismo estrenó el mando no para cultivarlo adecuadamente sino para ser una dictadura que ya adquirió signos de antigüedad. Tuve la oportunidad de conocer personalmente a Fidel con motivo de un seminario donde participamos periodistas nicaragüenses en la Habana. Tuve también la oportunidad de conocer a Kim Il-sung en Corea del Norte, el fundador de una monarquía con príncipe en el trono. Nunca imaginé que ambos serían los símbolos más evidentes de las tiranías.

El autor es periodista.

Opinión Raúl Castro
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