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Entre los ricos y los Lázaros

Ayer como hoy se viven realidades entre la riqueza y la pobreza, entre el rico y el necesitado. Hay quienes viven vestidos de lujo, ostentación y festejos de ricos. Estos anhelan casas y bienes, dinero, placer, tener, poder. (Lc 19,19).  Y por otra parte los pobres, los Lázaros, necesitados, enfermos, excluidos. (Lc 19,20-21).

Es importante darse cuenta de sus nombres: el rico no tiene nombre, no tiene compasión, no tiene identidad, mientras que Lázaro significa, “Dios me ayuda”.  Date cuenta de sus actitudes: el rico no necesita de nadie, ni de Dios, se siente seguro, es inconsecuente porque sus riquezas le han cegado y no ve; mientras que Lázaro está enfermo, tiene hambre y es ignorado, excluido, nadie la ayuda, pero espera en su Dios.

Es importante el ver y el no ver. El buen samaritano vio al herido y actuó, el sacerdote y el levita le vieron, pero dieron un rodeo. (Lc 10,30-37)

El padre, vio venir al hijo pródigo y se alegró, mientras que el hijo mayor cuando vio venir a su hermano, protestó y exigió. (Lc 15,11-32).

Jesús ve a los discípulos y los llama, ve a la multitud y se conmueve como cuando Yahvé ve la esclavitud de su pueblo en Egipto, le duele a él mismo, se solidariza en el dolor y se alía con él. (Mt,9,36; Lc 7,13; Mc 6,34-44; 10,46-52).

Y observando la realidad de nuestra vida, depende donde estemos situados para ver las cosas y las personas de distinta manera. Cuando estamos satisfechos y bien, pensamos que todo el mundo está así o, mejor, ni pensamos cómo están los demás, nos da igual. Perdemos la solidaridad  por los hermanos. La riqueza sin caridad obstaculiza el hacer un mundo más justo y, es peor todavía, si el rico se siente a gusto con esa distancia que produce.

Vivimos la realidad de la muerte en la vida misma. El rico es enterrado con todo lujo de detalles y solemnidad y va al reino de la muerte, pero es juzgado no por ser rico, sino por su indiferencia, por no compartir, por ignorar, por su ceguera e insensibilidad nada más salir de su casa, de sus refugios. Nada se dice de Lázaro, fue llevado por los ángeles sin funeral ni nada. (Lc 16,22-26).

Somos ricos y lázaros conviviendo en la misma sociedad y hasta en la misma comunidad y familia. Situados a un lado o a otro vemos claro u oscuro. Si tenemos trabajo, cariño, compañía, vida autónoma, todo resuelto, nos parece que no existen los de la otra orilla.

No falta incluso nuestra apreciación al ver a los de la otra orilla como algo normal, pues son víctimas que se han ganado su situación por perezosos, que sufren las consecuencias de la pobreza por la realidad social que vivimos.

No es bueno vivir en la apatía, sin sensibilidad ante el sufrimiento. Podemos evitar el contacto directo con los sufrimientos (Lázaros) y creer que la aflicción del pobre, del enfermo, del anciano, del necesitado no nos afecta, distrayéndonos de ello.

Es importante aprender a acercarnos al necesitado en lo concreto de la compasión, de la cercanía y del apoyo real al necesitado, no bastan las limosnas. Nuestra felicidad está en nosotros mismos, no en las riquezas y sus esclavitudes.

Aprendamos a escuchar la Palabra de Dios,  escuchar a Moisés y los profetas. El interés del rico para que sus hermanos no corran por los mismos caminos que él se resuelve con la escucha de la Palabra, con los contravalores vividos y propuestos por Jesús. (Lc 16,27-31).

El seguimiento de Jesús crea puentes de encuentro por encima del tiempo y de los gustos personales. Es urgente aliviar el dolor de los sufrientes, como lo hizo Jesús.

El autor es sacerdote católico.

Opinión Iglesia pobreza poder riquezas sociedad solidaridad
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