Hasta hace poco hemos considerado que solo quedan dos alternativas para sacar a Nicaragua de su crisis: 1. La violenta y 2. La dialogada.
Pero podría haber una tercera, que consistiría simplemente en no hacer nada, absolutamente nada. La tiranía mantiene abierta la opción violenta porque le permitiría salir de la crisis aplastando a quienes se le opongan. Una vez aplastados todos, Nicaragua quedaría en paz, la paz de los cementerios.
No podemos aceptar esa opción porque nadie quiere ir a la guerra. No queremos repetir la historia. No queremos remplazar una tiranía por otra. No tenemos por qué pagar ese precio.
La tiranía prefiere el diálogo porque cree que puede manipularlo, que puede chantajearnos y que si lo logra puede permanecer en el poder, asegurar su impunidad, instalar su dinastía y conservar todos los bienes mal habidos.
Pero ¿qué sucede si no vamos a la guerra y no aceptamos el diálogo? ¿Podría la tiranía funcionar a perpetuidad si no puede aplastarnos? ¿Podría asegurar su impunidad y conservar su fortuna si no tiene quién se los otorgue mediante chantaje derivado de un diálogo? ¿Podría chantajearnos usando los presos políticos, o cualquier otra amenaza, si no vamos al diálogo, si no tiene con quién hablar, si le negamos un interlocutor?
Tampoco debemos pedir ayuda internacional. La llamada comunidad internacional es una entidad imaginaria que no existe. Y si existiera, no tiene nada en común con nosotros. No tenemos que pedir ni explicar nada a esa comunidad fantasma que hipócrita y cínicamente continuará repitiendo su mantra: “La salida a la crisis de Nicaragua es responsabilidad total de los nicaragüenses”.
La tiranía no tiene salida. Evidentemente está rabiosa y se ahogará en su propia rabia. ¿Cuánto tiempo tardará en ahogarse? No sabemos, pero no tardará mucho.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas.