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Día del médico nicaragüense, retrovisión histórica 

El 26 de octubre recién pasado se conmemoró  el Día Nacional del Médico, que yo diría pasó casi inadvertido para la sociedad nicaragüense en general.

         En lo personal tuve una experiencia simpática y peculiar. El 23 de octubre, o sea tres días antes de la fecha conmemorativa, recibí un caluroso chat de una hermana muy querida desde los Estados Unidos, felicitándome por el Día del Médico. Ella a su vez había recibido ese chat reenviado, de sus amigas de colegio residentes en Nicaragua. Por supuesto que agradecí el gesto de mi hermana y le aclaré que el 23 de octubre, es en México donde celebran este día.

         Nací y crecí en un hogar y una familia de médicos. Recuerdo desde niño y adolescente, los 26 de octubre de cada año, las tarjetas de felicitaciones para mi padre, doctor Enrique Jiménez Miranda, que le enviaban desde las instituciones donde trabajaba, de sus pacientes en particular acompañadas en ocasiones de delicados presentes. También lo recuerdo asistiendo complacido al convivio con que celebraba su día el Colegio de Médicos y Cirujanos de Nicaragua. Todo esto después, ya como médico graduado, me tocó a mí vivirlo por un tiempo.

         La medicina es una ciencia y un arte que encuentra su razón consustancial de ser en una relación muy humana, la “relación médico paciente”. Si esta no existe se desvirtúa toda esa ciencia y arte. Un profesional de la medicina puede conocer “al dedillo” todo lo último en biología molecular, inmunología y terapias últimas, pero si no conoce a su paciente puede ser reconocido como un científico en medicina, pero no como un médico.

         El doctor en medicina debe integrar al currículum académico de su carrera, esa aptitud vocacional y humana que lo empuja a identificarse, conmoverse, compadecerse y alegrarse con su paciente, que se logra a través de una sana relación médico paciente.

         Viendo por el retrovisor de la historia es innegable que la medicina nacional vivió sus décadas de oro en los finales del siglo XIX y las primeras siete décadas del siglo XX, épocas en las que relucieron brillantes médicos y cirujanos generales, capaces de atender con singular competencia a pacientes adultos, pediátricos, geriátricos, gineco-obstétricos. Ellos ejecutaban exitosamente cirugías de las distintas regiones del cuerpo, incluyendo agujeros o “burr hole” del cráneo para trepanaciones por hematomas.

         Fue la época de la medicina en Nicaragua, en la que el médico y cirujano graduado era capaz de atender y resolver de manera competente toda eventualidad médico-quirúgica; y en caso de situaciones complicadas, se solía recurrir a las llamadas “juntas médicas” con el fin de solicitarse entre colegas los criterios y el apoyo que fuese necesario para la terapia de su paciente. En mi memoria conservo las palabras de mi padre: “Voy o vengo de una junta médica”.

         Esta medicina vivida y practicada de una manera docta y coloquial produjo por un lado que el médico de esas décadas gozara del afecto y respeto de sus pacientes y por otro lado contribuyó de manera singular al fortalecimiento de la ética médica, manifestado en la consideración y reconocimiento a nuestros maestros y colegas, y en la observancia rigurosa del sigilo profesional con nuestros pacientes.

         León, Granada, Managua y Masaya, y en fin, prácticamente todos los departamentos  albergaron una cantidad de médicos ilustres que con todo y sus debilidades humanas e imperfecciones, entregaron su vida a una profesión que debe practicarse en relación humana, respetuosa y cálida del médico con su paciente.

         De nuevo el retrovisor histórico nos muestra en León y Granada, respectivamente, dos insignes maestros, los doctores Luis H. Debayle y Juan José Martínez, que además de antecederse como pioneros en la introducción de técnicas y conocimientos que revolucionaban la medicina y cirugía de la época, fueron auténticos propulsores de la salud y líderes integrales, hombres de mucha ilustración, educación y cultura.

         Ambos fundaron las llamadas casas de salud en León y Granada. También el doctor Debayle fundó el Hospital San Vicente, de León y el doctor Martínez el Hospital San Juan de Dios, en Granada. El doctor Luis H. Debayle, llamado por sus contemporáneos “el sabio”, acendrado clínico, cuidadoso vigilante de la evolución de sus pacientes a quienes incluso por las noches visitaba montado en su caballo, “cirujano limpio” que introdujo en el país y practicó la cirugía aséptica, hombre de letras que mereció el reconocimiento y aprecio de Darío; maestro por excelencia de la medicina en Nicaragua que terminó sus días enseñando. Mi padre me platicaba como él, le sacaba la silla de ruedas de la valijera del carro al “maitro Debayle”, ya amputado de sus piernas por una diabetes, para conducirlo al interior de la Universidad, donde iba a impartirles sus lecciones de Historia de la Medicina y que el maestro agradecía con un

“gracias hijo”. Este hombre como maestro por antonomasia de la medicina en nuestro país y agregado a la genealogía histórica, le cabe la dignidad de padre de la medicina nacional.

         El Tercer Congreso Médico Nacional, al concluir envió una “excitativa” a la presidencia de la República para que se decretara el Día del Médico en Nicaragua, señalando el 26 de octubre, natalicio del doctor Luis H. Debayle. El 25 de enero de 1950 se aprobó este decreto, que fue publicado en La Gaceta, el 20 de febrero de ese año.

         Desde esa fecha las distintas organizaciones, asociaciones e instituciones médicas y académicas nicaragüenses, lo mismo que la sociedad del país, han tenido el 26 de octubre como el día conmemorativo del médico nacional.

El autor es médico.

Opinión ética médicos pacientes
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