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Una necesaria transición pacífica

La frustración cívica que provoca la no satisfacción de las demandas y las reivindicaciones por libertad y democracia de las mayorías nacionales, al no obtenerse por medios cívicos y, mientras no tengamos unas elecciones verdaderas, nos pone en riesgo de una “libanización” del país, al no encontrar una salida a la crisis sociopolítica, lo que nos sitúa como un país con graves problemas internos y ante la comunidad democrática internacional.

No basta con lamentarnos del tipo de régimen que se instaló en una nación que, de lo que menos tiene es de antimperialista y lo que menos quiere, es ser catalogada como enemiga de los “enemigos de la humanidad”, especialmente ahora que la Federación Rusa pretende volver a convertirnos en su pieza de negociación en sus contradicciones con los Estados Unidos de América. ¿Y qué nos importa a nosotros los nicaragüenses? ¡si lo que queremos es vivir en paz! Si lo que deseamos es libertad y democracia, paz social, convivencia humana, para juntos enrumbar nuestro país por la senda del desarrollo y respeto a la dignidad de las personas. No será el sectarismo, la represión, ni la exclusión social las recetas para sacar nuestro país de la crisis, mucho menos para hablar de reconciliación nacional, la que no hemos logrado aún y después de tantos sacrificios, tantas víctimas y tanto dolor, en una nación que merece un destino mejor. Seguimos entrampados en “la lógica de la dictadura”, en “la cultura de la dictadura” desde la somocista hasta hoy, al haber desperdiciado una transición hacia la democracia luego del triunfo de doña Violeta. Transitamos a una nueva variante de dictadura que ha mutado como el Covid, a una nueva cepa, cada vez más mortífera.

Necesitamos una transición pacífica hacia la convivencia nacional, la que se vuelve cada vez más costosa debido a tantos agravios y a la promoción del odio como política de Estado, que mantiene a nuestro país como un rehén de intereses mezquinos, lo que eleva los riesgos de un nuevo baño de sangre en vez de una transición política gradual, racional y especialmente humana, que dé paso a la recuperación de la confianza y al entendimiento entre ciudadanos de un mismo país. Así podríamos recibir en grande el arribo de Nicaragua a sus 200 años de vida independiente.

Por desgracia estamos cada vez más polarizados entre una mayoría ciudadana y una minoría armada y violenta que por medio del miedo pretende imponer su “paz de los cementerios”.

Reconstruir la institucionalidad democrática costará cada vez más ya que no se trata solamente de liberar a los prisioneros políticos, también liberar esta nueva suerte de cárcel nacional, de autocensura, de miedos fundados o no, de amenazas ciertas o falsas que penden sobre la nación en su totalidad, incluyendo los propios elementos encuadrados en sus estructuras partidarias y de poder.

Despenalizar la discrepancia, regresar sus derechos a la sociedad civil, fortalecer la ciudadanía a fin de que no tema al gobierno, ni al uso normal de sus derechos como el de participación política y reclamo frente al Estado leviatánico que nos han impuesto, con un doble rol, de paternalista y tirano a la misma vez. Protector de su clientela y agresor de la ciudadanía pensante. Dios y diablo al mismo tiempo.

Que “el pueblo presidente” escoja a sus gobernantes a través de elecciones libres, con observación nacional e internacional es la salida menos costosa para los nicaragüenses.

El señor comandante presidente y su vicepresidente tienen la palabra.

El autor es presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales y Partido Ciudadanos por la Libertad.

Opinión covid- democracia libertad
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