A la Guardia Nacional le habían informado que en una casa ubicada en las Delicias del Volga había sandinistas clandestinos. Más de 300 efectivos llegaron al lugar y, según su propio relato, el capitán GN Ronald Sampson derribó la puerta de un culatazo. Su compañero, al que identifica como “Pepito” en sus memorias, La gran traición, entró de primero y recibió una ráfaga de balas que terminaron matándolo.
Cuando Sampson entró a la sala se encontró con Doris Tijerino. También vio que alguien corría buscando las escaleras, y con poco ángulo disparó. Nunca supo si lo había impactado, pero después se enteró de que quien se apresuraba hacia el segundo piso del lugar
era Julio Buitrago.
Los tres se conocían. Sampson, Tijerino y Buitrago, habían sido compañeros de clases en el Instituto Nacional Central Ramírez Goyena, un lugar que gozaba de diversidad política, y el prestigio de ser el mejor instituto de Centroamérica.
El viejo Goyena
El instituto que es un símbolo de la buena educación en Nicaragua y por cuyas aulas y pasillos desfilarían cientos de personajes que serían decisivos en la historia del país, se fundó en 1891 con el nombre de Instituto Nacional Central. El nombre que lo haría famoso lo tomó 36 años más tarde, cuando murió el maestro, botánico y científico Miguel Ramírez Goyena, bajo la administración del entonces presidente de la República Adolfo Díaz Recinos.
El lugar era imponente para la época; un edificio de tres pisos que abarcaba toda la cuadra. Tenía piscina, gimnasio, cafetería, etc. En realidad, se terminó de construir hasta 1954, bajo la dirección del maestro y poeta Guillermo Rothschuh Tablada, quien además cuenta entre risas que mientras el edificio terminaba de construirse él se quedaba durmiendo ahí junto a los ingenieros para
“cuidarlo”.
El historiador y periodista Nicolás López Maltez aún recuerda el lugar con nostalgia. “El edificio era un gran hotel y templo educativo, con un comedor de 80 metros de largo, dos pisos de dormitorios, más de 40 aulas para las clases de todos los niveles de secundaria, el gimnasio techado —único en la Nicaragua de aquellos años—, piscina semiolímpica, talleres para aprendizaje de electricidad, carpintería, costura, mecánica, biblioteca, gimnasio fisicoculturista, observatorio astronómico, laboratorios de química y física, cafetería, área administrativa y bodega para las bicicletas de los alumnos externos. Eran cuatro bloques de edificios con un gran patio central que ocupaban toda la manzana de la antigua Plaza de El Caimito de Managua”.
Todo aquello se derrumbó durante el terremoto de 1972. El Gobierno construyó otro instituto con el mismo nombre, al que la Asamblea Nacional en 2016 entregó un reconocimiento por los 125 años de su fundación. Pero para los historiadores y exalumnos, del prestigioso Goyena que ellos conocieron solo quedan escombros, y unos muros que hoy el soldador Antonio Gadea utiliza como porche de su casa. Él estudió en el Ramírez Goyena cuando tenía 15 años y dice que quiso conservar el muro por los recuerdos que le trae. Irónicamente, vive donde alguna vez fue el área de la piscina, donde un accidente lo dejó con la mandíbula desencajada y una cicatriz en la barbilla.
Por esos pasillos que hoy son solo restos de concreto, Carlos Fonseca Amador pronunció sus primeros discursos contra la dictadura somocista. Y cuando ya estaba en la clandestinidad ahí llegaba para esconderse. De hecho, Rothschuh, quien lo llevó a trabajar como bibliotecario, recuerda una vez que lo encontró refugiado en las aulas del instituto. “Un día llegué tarde al Goyena, y quiero prender (la luz) y pam me hacen en el brazo. ‘Poetilla, soy yo’. Le ofrecí una almohada. ‘No lo voy a comprometer’, me dice. No, le digo yo, aquí te traigo una almohada y una sábana para que te cobijés. En la mañana ya estaba doblada, ya se había ido. Se iba a esconder al Goyena, en un aula. Pobrecito, él creía en eso. Sandino es el camino decía el jodido”, aseguró Rothschuh en una entrevista con La Prensa.
