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Nadie tiene un registro de cuántas son las personas que duermen en las calles de Managua. Ellos mismos dicen que son "sin número" porque son muchos. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

Nadie tiene un registro de cuántas son las personas que duermen en las calles de Managua. Ellos mismos dicen que son “sin número” porque son muchos. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

Los huéspedes de la calle

Por las noches las calles de Managua se convierten en una especie de gran hotel para muchas personas que carecen de una vivienda.

El sitio que más le gusta para dormir a Edwin José Martínez es debajo del puente de la Vicky, en Altamira. Es un lugar adonde nadie llega y donde Martínez se siente lejos del alcance de las miradas de la gente y las agresiones de delincuentes o personas desalmadas. Pero en esta época de lluvia busca otro lugar porque la última vez que durmió debajo de la plataforma una repentina corriente de agua casi lo arrastra y escapó de morir ahogado. “Estábamos al fondo y de repente sentimos el agua que casi nos lleva”, recuerda Martínez, quien en ocasiones anda acompañado de Jonatán Urbina.

Martínez, de 37 años de edad y Urbina, de 21, son dos de las muchas personas que duermen en las calles de Managua cobijados por la oscuridad de la noche, abrazados por el frío de la madrugada y protegidos solamente, como ellos dicen, bajo el amparo de Dios.

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Las paradas, las aceras de las iglesias, los parques, las calles de los residenciales…, muchos son los lugares de Managua donde la gente que no tiene un techo pasan la noche y sufren el frío de la madrugada. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

Las personas que duermen en las calles de la capital están en todas partes, principalmente en los mercados, en los parques, en las afueras de las iglesias, en los centros comerciales, en las paradas y terminales de buses, pero también en las calles de los residenciales, como Rosa Lina Esther Matus Martínez, de 76 años de edad, de los cuales más de 15 los ha pasado durmiendo en las calles de Los Robles o de Altamira, donde solo la conocen como “Esther”.

Y aunque muchos pudieran imaginar que estas personas no trabajan, en realidad hay bastante de ellos que en el día se ganan la vida en los mercados o recolectando material para el reciclaje. “Churequeros” les llaman.

El sociólogo Cirilo Otero explica que a nivel gubernamental “visible” y “oficialmente” no existe ningún dato que indique la dimensión del problema de las personas que no tienen una vivienda y se ven obligadas a dormir en las calles. El Ministerio de la Familia tiene programas que están destinados principalmente a los niños y adolescentes pero no se ve un esfuerzo hacia las personas que se les conoce comúnmente como “indigentes”, indica Otero. Y a nivel no gubernamental sí existen algunos esfuerzos que son casi “imperceptibles” ya que se tratan principalmente de actos caritativos, especialmente provenientes de personas religiosas, añade el sociólogo. Los organismos no gubernamentales poco a poco han perdido financiamiento extranjero para incidir en la situación.

ABANDONO, MALTRATO, POBREZA…

¿Qué tendría que pasar en la vida de una persona para que termine durmiendo en las calles? Una respuesta a esta pregunta está bajo el alero de una iglesia en Bello Horizonte, donde desde hace cinco meses Ángela del Carmen Ayerdis Sevilla, de 61 años de edad, se unió al ejército de indigentes de la capital.

A pesar de los años conserva una buena figura forjada tal vez de los años en que fue trapecista en un circo, donde también aprendió a hacer masajes bajo las instrucciones de una mujer coreana.

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Ángela Ayerdis Sevilla duerme en la entrada de una iglesia de Bello Horizonte junto a su hijo Nelson Lacayo. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

Joven se unió conyugalmente a Sergio Esteban Pérez con quien procreó tres hijas. Pero el hombre le daba maltrato. “Se portó mal”, explica ella. Dos de sus hijas están ahora en Costa Rica y otra, que vive en Managua, sufre la misma historia de maltrato, cuenta la madre. Luego se unió a otro hombre, Nelson Lacayo, y tuvieron un hijo que lleva el mismo nombre y que hoy tiene 20 años de edad. De Lacayo se separó también por maltrato y porque no dejaba de consumir drogas.

