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El Icaza, el Santo Entierro de León

De todos los cristos de León que reflejan la pasión del Señor, hay uno en especial que sintetiza el siervo de Yahvé, el del Santo Entierro de la Catedral. Uno se espanta al verlo, “pues su cara está desfigurada /que ya no parece un ser humano (Isaías 52-14-15). Sangre, golpes, moretones, y sudor de agonía, trasmuta esta imagen. Es conocido popularmente como “El Icaza”, por haber sido la familia Icaza quien lo donara a la insigne y real basílica. La leyenda cuenta que fue de un árbol de naranjo (de ahí su color amarillento, casi del color del mármol) que se encontraba en el patio de la casa tradicional de esta familia, que un artesano cuyo nombre se ha perdido en el polvo de los tiempos lo tallara preciosamente.

El Viernes Santo, después del sermón de las siete palabras, la imagen es bajada de la cruz. Azarías H. Pallais, Antolín Carvajal y Rocha y Noel Buitrago y Buitrago, fueron oradores sagrados que dejaron historia al ilustrar al pueblo con sus fogosas y vibrantes voces sobre la trascendencia y la profundidad de estos misterios; en tiempos cuando la televisión y la comunicación digital era algo más que un sueño y en donde las procesiones con esa enseñanza del barroco, eran grandes obras de teatro, a la que la gente acudía en masa y tenían como tarea enseñar de una manera viva el significado de la Pasión de Cristo.
A las 4:00 de la tarde los leoneses, orgullosos, lo recorren por su ciudad en medio de una anda dorada en la que descuellan doce arcángeles, como los del Apocalipsis, desafiando con sus trompetas “para que no hagan mal a la tierra, ni al mar, ni a los árboles hasta que hayan señalado en la frente a los servidores de nuestro Dios” (Apocalipsis 7-3).

Si la procesión de la Reseña de San Felipe y la de San Benito de Palermo, de San Francisco, son las procesiones emblemáticas de la Semana Santa leonesa, el Santo Entierro es su procesión más solemne. La preside el obispo de la diócesis vestido de púrpura, junto con todo el cabildo eclesiástico, con sus largas cotonas de cola negra.

Detrás del Cristo yaciente, viene la Dolorosa. ¡Qué imagen más doliente, venga a verla! Aquí encontramos hechas escultura, la realización de las palabras de Simeón, al ser presentado en el templo el Niño Jesús. “Y a ti una espada te atravesará el alma” (Lucas: 2-14-15).

Dolor, dolor y más dolor, y mientras el ruido de las matracas se difunde en los aires, la gente reza el “Señor ten piedad, ten piedad de nosotros”. La solemnidad de la procesión estalla en el ambiente. No es tan quejumbrosa ni tan patética como la que existía hace muchos años en esta misma ciudad, la famosa Procesión del Silencio, el Jueves Santo en la medianoche; donde se oían en la quietud de la provincia, el ruido de las cadenas arrastradas en las calles pedregosas que cargaba Jesús, al ser llevado de la casa de Herodes a la de Pilatos.

El Santo Entierro de León es ceremonial. La escultura refleja todo el dolor de Jesús en el Calvario. En medio de cojines de terciopelo rojo, la imagen sobresale por estar impregnada de toda la tradición bíblica, él es “el Cordero de Dios”, Juan (1-29) y Juan (1-36). “Él es el perfecto sacrificio que Dios proveería como expiación de los pecados de nuestros pueblos”. Romanos (8-3). “Es el Cordero Pascual de la antigua ley, que con su sangre rociada en el dintel de nuestras puertas detiene al ángel exterminador y nos libre de la muerte”. Éxodo (12- 11- 13).

León tiene ese día otros santos entierros: San Felipe, el de San Juan, que recorre la parte norte de la ciudad hasta la medianoche. Y si quisieran ver extravagancias, vengan a Sutiaba, nuestro barrio indígena, en donde el derroche de alfombras y lo multicolor de ese arte, hace de esa procesión toda una cita religiosamente obligada.

Pero si quieren ver solemnidad, dolor, angustia, pasión y lágrimas, no se pierdan de contemplar “El Icaza”, el Santo Entierro de mi Catedral.

El autor es abogado leonés.

Opinión
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