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El nicaragüense, un pueblo generoso

Viajar en bus en Managua es toda una experiencia. Aparte de las horas de entrada y salida de los trabajos, en general los buses se manejan limpios y en buen estado; ahora con la suspensión de las radios tenemos paz en ellos. El precio del trasporte es un regalo, con cinco córdobas una persona se transporta ida y vuelta  de un extremo a otro de la ciudad.

Hay un fenómeno muy especial que ocurre todos los días en esos buses. Con mucha frecuencia, una persona toma la palabra, en su mayoría son gente pobre, menesterosa, sin trabajo, sin esperanza, y cargando mucho dolor, sucios, algunos, malolientes otros, pero hablan. Relatan generalmente una historia desgarradora, un hijo en agonía, una medicina que se necesita para salvar una vida que cuesta una fortuna, alguien con cáncer terminal, un sujeto que requiere  una operación de urgencia. Un niño en estado de coma. Un ciego. Un minusválido acompañado de otro. La lista es infinita. El drama humano penetra por los poros, uno no puede ser indiferente. Dolor, dolor, y más dolor.

Luego cae un silencio sepulcral, y el orador improvisado (que ha pagado su pasaje), extiende su mano (muchas veces sucia y sudorosa) y pasa pidiendo una limosna. Lo dramático es ese segundo momento que ocurre. La gente humilde que va en el bus, el pueblo de Nicaragua que usa los buses como su único medio de trasporte, da. Se abre la cartera o un pequeño morral y saca una moneda, de un córdoba, algunos de cinco córdobas, de vez en cuando, salta un billete verde de diez córdobas, pero la solidaridad humana no se hace esperar. Raramente el llamado, el grito de angustia de esa gente que yo les llamo “los de la última frontera”, es desoído.

Esto me recuerda a mi muy querido y nunca olvidado profesor de la vieja Facultad de Derecho en León, el doctor Mariano Fiallos Oyanguren, quien al analizar el fenómeno social del terremoto de Managua de 1972, nos decía que por ejemplo en los Estados Unidos las instituciones funcionan. Y en una tragedia como un terremoto, maremoto, o tornado, cuando esto ocurre nadie reacciona yéndose a otro estado a la casa de un pariente o de un amigo, como fue el caso de nosotros en el terremoto anteriormente citado. Las instituciones, decía, entran en acción, el Ejército, la Cruz Roja, las agencias del Estado son activadas. Y eso lo corroboramos en la reciente pandemia del covid. El gobierno federal y los estados de la Unión por separado, financiaron a los ciudadanos durante la crisis  y todo el mundo permaneció en casa.

Pero en nuestro país, en donde el Estado no cuenta con dichos recursos, la solidaridad humana llena ese vacío. La gente da lo poco que tiene, el pedazo de tortilla, el puchito de frijoles, el pedacito de pan, pero la respuesta es inmediata. El nicaragüense  es generoso, es magnánimo aún en la miseria, tiene corazón abierto, de amor, de fraternidad, de hermandad.

Bendito país el nuestro, queridos amigos lectores, sigamos por estos caminos que nos distinguen del resto de la humanidad.

El autor es abogado.

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