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Lo que nunca se espera

Cartas de amor a Nicaragua

Querida Nicaragua: Uno nunca sabe, y talvez ni espera, ese pensamiento mágico que logra encender el corazón y hacer el bien. Algunos ejemplos. Se llamaba Concho, era un campesino de unos 17 años, humilde, pero con deseos de superación. De repente apareció en la Corporación en los años setenta, no tenía dónde vivir y lo acogí en nuestra casa. Poco a poco fue aprendiendo y se hizo controlista en la Radio Minuto, una filial de la Corporación. Cuando llegó la revolución en el setenta y nueve y me fui al exilio en el ochenta y dos apareció Concho en San José y llegó a verme a mi oficina de la Resistencia Nicaragüense solicitándome una carta para que el cónsul americano le diera una visa para ir a Estados Unidos (EE.UU.).

Será inútil, le dije. El cónsul ha negado las últimas visas que le he solicitado, incluida la de mi propio hijo. No importa, me dijo, hágame la carta. Se la negué la primera vez, también la segunda. Semana a semana llegaba a verme con la misma súplica hasta que me hizo firmarle la carta para el cónsul. Solo pasaron dos semanas cuando se apareció de nuevo mostrándome su pasaporte con la visa americana por cinco años. Me quedé perplejo. Se fue a los EE. UU. y no lo volví a ver. Sucedió lo que nunca se espera. Tal vez un chispazo de la Providencia puso al cónsul de buen humor en el momento oportuno. Dios quiso complacer al humilde Concho.

Doblemos la página. En los últimos meses de la revolución la Guardia Nacional andaba desbocada. En las fincas segovianas capturaba a los mozos, los hacía vestir el uniforme de los guardias, les daba un rifle y los obligaba a pelear contra la Resistencia. Así reclutó a Matilde Centeno, un campesino muy trabajador que hacía labores del campo, era hombre fuerte y humilde. Matilde era el baqueano perfecto, amigo nuestro que sabía el bebedero de los venados, y la hora en que bajaban de la montaña. Conocía gran parte del río Poteca y las pozas donde habitaban los mas hermosos guapotes, igualmente era capaz de rastrear a los guardatinajas o tepezcuintles cuya carne es más gustosa que la del cerdo, más blanca y más suave. Matilde se enroló en la guardia porque le dijeron que los revolucionarios eran comunistas y a él no le gustaban los comunistas. Había oído muchas historias en la radio y cómo eran los países gobernados por el comunismo y nunca le gustó aquello. Por eso no se opuso a enrolarse con los guardias, pero no tenía la menor intención de disparar contra un cristiano, eso le habían enseñado desde pequeñito. Solo Dios, pensaba, es el dueño de la vida y solo Él puede quitarla. Matilde era además de baqueano un buen amigo nuestro, hombre platicador y con un lenguaje pintoresco que daba gusto escucharlo. Cuando todos dormían Matilde punteaba su guitarra, se oían los punteos de una guitarra lindamente mal tocada.

La revolución ganó y Matilde, vestido de guardia, fue llevado prisionero a la cárcel de Ciudad Segovia (Ocotal). Ahí o lo fusilaban o le pondrían 30 años de prisión. Se oían tiroteos por todas partes y se adivinaban rostros furiosos de los guerrilleros triunfantes. Llamé al comando de Ocotal. Me contestó un compa hosco y malhumorado. Le pedí ayuda y le expliqué el problema de Matilde. Pierda cuidado, me dijo, hoy sale libre.

Lo que nunca se espera. Un guerrillero fiero suaviza el tono y salva una vida. Dios manda el pensamiento mágico que enciende el corazón. En un momento todo puede cambiar.

El autor es empresario radial. Fue candidato a la Presidencia de Nicaragua.

Opinión Estados Unidos Guardia Nacional
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