El Goyena acogió a algunos miembros históricos del Frente Sandinista como Julio Buitrago y Doris Tijerino; a futuros vicepresidentes como Virgilio Godoy y Omar Halleslevens; e incluso a guardias somocistas como Ronald Sampson, tío de la amante de Anastasio Somoza Debayle, Dinorah Sampson.
Miguel Ramírez Goyena
El Goyena era prestigioso hasta por el nombre que llevaba, pero no comenzó llamándose así. De hecho, el nombre lo obtuvo 36 años después de haberse fundado.
Miguel Ramírez Goyena fue un botánico, científico y maestro nicaragüense. Durante más de 40 años se dedicó a dar clases de Botánica, Física, Matemática y Química, en el Instituto Nacional Central y fue nombrado director de este apenas a los 22 años.
Su legado más importante es La flora nicaragüense, que se trata de un estudio de las plantas que existen en el país. Fue útil para médicos, curanderos y agricultores. Según su nieta Rafaela Cerda Ramírez, los estudios sobre la flora los hizo recorriendo el país a bordo de una mula que le dio José Santos Zelaya. “Yo me siento bendecida de venir de esa cepa de mi abuelo, siento que nací de una bendición. Mi abuelo fue sabio. Y este hombre tan inteligente no buscó puestos públicos ni dinero, ni nada”, asegura Cerda Ramírez, de 85 años.
Según un perfil de Ramírez Goyena elaborado por el Diario La Prensa, los biógrafos del científico han dicho que el libro La flora nicaragüense fue considerado más grande que Azul de Rubén Darío.
Ramírez Goyena murió a los 70 años, en 1927. Para doña Rafaela Cerda Ramírez, nombrar el instituto era lo menos que podían hacer para un hombre que prácticamente dedicó su vida a enseñar. “¡Cuántas generaciones preparó ese hombre!”, exclama.
Sandinistas y Guardias
En el Ramírez Goyena estudiaron guardias y sandinistas. Había quienes decidían salirse del instituto para meterse a la Academia Militar y había quienes se salían para entrar al Frente Sandinista. “Y en esas posiciones tuvieron que enfrentarse guardias y sandinistas, proviniendo ambos del Instituto Ramírez Goyena. Se enfrentaron en combates, ocupando posiciones opuestas”, cuenta el historiador y periodista Nicolás López Maltez, quien también es exalumno del instituto.
Maltez narra que aunque el instituto no tenía posiciones políticas, fue un crítico de la dictadura somocista. “Nadie aceptó imposiciones del gobierno de los Somoza ni de ningún otro gobierno, partido o culto religioso. Y cuando hubo que enfrentarse a las fuerzas del gobierno de los Somoza, el Goyena respondió incluso con sangre”, cuenta Maltez.
En la masacre estudiantil de León, el 23 de julio de 1959, dos de los cuatro jóvenes estudiantes asesinados habían sido bachilleres del Ramírez Goyena. Al día siguiente de la masacre, los alumnos del Goyena empezaron a protestar por las muertes de sus exalumnos y tomaron como rehén a César Núñez, quien entonces era director del instituto. “Profesor, usted no puede ir a su casa, usted está detenido, usted es la garantía de que la Guardia no va a asaltar esto porque usted va a estar en la puerta”, le dijeron. Y aunque los jeeps de la Guardia rodearon el instituto, los alumnos subieron a la azotea y empezaron a lanzar adoquines.
Guillermo Rothschuh Tablada, el poeta y educador que fue director del Ramírez Goyena durante cinco años, recuerda como la Embajada americana presionó para que lo quitaran de su puesto porque decían que les enseñaba comunismo. “Yo no los hice. Nadie hace a nadie. Se hicieron solos”, dice Rothschuh.
Él afirma que como director no fue tan estricto. Para él, el secreto era llevarse bien con los alumnos y hasta aprendérsele los apodos. Sin embargo, había otros maestros que no eran tan suaves como él. Un texto de Bosco León Báez publicado en La Trinchera de la Noticia, asegura que Lorenzo Jaime, un profesor de Literatura que no perdonaba ni una coma, “parecía que se había graduado de maestro en algún campo de concentración nazi”.
Su carácter de colegio público indicaba que al Goyena cualquiera podía llegar a matricularse. El verdadero reto era, con tanta disciplina y exigencias, lograr bachillerarse.