Ayerdis anduvo alquilando. Pero la recompensa económica de su trabajo, lavar vasos y platos en un comedor del mercado Oriental, y a veces también dar masajes, comenzó a ser insuficiente para pagar el alquiler de 1,500 córdobas. Ella gana 40 córdobas al día. Y entonces, desde hace cinco meses, duerme con su hijo en la parte frontal de una iglesia en Bello Horizonte, donde a veces tiene que compartir cama con desconocidos. A ella le da miedo. Pero no tiene de otra, dice. A veces no come. En la noche del martes pasado cenó con un eskimo.

Otra respuesta a la pregunta está a media cuadra de la Universidad de Ciencias Comerciales (UCC), donde todas las noches Francisco López Gutiérrez, de 28 años de edad, entre unos árboles colocó un pedazo de plástico como especie de cortina y, entre el plástico y una pared, sobre la tierra, duerme encima de otro plástico y trapos. Cuando llueve solo levanta un poco plástico de abajo y “la corriente de agua pasa por debajo” sin molestarlo. Junto a él duermen como seis personas más.

López recuerda que cuando él tenía 15 años de edad tenía muchos problemas en su casa y decidió irse a la calle. Desde entonces duerme a la intemperie. Los últimos 10 años de su vida ha dormido cerca de la UCC.

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A media cuadra de la UCC, Francisco López Gutiérrez duerme placenteramente en una acera de tierra. Lo único que le molesta son los pleitos entre pandillas en el lugar. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

Sus padres están vivos pero no los visita. Tampoco a sus cuatro hermanos. Prefiere dormir en la calle que ir a buscar posada donde sus familiares. Con frialdad, sin ningún atisbo de emociones, dice que ya se acostumbró a esa vida aunque reconoce que es dura.

“Me juego la vida solo. No necesito de ellos (familia). Es mejor ser independiente. Soy churequero desde que comenzó lo del reciclaje. A veces gano 180 córdobas en el día. A veces solo 100. Compro mi ropa en la ropa usada. Dos o tres pesos me cuesta la pieza. Tengo 13 años en la calle y tengo rato de no dormir en una cama. Yo ya estoy adaptado, ando como seis cobijas”, dice López.

A Óscar Eduardo Flores Reyes su excompañera de vida, Auxiliadora del Carmen Rosales Montenegro, le dijo una vez: O me escoges a mi o te quedas con tu vicio. “Yo escogí el vicio, el pecado. Me duele pero usted sabe que somos humanos”, dice Flores entre risas. Pero inmediatamente cambia de expresión y le ruedan lágrimas por las mejillas cuando recuerda a su pequeña hija Helen, quien con su madre se fueron a Costa Rica.

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Óscar Eduardo Flores Reyes se tatuó en el pecho a su excompañera de vida, Auxiliadora Rosales Montenegro. “O me escoges a mi o te quedas con tu vicio”, le amenazó una vez ella. Él dice que escogió el vicio… y la calle. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

Flores llora más cuando relata que él tenía una casa, cuando vivía su madre, Adela Reyes Orozco. Pero ella murió en el 2002 producto de una insuficiencia renal. “Antes de morir ella tuvo que vender la casa para comprar medicamentos. Yo sufrí por ella. Después que murió yo me quedé en la calle. Sé que si busco a mis hermanos me dan (donde dormir) pero no es lo mismo. Desde el 2005 vivo en la calle”, dice Flores, quien explica que solo duerme en una cama cuando la Policía hace redadas y se lo lleva preso. “No soy ladrón, prefiero pedir. Eso sí, no se lo voy a negar, si veo un borracho caído con unas chinelas, se las compro”, dice, volviendo a reír.

