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La opción prioritaria por la existencia

Bien puede aplicarse la unanimidad en el criterio de que la vida es un tesoro, aunque a veces no concuerden con esa valoración los poseídos por las emociones negativas promovidos por el instante de la fatalidad que a veces lo disuelve el instinto de la conservación. Está justificada la meta de la perdurabilidad tanto física como espiritual. La vida es el acontecimiento supremo. Tantas novedades de toda índole la distinguen. Basta con la combinación del gozo y el dolor. Vienen al mundo tantas criaturas inundadas por el sufrimiento, otras ataviadas por el placer. Empero penetran tanto las desgracias. Da la impresión de meterse con una asiduidad incitante con la melancolía. Los encantos de vivir en constancia sana palidecen ante la pálida imagen de la muerte. A la feliz tranquilidad se le da menor importancia.

Diríase que el paraíso ha extraviado los matices del azul, que la noticia negativa es paradójicamente la flor que menudea en el nebuloso paisaje. Dicho con crudeza según los efectos de la comunicación que la vida ya no es noticia. Noticia pasajera es el júbilo. Noticia reiterada es la ceremonia fúnebre del último suspiro con mayor probabilidad de que este haya sido motivado por la violencia. Las escenas aparecen en las pantallas televisivas y en las columnas impresas con el énfasis del reprís hasta quedar guardado en la memoria.

Desde luego el acto se contradice con la euforia de vivir y más cuando es el producto de la violencia introducida en todos los ángulos del planeta. Las excepciones brillan por su ausencia por diferentes motivos. No es la muerte natural producida por los designios de la naturaleza orgánica. Inevitable es fenecer. Es la muerte ocasionada por el crimen, por el balazo, por el femicidio, por la imprudencia de los accidentes, en fin por tanta causa deleznable donde está de por medio la ira selvática cometida por los bárbaros que vinieron al mundo a delinquir.

Muere tanta gente. Lo alarmante no es el acto sino la continuidad, la forma, el propósito destructivo. Existe la impresión —y no es exageración por la abundancia de los casos— que morir está de moda. Las cifras suman millones de pandémicos cotidianamente contabilizados en espacios que no renuncian a la programada repetición, al escandaloso reprís.

La última desgracia está representada por el derrumbe de un edificio que aplastó destinos cuyos objetivos estaban tan distantes de morir así en el escenario inequívoco del horror. Ángeles vestidos de celeste por el Creador reducidos a la anarquía de la fragmentación puestos tantas veces por el sensacionalismo para llamar la atención para vender el producto.

Hay que informar, pero no poniendo en la superficie el tono amarillo sino el pabellón celeste que simboliza a la vida.

El autor es periodista.

Opinión espiritual Femicidio planeta
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