La noticia de 2012 que despertó el mayor entusiasmo en la pequeña comunidad científica nicaragüense fue sin dudas la recuperación de una gran extensión territorial del mar Caribe.
Todo indica que dicha región cobija valiosos yacimientos petrolíferos y que es, a la vez, una de las de mayor biodiversidad del mundo —toda una mina para el descubrimiento científico—.
Esa enorme porción de mar, ahora bajo soberanía nicaragüense, alberga una incomparable variedad de especies nativas y endémicas. Incluye el ochenta por ciento de la mayor barrera de coral del Atlántico y es el hábitat natural de más de cien tipos de coral, cientos de especies de peces, gran variedad de esponjas, moluscos, langostas, crustáceos, tortugas y ballenas; sin contar las aves migratorias que se refugian en los manglares aledaños.
Ese exuberante tesoro marino, unido a la también extraordinaria biodiversidad terrestre, ha venido a reforzar la consideración de Nicaragua como país excepcionalmente diverso.
Para una nación tan empobrecida y ambicionada de prosperidad, contar con esa formidable riqueza —biológica y petrolera al mismo tiempo— la coloca ante una fatal disyuntiva. De confirmarse el potencial petrolero, Nicaragua tendría que elegir entre la explotación de petróleo o la conservación de la biodiversidad; escoger el lucro precipitado y efímero o el desarrollo sustentable a largo plazo.
Aunque lucrativa, la industria petrolera es esencialmente contaminante. La quema de combustibles fósiles es la principal causante del calentamiento global. Una eventual explotación industrial causaría desequilibrios ecológicos incalculables y pérdidas irreparables a la biodiversidad.
En contraste, esa riqueza biológica, que hasta ahora había pasado inadvertida, representa grandes oportunidades en mercados emergentes y podría constituir la fuente de una nueva industria sustentable.
La importancia de la biodiversidad marina para la pesca y el turismo está bien documentada. Más allá de su valor ecológico intrínseco, la biodiversidad presente en los arrecifes de coral apoya la industria pesquera sirviendo de hábitat para muchas especies de consumo humano.
Algo menos comprendido, sin embargo, es el significado y valor de la diversidad natural para la industrialización y el desarrollo socioeconómico. Cada vez más los organismos marinos proporcionan la materia prima para el descubrimiento de nuevos productos industriales y médicos. En arrecifes coralinos, por ejemplo, se han identificado compuestos, genes y enzimas para producir fertilizantes, emulsificadores, fármacos y medicamentos.
Lamentablemente estas oportunidades se tropiezan con un sinnúmero de limitaciones que impiden aprovecharlas. Para hacer uso apropiado del capital natural con que se cuenta, resulta imprescindible conocerlo. Pero el estudio de los recursos marinos del Caribe ha estado ausente en la agenda nacional. Aunque los pocos inventarios existentes dan algunas pistas sobre las especies de las zonas marino-costeras, el conocimiento científico sobre ultramar es escaso.
Además, se desconoce la complejidad de dichos ecosistemas o el grado de acidificación de sus aguas y la magnitud de esa problemática ecológica, a pesar de que a nivel mundial Nicaragua es uno de los países más vulnerables al cambio climático.
Si bien se cuenta con expertos en biodiversidad, en lo que respecta a temas marinos el número de especialistas es insignificante. Asimismo, hay menos expertos en genómica, bioinformática y proteómica, herramientas imprescindibles para estudiar rigurosamente la biodiversidad y para la industria de alta tecnología.
La ausencia de verdaderas políticas de Estado que estimulen la investigación es acaso el mayor freno a la inversión en infraestructura científica para el desarrollo industrial.
Nicaragua no podrá enfrentar los desafíos del mundo globalizado sin estrategias de emprendedurismo e innovación que vinculen la formación de capacidades con inversiones en sectores económicos tradicionales y no tradicionales.
El exiguo crecimiento económico experimentado en los últimos años pudo haber sido superior y nuestra competitividad aun mejor si se hubiera invertido en investigación y desarrollo.
Para aprovechar las oportunidades que encierra la riqueza natural del país y reconociendo las debilidades mencionadas, tanto la estrategia como la formación de capacidades revisten una importancia crítica. Esto último constituye, además, un eslabón esencial para colocar al país en la senda de la emergente “economía del conocimiento”, en la que este es el motor económico central.
Una estrategia para el mar Caribe no puede concebirse sin la adopción de un modelo diferente de desarrollo científico. Con ello Nicaragua optaría por nuevas formas de pensar el crecimiento que permitan el uso efectivo de los recursos naturales y la necesaria conservación de la biodiversidad, al tiempo que se abandonaría de una vez ese sombrío historial de extracción y saqueo que nos mantiene en el atraso.
Por ello sería moralmente inaceptable decidirse por una actividad petrolera que ignore las posibles afectaciones ambientales y que ponga en peligro el patrimonio natural.
El autor es doctor en biología molecular.
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