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¿Debe la Iglesia meterse en política?

¿Debe la Iglesia buscar exclusivamente la salvación o salir de los confines del templo para influir en los temas políticos? La respuesta a esta y similares preguntas ha dividido a los católicos durante muchas décadas.

Un artículo reciente del profesor Andrés Pérez Baltodano (“Aporías de la Fe”, LA PRENSA 20,10,2022) aborda con erudición este tema problemático y complejo. Es problemático en parte porque es difícil precisar el alcance de la palabra política.

El consenso más aceptado es que si bien la Iglesia —entendida aquí como la jerarquía eclesiástica y no como la comunidad de todos los creyentes— debe iluminar desde la fe las realidades terrenas, lo que implica dar orientaciones generales para que el quehacer político respete la dignidad del hombre y otros valores éticos derivados del Evangelio. Pero, al mismo tiempo, se insiste en que no debe involucrarse en “política partidaria”; es decir, en endosar u objetar medidas más concretas, ni a partidos o líderes particulares.

En Nicaragua, durante la revolución sandinista muchos cristianos y clérigos alegaron que la iglesia tenía un deber ineludible de meterse en política partidaria, identificándose con el Frente Sandinista. Se inspiraban en le Teología de la Liberación, tributaria de la visión marxista que ve al mundo escindido en una lucha irreconciliable entre opresores y oprimidos. Uno de sus voceros, Gustavo Gutiérrez, lo expresó así: “Optar por el pobre es optar por una clase social sobre y en contra de otra”.

 Haciéndose eco de sus palabras, el teólogo Teófilo Cabestrero afirmó: “En Nicaragua el proceso revolucionario le pide a la Iglesia a optar por el pobre de manera concreta. Aquí uno, o escoge por los pobres (apoyando los cambios radicales de la revolución), o por la clase empresarial, apoyando (directa o indirectamente) su proceso político”.

Igual habló el jesuita Álvaro Argüello (q.e.p.d.): “Los cristianos deben realizar muy claramente que no les quedan más que dos alternativas: o están con el proceso revolucionario… o están inevitablemente en contra de tal proceso, sin importar qué tan santas y humanitarias sean sus intenciones”.

Para ellos no había pluralidad de opciones. Semejantes visiones fueron objetadas por Juan Pablo II en su alocución de 1979 en Puebla, Méjico, “…es un error afirmar que la liberación política, económica y social coincide con la salvación en Jesucristo; que el Regnum Dei (reino de Dios) se identifica con el Regnum Hominis” (reino del hombre) …”

La Iglesia no necesita, pues, recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre… es necesario evitar reduccionismos y ambigüedades: la Iglesia perdería su significación más profunda. Su mensaje de liberación no tendría ninguna originalidad y se prestaría a ser acaparado y manipulado por los sistemas ideológicos y los partidos políticos.

Hoy, tras el colapso del socialismo marxista en Europa, han enmudecido los exabruptos de los teólogos de la liberación y sus seguidores, pero no llega a resolverse plenamente el tema del papel que le corresponde a la Iglesia en la esfera política y social.

No es fácil. Esta, por ejemplo, puede hablar de la responsabilidad moral que tiene el ser humano ante la salud ecológica del planeta. ¿Pero le es pertinente abogar por sustituir los combustibles fósiles por energía renovable? Igual, un grupo de obispos pueden llamar a un gobierno a respetar la libertad personal y política de los ciudadanos, ¿pero es pertinente que descienda a sugerir formas concretas de reorganizar el gobierno? ¿No son más bien los laicos los llamados a dilucidar estas interrogantes más concretas?

 Lo anterior era lo que sugería el fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá cuando llamaba a distinguir los temas opinables de los que no lo son. El aborto, o la presencia real de Cristo en la Eucaristía, no son temas donde los católicos puedan diferir sin contradecir su fe. El dolarizar o no la economía, en cambio, es algo donde todos tienen derecho a opinar libremente, y donde la Iglesia no debe hacerlo, so pena de caer en la tentación del clericalismo. Claro. Las fronteras entre lo opinable y lo no opinable no son fáciles de trazar.

La Iglesia siempre deberá proclamar los ideales evangélicos, denunciar la inmoralidad y defender a sus hermanos los hombres. Pero serán los laicos quienes, en las entrañas del mundo, traten de llevar dichos ideales a la práctica buscando los caminos concretos que lo humanicen y lo hagan mejor.

El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro Buscando la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019. Disponible en librerías y en Amazon.

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