En realidad las razones por la que hay muchas personas durmiendo en las calles son múltiples. Mercedes Mariana Briones Palma, de 79 años de edad, por ejemplo, tiene una buena cama en su casa de Los Zarzales, en el departamento de León. Pero en Managua duerme en el piso, en las afueras de un tramo en el mercado Roberto Huembes porque dice que en su pueblo de origen no hay cómo ganarse la vida. En la capital recoge periódicos yendo de casa en casa, para luego venderlos para el reciclaje. No le gusta andar hurgando entre la basura. Diario se gana entre 50 y 100 córdobas. En el Huembes ella compra el plato de comida en 30 córdobas.

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Mariana Briones Palma, también conocida como Mercedes, tiene una casa y una buena cama en una comunidad de León. Pero duerme en la acera de un tramo del mercado Roberto Huembes ya que viene a la capital a “ganarse la vida”. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

El esposo, Juan Orozco Laguna, se le murió en un asilo de ancianos tras un derrame cerebral. Tiene dos nietas pero no las visita porque no se “acomoda” con los maridos de ellas.

La última vez que Briones fue a Los Zarzales le dio tristeza ver cómo gran cantidad de jóvenes se van a Costa Rica a buscar empleo. “Agarré cincuenta pesos que andaba y se los dí a una muchacha. Andá comprale comida a los niños, le dije”, cuenta Briones Palma.

LA VIDA SIN BAÑO

Cuando cae la tarde, Ángela Ayerdis se prepara para no tener necesidad de ir al baño en la noche ni en la madrugada. Cerca de donde duerme, a la orilla de la puerta de una iglesia en Bello Horizonte, hay una casa donde le alquilan el baño y le dan donde lavar por 20 córdobas.

“En la noche me reprimo de ir al baño. Yo vengo preparada”, dice Ayerdis.

En los jardines de Los Robles es común ver por las mañanas a Esther bañándose, con ropa, a la orilla de algún grifo. Cuando de hacer sus necesidades se trata, ella busca algún predio baldío. “Yo siempre busco un solar donde no pase la gente. A veces me ven pero ya saben que soy yo”, dice Esther.

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Rosa Lina Esther Matus Martínez lleva más de 15 años durmiendo en las calles de Los Robles y de Altamira. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

Los hombres tienen menos problemas en ese sentido. La mayoría de ellos se bañan en baños públicos que están en los mercados y en los que pagan entre 6 y 10 córdobas por bañada. Para orinar buscan cualquier lugar y para defecar o alquilan baño o también buscan predios.

Francisco López Gutiérrez prefiere bañarse por las tardes, cuando ha terminado su jornada recolectando materiales para vender a los recicladores. Hace énfasis en que se baña todos los días. Si en la madrugada le vienen deseos de hacer sus necesidades busca un cauce.

Edwin José Martínez hace lo mismo que López. En el Oriental le alquilan un baño en cinco córdobas.

VIOLENCIA TRAS VIOLENCIA

“Eeeeh, a cada rato me pegan”, dice entre risas Óscar Eduardo Flores Reyes. El joven cuenta que a veces junto a sus compañeros están dormidos en alguna acera y de repente llegan personas a tirarles piedras, agua sucia y de todo. “Ellos dicen que lo hacen porque quieren”, explica Flores.

Es verdad que Ángela Ayerdis Sevilla lleva poco tiempo al aire libre, cinco meses, pero ya ha escapado de ser violada en dos ocasiones. En una de esas un hombre la llamó mientras se desnudaba. Ayerdis cuenta que también una vez un hombre se comenzó a masturbar a la orilla de ella.

Las personas que duermen en la calle, además de sufrir la falta de una cama confortable y un techo que los abrigue, también deben soportar la violencia verbal y física de las personas que no comprenden la situación. Edwin José Martínez explica que hay personas que llegan a pegarles y también les roban lo poco que consiguen durante el día.

En Nicaragua, tanto el Estado como la sociedad tienen en el abandono total a varios sectores como los indigentes, los desempleados, los indígenas, las prostitutas, los tuberculosos, entre otros, explica el sociólogo Cirilo Otero. En el caso de los indigentes, o quienes no tienen una vivienda donde vivir, son “los más pobres de los pobres” y ningún gobierno se ha interesado por ellos, tal vez porque no están en ningún eslabón de la cadena productiva del país, añade Otero.

