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Reflexiones acerca de si valió la pena

En 1821 los habitantes de la provincia de Nicaragua, en la Capitanía General de Guatemala, no estaban empeñados en una campaña en busca de independencia del imperio español. Se vieron envueltos en el proceso de independencia por lo que estaba ocurriendo a su alrededor en otras regiones de América Latina.

Por esa razón la pregunta de si la independencia valió la pena, refiriéndose a los nicaragüenses, no tiene respuesta.  Los nicaragüenses no hicieron nada que pudiéramos evaluar para decidir si valió o no valió la pena realizarlo.

A diferencia de lo que ocurrió en el resto de América Latina que se vio envuelta en guerras sangrientas contra los ejércitos del imperio español para lograr su independencia, a Nicaragua la independencia o la oportunidad de lograrla le cayó del cielo, sin que los nicaragüenses la buscaran o hicieran algún esfuerzo para conseguirla. Hubo efervescencia y algunas rebeliones, pero fueron para deponer autoridades locales con las que no estaban conformes, no para proclamar la independencia.

En Guatemala, el capitán general Gabino Gaínza convocó a las autoridades civiles y eclesiásticas de la Capitanía General de Guatemala a una reunión extraordinaria para el 15 de septiembre de 1821, con el fin de evaluar la situación provocada por la anexión de la intendencia de Chiapas a México. Se consideraban dos alternativas: incorporar Centroamérica al imperio de México o buscar una independencia absoluta para conformar una república federal compuesta por las provincias de Centroamérica. Hubo debates sobre las propuestas,  don Miguel Larreynaga participó en ellos y se pronunció en favor de proclamar de inmediato la independencia de Centroamérica, lo cual fue aceptado por los participantes. Don José Cecilio del Valle redactó el Acta de Independencia que fue suscrita por los representantes de las diferentes provincias.  Larreynaga la suscribió en representación de la provincia de Nicaragua. Así llegó Centroamérica, y con ella Nicaragua, a la declaración de su independencia.

Cuando la noticia llegó a León, días más tarde, quedó en evidencia que no todos estaban de acuerdo con la independencia. Los debates continuaron después del 15 de septiembre. Hubo incertidumbre y algunos propusieron esperar que se aclararan “los nublados del día” para confirmar una decisión.

Las desavenencias giraban no solo en torno a si convenía o no la independencia en general, también surgieron conflictos en cuanto a la formación de los estados independientes que resultarían, en cuanto a su forma de gobierno, su modelo político, fricciones por rivalidades regionales, por motivaciones ideológicas, tensiones generadas por pretensiones militaristas o caudillistas, etc.

La suma de estas circunstancias condujo a lo que se llamó el período de la anarquía. Entre 1821 y 1857, comienzo del período pacífico de “los treinta años conservadores”, Nicaragua estuvo sumida en guerras civiles; conflictos entre León y Granada; entre timbucos y calandracas; entre legitimistas y democráticos, hasta llegar a la guerra nacional de 1854.

Asociarnos en una federación de Estados centroamericanos hubiera sido una buena alternativa, pero desperdiciamos la oportunidad. Asumir la identidad, el carácter, de una nación “adulta” con la madurez y la conciencia propia de gente que busca forjar su propio destino era otra alternativa, pero también fracasamos en eso.

Las causas de ese fracaso debemos buscarlas en el ADN de nuestros cromosomas sociales y culturales.  Estos defectos genéticos nos impiden ver que podemos formar una nación sin necesidad de traer filibusteros para resolver nuestras desavenencias, como lo hicimos en 1854 y como lo volvimos a hacer en el siglo veinte sometiéndonos a la intervención del castrismo para derrocar una dictadura y como lo estamos haciendo en el siglo veintiuno, sometiéndonos a una tiranía que obedece al castro-chavismo para entregar Nicaragua a intereses ajenos.

El recién pasado 15 de septiembre no tuvimos nada que celebrar. Si alguna vez Nicaragua fue independiente, ya no lo es. Todas sus instituciones y hasta su propia tiranía están intervenidas por Cuba, los tiranos que nos oprimen son títeres del castrismo que les dicta métodos de tortura, estrategias financieras, tácticas de represión, además de los viejos métodos de adoctrinamiento y espionaje para control de la población.

La pregunta que deberíamos hacernos no es si la independencia valió la pena, sino si vale la pena celebrar o conmemorar algo que, para comenzar no lo buscamos y para terminar no lo logramos.

El autor es estudiante de Ciencias Políticas.

Opinión guerras independencia libertad nicaragüenses
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