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Enemigos y falsarios, ¿nosotros?

En la fosa más profunda del octavo círculo del infierno de Dante, se encuentran los falsarios, aquellos que por castigo tenían agrietada la lengua por la sed.

Lo falso, por ser opuesto a la verdad, siempre produce no solo daño personal, sino también colectivo. Los falsos, por lo tanto, pueden recibir un grave castigo en la literatura y en la vida real y sus personajes resultan casi siempre aborrecibles. Recibir el calificativo de falso, máxime cuando la aseveración se origina de una autoridad, resulta no solo preocupante, sino sustancialmente peligroso.

Y, si la adjetivación se lanza en contra de un colectivo —los médicos—, el peligro de esa afirmación se convierte en una alarma que debe de ser analizada con muchísima precaución.

El gobierno y los médicos no tenemos por qué tener una misma visión sobre las condiciones sanitarias del país, eso sucede en muchos países del mundo, más aún, en este tiempo de pandemia.

En España, Argentina, México, Suecia, Estados Unidos, Ecuador, Perú, Italia y muchos países más, hemos escuchado la voz y el clamor de muchos médicos en desacuerdo con la visión de sus gobiernos pero, no solamente eso, ya existen colectivos sanitarios que han manifestado su decisión de demandar a la sanidad pública, por considerar que esta ha fallado en su obligación de proteger a sus ciudadanos.

Nada de esto es anormal en países donde el tuyo y el mío se dirime en tribunales idóneos.

Y, todo esto no significa un encono, mucho menos una enemistad de los ciudadanos con sus gobiernos, pero probablemente sí, una antipatía lógica que como un derecho humano de opinión debe de existir en cualquier sociedad libre.

Cuando se dice que los médicos somos falsos, vienen a mi memoria las alegrías y tristezas estudiantiles, el estrés de los laboratorios de anatomía, cuando un pequeño alfiler identificaba una minúscula región en los cadáveres y los estudiantes con el tiempo absolutamente limitado, rotábamos por las mesas de la necroteca tratando de identificar las estructuras que parecían esfumarse de nuestra vista, o, el asomo a los microscopios en aquellas clases de histología, en donde intentábamos descubrir el mundo de las células o, los primeros turnos cuando muy cerca del paciente, queríamos llorar con sus dolores.

¿Será que esto lo soñé y todo fue falso, porque somos fantasmas como Melquíades en Macondo que solo aparecía en actos casi surrealistas?

Me lo pregunto y sigo recordando si las manos de los maestros que nos guiaron en el aprendizaje, fueron también espectros que solo existieron en nuestras mentes.

¿A dónde se quedaron los brincos de alegría cuando asomados a las vitrinas de las notas, reíamos y saltábamos de contento cuando nuestro esfuerzo tenía su recompensa?

¿Será que todo eso fue falso y nosotros, añorantes de razón, lo imaginamos?

¿Es mentira que, con abrazos en el año 84, nos despedimos de algunos compañeros que partieron a Managua a formar una nueva facultad de medicina, que se construyó bajo los sueños de muchos grandes maestros, pero también de aquellos jóvenes estudiantes que son ahora grandes profesionales, muchos de ellos brillando aún en el extranjero?

La sociedad nicaragüense necesita paz, libertad, justicia, respeto a la dignidad de los ciudadanos que piensan como el gobierno, pero, más aún, de aquellos que lo disienten.

Gente honesta y con sueños de libertad, se pudren miserablemente en las cárceles, mientras el “divino tesoro” busca el exilio nuevamente, ese infame ciclo de dolor del nicaragüense.

Puedo afirmar con absoluta convicción, que la vasta mayoría de médicos nicaragüenses no somos falsos ni bandidos y anhelamos solamente el bien común.

En la plaza mayor de Zaragoza, junto a su catedral, La Seo, leí el título de un aguafuerte del genial pintor Francisco de Goya: “El sueño de la razón, produce monstruos”.

Ojalá y la razón regrese pronto a nuestra querida Nicaragua.

El autor es médico subespecialista.

Opinión Enemigos Gobierno médicos
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