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Quienes no tienen nada que  decir y lo dicen muy mal

El filósofo Karl Popper (1902-1994) definía a escritores ofuscados como “quienes no tienen nada que decir y lo dicen muy mal”. Popper, poderoso defensor de la democracia liberal, era particularmente crítico con intelectuales que criticaban el sistema social sin ofrecer ninguna alternativa viable. Recuerdo a menudo el criticismo acerbo de Popper cuando leo los comentarios vacíos de algunos políticos, celebridades y columnistas. De izquierda a derecha me vienen a la mente: Alexandria Ocasio-Cortez y Steve Bannon. El lector podrá seguramente añadir aquí sus nombres favoritos.

Popper también creía que el criticismo social era esencial para el éxito de una sociedad abierta. Desarrolló el razonamiento paradójico de que “para mantener una sociedad tolerante la sociedad debe ser intolerante con la intolerancia”. Popper añadía la advertencia de que si una sociedad era ilimitadamente tolerante su habilidad para ser tolerante sería eventualmente destruida por la intolerancia. Es el trabalenguas de la paradoja de la intolerancia.

La paradoja penetra nuestras vidas cotidianas cuando decidimos qué restricciones, si alguna, deben aplicarse a la libertad de expresión. Popper creía que permitir la libertad de expresión a quienes quisieran utilizar tal libertad para eliminar libertades era contradictorio. O sea, sería inconsistente permitir libertad de expresión a quienes eliminarían la expresión de quienes discrepen con ellos. Entonces, ¿qué libertad de expresión debería permitir una sociedad tolerante a los intolerantes ideólogos fascistas y comunistas entre nosotros?

Popper, y John Rawls, dos de los mayores pensadores del siglo XX, ofrecieron algunas ideas. La actitud americana es tolerar criterios intolerantes casi ilimitadamente. Pero eso, para Popper y Rawls, parecía arriesgado. Si el intolerante busca destruir la sociedad, la sociedad tiene derecho a volverse intolerante ante tales opiniones para resguardarse a sí misma. Así, Rawls añadía a su tolerancia la cláusula excluyente del “auto-resguardo”.

En la práctica actual de libertad de expresión hemos adoptado una doble moral. Las opiniones totalitarias derechistas (ejemplo, fascismo) no se toleran, pero las izquierdistas (ejemplo, comunismo) se permiten. Por lo tanto, si se invita a hablar a un neonazi en una de nuestras universidades es probable que la presentación se cancele por el furor de las protestas. De hecho, aun disertantes conservadores moderados encuentran rechazo. Sin embargo, oradores izquierdistas totalitarios no enfrentan tal hostilidad.

Aquí, algunos lectores despistados, que no tienen nada que decir y lo dicen muy mal, objetarán que contrapongo fascismo racista con comunismo “altruista”. Revisemos entonces, los hechos históricos de “democidio” por regímenes fascistas y comunistas. Democidio, o muerte provocada por el gobierno, es un término útil introducido por R J Rummel para definir “el asesinato intencional de una persona armada o desarmada por agentes gubernamentales actuando en su capacidad dictatorial y conforme a políticas gubernamentales u órdenes superiores”.

Tratándose de democidio, los nacionalsocialistas de Hitler son responsables de aproximadamente veinte millones de víctimas. El Libro Negro del Comunismo estima cien millones de personas asesinadas por los comunistas marxistas en el siglo XX. Los autores investigan la China del “Gran Timonel”, Corea de Kim Il Sung, Vietnam bajo el “Tío Ho”, Cuba bajo los Castro, Etiopía con Mengistu, Angola bajo Neto y Afganistán con Najibullah.

En una sociedad liberal el Estado de derecho debe proteger incluso creencias odiosas. Entonces, ¿debe una sociedad tolerante permitir a fascistas como Steve Bannon o socialistas como Alexandria Ocasio-Cortez el derecho a diseminar ideas intolerantes que socaven los fundamentos de la sociedad? ¿O debe la sociedad rechazar tolerar la intolerancia? Cualquier proyecto es defendible, pero de alguna manera, no estoy seguro sobre qué base, parece que hemos concluido que las creencias odiosas de Bannon deben ser prohibidas del discurso público, pero no las de Ocasio-Cortez que, como demuestra la historia, fomentan democidio.

Quizás la manera más consistente de manejar la paradoja de la intolerancia es no mostrar intolerancia ante opiniones que nos incomodan, que difieren de las nuestras, o incluso que nos enfurecen. Debemos ser intolerantes solamente cuando esas ideas constituyan un claro e inmediato peligro a nuestro orden político. Mientras tanto, podemos decidir evitar esos políticos, celebridades y columnistas que no tienen nada que decir y lo dicen muy mal.

El autor, doctor José Azel, fue Investigador Senior en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami, y es autor del libro Mañana in Cuba. El último libro del Dr. Azel es Libertad para Novatos.

*[email protected]

COMENTARIOS

  1. Hace 2 años

    Difiero en el último párrafo respecto a ser intolerante “en ciertos casos”, ya que el mismo argumento usará un grupo en el poder, ya sea de derecha o de izquierda o como se se quiera llamar

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