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Vivir el reinado de Jesús

Los cristianos creemos que Cristo es nuestro rey. Los cuatro evangelistas nos dicen que en la cruz de Jesús habían puesto una inscripción, el motivo por el que Poncio Pilato mandó a crucificarle: “Este es el rey de los judíos” (Mt. 27,37; Mc.15, 26; Lc. 23, 38; Jn. 19, 19).

Durante su vida pública Jesús nunca se llamó a sí mismo “rey” de una manera directa, a no ser en juicio ante Pilato (Jn. 18, 33-37). Sin embargo, tampoco lo negó: Cuando Natanael se encuentra con Jesús, le dice: “Tú eres el rey de Israel” (Jn. 1, 49); Y Jesús no le contradice.

La muchedumbre que recibió en Jerusalén a Jesús con palmas y olivos, le decían gritando: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el rey de Israel” (Jn. 12,1 3; Mc. 11, 10); y Jesús no les mandó callar, sino todo lo contrario: Algunos de los fariseos que estaban entre la gente, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Y Jesús les respondió: “Si estos se callan, gritarán las piedras” (Lc. 19, 39-40).

Los soldados, después de azotar a Jesús (Mt. 27, 26), le pusieron una corona de espinas y se mofaron de él diciéndole: “¡Salve, rey de los judíos” (Mt. 27, 29; Mc. 15, 18). Y Jesús tampoco les respondió.

Una vez en la cruz, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, se burlaban de Jesús y le decían: “Rey de Israel es: Que baje ahora de la cruz y creeremos en él” (Mt. 27, 29; Mc. 15, 32). Esto mismo le decían los soldados (Lc. 23, 37). Y Jesús ni a unos ni a otros les dijo nada.

Fue ante Pilato, cuando Jesús habló claro y aceptó el ser llamado “rey”: Los sumos sacerdotes y escribas presentaron a Jesús ante Pilato acusándole de que se tildaba de rey: “Hemos encontrado a este… diciendo que él es el Cristo Rey” (Lc. 23, 2); y, al preguntarle Pilato, si era verdad que él era el rey de los judíos, Jesús, según los cuatro evangelistas, le respondió: “Tú lo dices” (Mt. 27, 11; Mc.15, 2; Lc. 23, 3; Jn. 18, 33-34).

Pero Jesús aclara ante Pilato algo que es muy importante: “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36).  Jesús, es verdad, acepta ser llamado rey y habla de un reinado. Pero nunca permitió que se le confundiese con un rey de este mundo.

Cuando la gente vio el milagro de Jesús al multiplicar los panes y de los peces, pretendió tomarle a la fuerza para hacerlo rey, como los reyes de este mundo y él, al darse cuenta de ello, “huyó al monte solo” (Jn. 6, 15).

El poder no es lo propio de Jesús sino el servicio; por eso, cuando Jesús se da cuenta de que sus discípulos están peleando por el poder y sus primeros puestos (Mc. 10, 35-3841), les dice: “¿No saben lo que piden?” (Mc. 10, 38)…

“Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc. 10, 42-45).

Jesús ha venido a comunicarnos “una Buena Nueva” (Lc. 4, 18; 8,1 Mc. 1, 15): La creación de un hombre nuevo, capaz de construir también una nueva sociedad.

Construir el reinado de Dios es pensar, sentir, hablar y actuar como pensó, sintió, habló y actuó Jesús, el primer hombre nuevo que llevó a cabo el reinado de Dios.

Construir el reinado de Dios es hacer realidad en nuestra vida los grandes valores con que Jesús edificó su vida, esos valores que, al verlos la gente decía asombrada que “enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mc. 1, 22).

Cuando los grandes valores, del amor a todos sin distinción alguna, el respeto a todo ser humano y sus derechos, la solidaridad, la igualdad y fraternidad, la honradez y la fidelidad, la ayuda al más necesitado, la justicia, el espíritu de servicio a todos, se hagan una realidad en nosotros, nos convertiremos en hombres nuevos y esta sociedad nuestra, sin duda alguna, será también nueva, empezaremos a vivir en paz todos porque el reinado de Dios se hace una realidad en este mundo nuestro.

El autor es sacerdote católico.

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