Trabajaba como gerente de ventas de inmuebles en Financiera de la Vivienda, a cargo de los Robles y las Brisas, cuando una mañana, inesperadamente, se acercó una amiga o conocida de cara, como decían antes. Joven, esbelta, de rostro precioso mirada dulce y una sonrisa que abrió la conversación.
Me enseñó un recibo de la compañía eléctrica y me dijo que tenía necesidad de cubrirlo. Un poco azorado le suministré el equivalente a su deuda y nos despedimos cordialmente.
Al día siguiente que era miércoles, me llamó para invitarme a unos traguitos en su casa, el día sábado, pues ya había superado sus problemas y quería mostrar su agradecimiento. Me citó a la una de la tarde en su casa y estuve a esa hora donde localice su morada, consistente en una casa alta de taquezal con aleros volados, dos gradas y una puerta antigua que pude golpear suavemente para indicar mi presencia.
Graciosamente me recibió, me hizo pasar a su hogar, encendió su tocadiscos con música romántica, abrió un pequeño bar y me dijo servime un trago de whisky y vos tomás lo que querrás. En una bandeja de plata estaban cuatros vasos, una pequeña hielera y sus pinzas que utilicé para servirnos el hielo de los dos tragos combinados con soda.
Nos sentamos a conversar generalidades y escuchar Sinceridad de Rafael Gastón Pérez. En ese momento sonaron tres golpes fuertes en la puerta y ella nerviosa me dijo, vení para acá por favor y ayudada por su empleada, pusieron una escalera en el patio de su casa y me indicó “súbete y espérame”. Veloz, subí las escaleras de maderas y me quede en el techo de tejas de barro. Ellas quitaron la escalera, abrieron la puerta principal y escuche voces… por el cañón del techo asomé la vista hacia la calle y vi un carro negro muy hermoso, a su orilla, el capitán Manzano primer ayudante del presidente de la República y sentado en el auto, el chofer con el uniforme del ejército. Sumido en un limbo inesperado, me faltaba otra sorpresa, pues de pronto, un inmenso aguacero comenzó a caer entre truenos y rayos, yo no tuve más que aguantar la lluvia que traspasaba mi ropa y zapatos y a veces serio y otros riéndome, me lamentaba y disfrutaba la aventura.
No sé cuánto tiempo pasó, quizás, dos horas y media cuando el aguacero ceso, y campantemente el presidente salió de la casa, subió a su carro y se marchó… Inmediatamente escuché una voz que me dijo… “Ya podés bajar”…
Chorreando agua por todos lados y entre molesto y comprensivo, sonreí cuando me dijeron “quítate la ropa que te la vamos a planchar”. Efectivamente quede como Adán, mientras mi ropa interior, camisa y pantalón eran secados, igual los calcetines que eran planchados por unas manos piadosas. Mientras yo, envuelto en una sábana volví a escuchar Sinceridad y algunos boleros más.
Me vestí, despedí, subí a mi carro y salí como alma que se la había llevado el diablo. Riéndome de mi pequeña tragedia, asombrado por la presencia presidencial y más aún asombrado por el manejo inescrupuloso de la damisela, partí de aquella casa.
Dos meses después, Roberto Girón Lemus mi asociado publicitario en Guatemala y con una gran experiencia política, ya que había sido diputado y secretario de la presidencia de Arévalo, vino a Nicaragua y me pidió acompañarlo al Banco Central y a visitar al presidente de la República.
Estuvimos con Chico Laínez, afable y profesional como siempre, nos recibió y obsequió algunos libros de esa institución. Posteriormente subimos a Tiscapa con una cita que se dio con la asistencia del caballeroso presidente. “Doctor usted conoce a Róger”… dijo Roberto… y el presidente socarronamente me dio una palmada en el hombro y dijo: “¿Como que se resfrió amigo? ”… Los dos reímos, nos dimos un abrazo de compadres y siguió la conversación como si nunca hubiese pasado nada…