“Si pequeña es la patria, uno grande la sueña”, escribió Rubén Darío en su poema Retorno cuando regresó a Nicaragua, tras quince años de ausencia, en 1907. Entonces, en su discurso pronunciado en León, recomendó: “Crezca nuestra labor agrícola, auméntese y mejore nuestra producción pecuaria, engrandézcase nuestra industria y nuestro movimiento comercial, bajo el amparo de un gobierno atento al nacional desarrollo”.
Yo suscribo estas palabras, todavía actuales, del máximo héroe civil de Nicaragua, creador de la nacionalidad y paradigma intelectual de América Latina, en una conmemoración más de nuestra segunda independencia. Como es tradición, recordamos dos independencias: la primera de España, con los demás países centroamericanos, en 1821; y la segunda —con el auxilio de los gobiernos y pueblos vecinos— del expansionismo filibustero durante la Guerra Nacional.
En cuanto a la primera, que nos liberó políticamente del dominio español, engendró un vacío de poder que dejaría a Nicaragua cuatro vicios históricos: 1. La intensa rivalidad entre Granada y León; 2. El inicio de una interminable civil que culminó en la guerra de 1854 y atrajo la intrusión filibustera de William Walker; 3. El impacto violento de la contradicción entre los Estados y las federaciones; y 4. El inconsciente rechazo a la unidad centroamericana.
Evoquemos, pues, a San Jacinto: la primera derrota de la esclavitud en América y a su vencedor: el coronel José Dolores Estrada. Así lo señala Adolfo Ortega Díaz en 1928: “San Jacinto no alcanza las proporciones de una batalla y quizás no llegue siquiera a categoría de combate; pero fue la primera jornada que se ganó en América contra la esclavitud del Norte: ¡está antes que Gettysburg!” Es decir, diez años antes del triunfo de Abraham Lincoln.
Pero si Darío representa la creatividad e independencia de la Palabra, Augusto César Sandino la Acción a través de su tenaz resistencia nacionalista ante la intervención armada. Por eso ambos padres y héroes de la Patria, de dimensión continental, deben ser evocados en esta jornada.
Al mismo tiempo, no puede eludirse el reconocimiento a nuestros héroes sin fusil: aquellos que no tienen carácter bélico, pero que han dado la vida al servicio de los demás, a la cultura, a la prosperidad nacional. Me refiero a los héroes cívicos que constituyen un ejemplo para nuestras labores cotidianas.
Porque la patria la hacemos todos desempeñando a conciencia nuestras responsabilidades. En otras palabras, esta jornada nos recuerda que debemos realizar nuestro trabajo con ánimo de perfección y excelencia. Solo así seremos fieles a Nicaragua y a sus forjadores históricos.
El autor es secretario de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.