En el Mar del Norte, en Europa, hay dos torres cilíndricas de concreto unidas por una plataforma de hierro que encima tiene un helipuerto. Y ya. Bienvenidos al Principado de Sealand, el país más pequeño del mundo, ochocientas veces más pequeño que el Vaticano y ubicado a tan solo diez kilómetros de la costa este de Inglaterra. Eso sí, en aguas internacionales.
Pero no hay que subestimarlo. El Gobierno de Sealand tiene bandera, himno, moneda, estampillas, casi cien mil seguidores en Facebook, tuitea con algo de frecuencia, tiene sitio web, expide pasaportes oficiales, vende títulos nobiliarios y cuenta con un par de logros deportivos.
La población permanente actual del principado es de dos personas, pero ha llegado a ser más de veinte y el 18 de mayo de 2013 Sealand disputó un partido de futbol amistoso contra un combinado del Fulham FC, de la Primera División de Inglaterra. Y cuatro días más tarde el alpinista Kenton Cool ondeó el rojo, blanco y negro de la bandera sealandesa en la cúspide del Monte Everest, el punto más alto del planeta.
¿Por qué el país más pequeño del mundo?
Antes de ser bautizado como Sealand, la mole de cemento se llamaba Fuerte Roughs. Fue construida en 1943 por Guy Maunsell como parte de una serie de plataformas de la Marina de Guerra Británica, cuyo rol era defender Reino Unido en caso de que Adolf Hitler atacara por vía marítima. Pero la Segunda Guerra Mundial acabó y las edificaciones, rodeadas únicamente por agua helada, frío quiebrahuesos y cielo grisáceo, fueron desalojadas. A la fecha todas están abandonadas menos el Roughs, casa de la familia real de Sealand.
A comienzos de los años sesenta, un exmayor del Ejército británico, llamado Paddy Roy Bates, se convirtió en un operador de radio pirata. Su estación se llamaba Radio Essex, pueblo inglés de donde provenía, y mandaba su señal sin pagar impuestos. Como era de imaginarse, encontró en las antiguas fortificaciones militares de Maunsell el sitio idóneo para el florecimiento de su negocio. Primero usó el Fuerte Knock John, ubicado a tan solo 4.5 kilómetros de la costa, pero las autoridades inglesas descubrieron su quehacer y fue enjuiciado por sus transmisiones ilegales.
Bates aprendió la lección y, ni lento ni perezoso, se llevó a su esposa Joan y a sus hijos Michael y Penélope a un fuerte igual de solitario, como a él le gustaban, pero un poco más lejano. Y el 2 de septiembre de 1967, Roy izó una bandera, declaró la independencia de su nuevo miniestado y nombró a su esposa como princesa del lugar. Al cual llamó Sealand, algo así como Marlandia en español.
El que no corre vuela
A lo largo de los años, la Corte Real Inglesa ha intentado quitar a la familia Bates del lugar, pero no ha tenido éxito. El fuerte está en territorio de nadie y la jurisdicción del Reino Unido no lo alcanza. Además, según la Convención de Montevideo, Sealand reúne los requerimientos necesarios para ser considerado un Estado, aunque nadie lo reconoce oficialmente. ¿Y cómo sobrevive un microestado no reconocido? Fácil: se transforma en un paraíso de datos de internet y en una lucrativa tienda online.
Esta forma de ganarse el pan de cada día es reciente en la vida de los Bates y quien más ha participado en ella ha sido Michael, hijo de Roy y actual príncipe del país, luego de que su padre muriera en octubre de 2012.
A comienzos de este siglo Michael fundó HavenCo Limited, una empresa que provee servicios de red privada virtual (RPV), almacenamiento online en nube, alojamiento de web y recuperación de información. HavenCo funcionó hasta 2008, pasó seis años inactiva y retomó acciones en 2014. Su principal atractivo es que no está sujeta a molestas leyes de control de países como Estados Unidos y brinda los paquetes sin preguntar qué información se va a guardar, aunque Michael ha asegurado que nada ilegal ocurre en su empresa, según la BBC.
A la vez, el país más pequeño del mundo posee un moderno sitio web con una tienda en línea donde cualquiera puede hacerse sealandés. Un pasaporte y el título de Caballero de la Orden Militar Soberana de Sealand cuestan 150 dólares; un título de Lord, Lady, Barón o Baronesa se paga en 45 dólares; el libro histórico del lugar, titulado Guardando el Fuerte, vale 20; y una pulsera tricolor se adquiere en 3 dólares con 50 centavos.
A lo James Bond
Entre las mejores historias que tiene el país más pequeño del mundo para contar hay una de suspenso y acción.
Ocurrió en agosto de 1978, cuando un alemán llamado Alexander Achenbach contrató a un grupo de holandeses para atacar la plataforma y apoderarse del país. En Sealand solo se encontraba Michael Bates y lo tomaron como rehén. A los pocos días llegó James Bond. Bueno, llegó Roy Bates, el príncipe, al mejor estilo del agente 007. Bajándose de un helicóptero de cabina transparente, con sus propios mercenarios y armas de fuego, el príncipe liberó a su hijo y enseñó a los agresores lo que se siente ser un rehén por varios días. Los holandeses fueron expulsados, pero Achenbach, quien poseía un pasaporte oficial de Sealand, fue obligado a permanecer en la base como prisionero. Los gobiernos de Holanda, Austria y Alemania pidieron a Reino Unido que interviniera para que liberaran al ciudadano teutón, pero no hubo respuesta. Finalmente Roy decidió liberarlo y dijo años después que jamás volvió a sentir la descarga de adrenalina que palpó cuando bajaba del helicóptero con ánimos bélicos.