 

Cero
refugios estatales para indigentes o dormitorios públicos son los que existen en el país en la actualidad. En la época de Somoza, antes de 1979, existían, pero con la revolución sandinista los cerraron porque explicaron que no iba a haber necesidad de los mismos.

 

El sociólogo recuerda que en otros tiempos, tal vez en la época de Somoza, había dormitorios públicos pero desde hace mucho tiempo no se oye hablar de eso en el país. Agrega que a los indigentes solo se les menciona cuando hay problemas de índole política pero que el Ministerio de la Familia o la agencia para el desarrollo comunitario, desde las alcaldías, deberían de tener un plan para ayudar a estas personas.

“SOLO UNA OPORTUNIDAD”

Sentado sobre una acera en Altamira, Edwin José Martínez ve pasar la película de su vida en su mente. Creció en el peligroso barrio Las Torres. Desde los nueve años de edad se dedicó a buscar la vida en las calles mientras limpiaba vidrios de vehículos. No estudió. Y sus dos padres eran bebedores consuetudinarios. Su madre, Cleotilde Martínez, murió en el 2009. Su padre, Eduardo José Parrales, falleció en 1998. “Mi infancia no fue tan feliz”, dice.

Lleva 17 años durmiendo en las calles, adonde le agarre la noche. “A veces como, a veces no”, cuenta.
Con una mujer de nombre Jazmina procreó una hija, Rosibel. Pero Jazmina se dedicó a la pega y sus padres le quitaron a la niña. Los suegros no le permiten a Martínez ver a la niña. “Qué futuro le podes dar a tu hija si vivís en la calle”, le dicen.

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Edwin José Martínez, antes de dormir en una calle de Altamira. LA PRENSA/ CARLOS VALLE

Martínez, como muchos otros que duermen en las calles, dice que solo pide una oportunidad para salir adelante. “A mi no me dan trabajo porque no tengo cédula. Yo lo único que quiero es una oportunidad de trabajar y jugar mi papel de padre”, expresa el hombre, con tristeza, mientras se cobija con una manta, en una calle de Altamira.

ACCIONES CARITATIVAS

El sociólogo Cirilo Otero comenta que en Nicaragua solo existen acciones caritativas aisladas para socorrer a las personas indigentes, especialmente de personas religiosas.

Uno de esos casos es el de los feligreses de la parroquia El Carmen, en Managua, donde todos los días se les prepara desayuno y almuerzo a las personas que no tienen apoyo de sus familias, especialmente a personas de avanzada edad.

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Personas de escasos recursos recibiendo almuerzo gratis en la parroquia El Carmen, en Managua. Los feligreses todos los días les suministran desayuno y almuerzo. LA PRENSA/ EDUARDO CRUZ

Esperanza Zavala, quien tiene nueve años de servir en esa comunidad, explica que últimamente las contribuciones han mermado pero siempre se les asegura algo de alimento a las personas necesitadas que acuden a la parroquia en busca de alimentos.

Entre esas personas hay profesionales como médicos, periodistas, entre otros, que como ya no son útiles a la sociedad han sido desechados, explica.

Zavala indicó que su número de teléfono es el 88053590, por si hay personas que estén interesadas en ayudar. “Aquí se necesita de la sal para arriba”, expresa.

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COMENTARIOS

  1. salamero
    Hace 8 años

    talvez ahora que daniel le vendio Nicaragua a los chinos, va a tener algo para ayudarles a los indigentes, ya tienen mucho tiempo saqueando Nicaragua los del gobierno, y no le ayudan a nadie solo roban, no producen nada, solo saben explotar y saquear a los nicas.los del gobierno nunca pierden el trabajo, solo la gente humilde que los mantiene.

  2. Daniel Picado
    Hace 8 años

    es triste la verdad creo que todos debemos ayudar de cierta forma a estas personas y no esperar solo que el gobierno haga algo, ni los organismos, todos somos capaces. Por lo menos, compartamos este articulo para crear conciencia y sensibilidad.

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