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La educación permanente. Deslinde conceptual

La revalorización del concepto de educación permanente es quizás el suceso más importante ocurrido en la historia de la educación de la segunda mitad del siglo XX. Decimos revalorización, por cuanto la idea de la continuidad del proceso educativo no es nueva, aunque ha sido en estas últimas décadas que los teóricos de la educación han señalado, con mayor precisión, las fecundas consecuencias que para el porvenir de los procesos de enseñanza y aprendizaje tiene la adopción de la perspectiva de la educación permanente.

En las obras de autores representativos de diversas culturas y en distintas etapas históricas, encontramos claramente expuesta la idea de que la educación es un proceso sin limitaciones en el tiempo y en el espacio. Lo mismo podemos afirmar de los grandes pedagogos, entre los cuales Comenio sostuvo que cada edad está destinada al aprendizaje, de suerte que no hay otro fin del aprendizaje para el hombre que la vida misma. El célebre Rapport presentado por Condorcet a la Asamblea Legislativa francesa el 21 de abril de 1792, contiene en germen el concepto de educación permanente: “Continuando la instrucción durante toda la vida se impedirá que se borren de la memoria los conocimientos adquiridos en las escuelas”… “También se le podrá mostrar al pueblo el arte de instruirse por sí mismo”. A su vez, José Martí sostuvo que el ser humano se educa desde la cuna hasta la tumba.

Los autores reconocen que el concepto de educación permanente debe mucho a la educación de adultos. “En verdad, estoy seguro, afirma Malcolm S. Adiseshiah, que el concepto de educación permanente no se habría formulado jamás como un planteamiento original si no hubiera sido por la tremenda expansión de la educación de adultos que ha ocurrido en el curso de las últimas décadas en algunos de los países más desarrollados”…  “Lo que hay de nuevo en este redescubrimiento de la educación permanente es el encuentro que ahora se ha producido entre la vida y la educación”.

Pero la educación permanente no es sinónimo de educación de adultos, aunque esta es su “punta de lanza”, según Paul Lengrand. Limitar la educación permanente a un grupo de edad es una contradicción en los términos. Además, las necesidades educativas que la sociedad contemporánea plantea no pueden ser satisfechas ni por la educación de adultos ni por la educación restringida a un período de la vida, por largo que este sea.  De ahí la conveniencia de llevar a cabo un deslinde conceptual que permita caracterizar a la educación permanente.

Dos elementos llevan en su evolución al concepto de educación permanente. El primero de ellos es la aceptación de la idea de que el ser humano se educa durante toda su vida, o como nos dice Paulo Freire: “Es educable mientras vive”. El segundo es el reconocimiento de todas las posibilidades educativas que ofrece la vida en sociedad. El primero de ellos rompe con el condicionamiento del tiempo y el mito de la “edad escolar”; el segundo implica aceptar que el proceso educativo rebasa los límites del aula, es decir, del “espacio escolar”… A la idea de la educación como preparación para la vida sucede la idea de la educación durante toda la vida. A la idea de la educación como fenómeno escolar sucede la idea de la educación que impregna todas las actividades humanas. El trabajo, el ocio, los medios de comunicación de masas, la familia, los sindicatos, las asociaciones, las empresas, las bibliotecas, las salas de cine, etc., son agentes que de un modo u otro afectan el proceso educativo de las personas durante toda su vida. “Así, la educación permanente deviene la manifestación de una relación envolvente entre todas las formas, las expresiones y los momentos del acto educativo”.

La conceptualización del principio de la educación permanente es relativamente reciente y se debe, en gran parte, a los esfuerzos de la Unesco y de la Comisión de Cultura y Educación del Consejo de Europa. Es, pues, un fruto de la proyección internacional de la educación. Su consagración mundial se debió, en buena parte, a la enorme difusión que tuvo el Informe de la Comisión Internacional para el Desarrollo de la Educación, que presidió Edgar Faure, publicado bajo el título Aprender a ser (1973).  En el preámbulo de dicho Informe, Faure sostiene que la Comisión puso todo el acento en dos nociones fundamentales: la educación permanente y la ciudad educativa, siendo la educación permanente “la llave de la bóveda de la ciudad educativa”. Años más tarde, el Informe Delors (La educación encierra un tesoro), dirá que la educación permanente “es la llave para ingresar en el siglo XXI”.

Pero, el esfuerzo de conceptualización se inició desde la década de los años sesenta del siglo pasado y las primeras publicaciones dedicadas a la elaboración de modelos de educación permanente circularon a principios de los años setenta. La noción de educación permanente se introduce formalmente, por primera vez en la Conferencia sobre la Retrospectiva Internacional de la Educación de Adultos, reunida en Montreal en 1960, bajo los auspicios de la Unesco. Posteriormente, fue fundamental para el proceso de esclarecimiento la “Recomendación relativa al desarrollo de la Educación de Adultos” aprobada por la 19a. Reunión de la Conferencia General de la Unesco (Nairobi, 26 de Noviembre de 1976).  En efecto, la Recomendación parte del criterio de que “el pleno desenvolvimiento de la personalidad humana, sobre todo frente a la rapidez de las mutaciones científicas, técnicas, económicas y sociales, exige que la educación sea considerada globalmente y como proceso permanente”. 

El autor es académico, fue rector universitario y ministro de Educación de Nicaragua.

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