Disciplina militar
El profesor Rafael Carrillo era bastante pragmático. Allá fueron sus alumnos un día, más preocupados que curiosos, a rogarle que les dijera sus notas de matemática después de corregir los exámenes. Él, tranquilo, les contestaba: Sí, sí, sí. Ya se las doy… Tráiganme un taburete”. Y allá fueron los estudiantes. Le llevaron el taburete, lo limpiaron y le ayudaron a subirse. “Para ser breve, como matemático, y como son muchos los alumnos que no pasaron, solo voy a decir el nombre de los tres que pasaron”, decía. Y empezaron a escucharse los lamentos de aquellos 57 estudiantes, de 60, que habían reprobado.
Así eran los profesores del Instituto Nacional Central Ramírez Goyena, temidos pero respetados. La disciplina era la de una academia militar. “Los profesores tenían autoridad académica. Eran tan profesionales que daba vergüenza portarse mal. Todo mundo bien portadito”, recuerda Francisco Buitrago, quien fue asesor técnico del Ministerio de Educación, estudiante y después profesor del Ramírez Goyena, y sobrino de Julio Buitrago, quien llegaría a ser comandante sandinista y a quien según el relato de Sampson, lo habría matado su propio compañero de aula.
Los exámenes eran mensuales. Y si quien reprobaba dos meses la misma clase iba expulsado. Según el texto de Bosco León Báez, el profesor Rafael Carrillo decía a sus estudiantes: “Ni que vengás con el Batallón Somoza vas a pasar mi clase”. Y así era. Si nadie se esforzaba, nadie pasaba. “En el Goyena reinaba el talento de los estudiantes. No ocurría, como en muchos colegios privados, en que los hijos de adinerados fuesen aprobados en sus cursos por dinero o influencias de clase socioeconómica, donde los malos estudiantes eran aprobados para graduarse o pasar el grado”, sentencia Nicolás López Maltez.
Cualquier falta se castigaba con un día más de estudio. Esto significaba que los estudiantes debían llegar a estudiar el sábado o el domingo si cometían alguna falta. Faltas más graves como llegar tomado de licor significaba la expulsión inmediata. No se podía andar sin corbata o con la camisa por fuera, no podía llegar tarde a ningún lado, y si no cantaba el himno del instituto el castigo era escribirlo cien veces.
Tal era el prestigio del Ramírez Goyena, que según explica el historiador Nicolás López Maltez, los alumnos de todos los colegios privados (La Salle, Calasanz, Asunción, Inmaculada, etc.), no podían graduarse sin antes aprobar un Examen Público practicado en el Ramírez Goyena. Un grupo de siete profesores vestidos de saco blanco en un salón era el tribunal y estos empezaban a hacer preguntas orales a los estudiantes.
Sin embargo, exalumnos como Bayardo Arce, asesor económico del Gobierno, agradecen esa rectitud y exigencia de los maestros, ya que gracias a eso han podido prepararse. “Aquí estoy en lo que estoy por lo aprendido en la vida, incluido el Goyena. Mi Alma Mater de secundaria”, asegura Arce.
En la memoria
Aunque el final del edificio del Ramírez Goyena llegó el mismo día del terremoto de 1972, sus exalumnos aún lo recuerdan como el símbolo de la educación que fue en la vieja Managua.
A Rothschuh Tablada aún le da añoranza pensar en aquel lugar. Cuando dejó de trabajar ahí, les pedía a los taxistas que doblaran en otra calle para no pasar por el Goyena porque la nostalgia le embargaba.
Antonio Gadea por eso decidió conservar los escombros de su antiguo centro de estudios, porque aún recuerda como declamaba y actuaba en los actos culturales que se organizaban.
Todos los días, cuando en el Goyena se tocaba el Himno Nacional y se izaba la Bandera, el vaivén de sus alrededores se detenía: choferes, caminantes, vendedores, chavalos. Todos respetaba la solemnidad de lo que el Instituto Ramírez Goyena significaba y aún significa para la educación de Nicaragua.
El actual instituto
El Instituto Nacional Ramírez Goyena fue remodelado, pero a criterio de los historiadores y exalumnos, este no cuenta con el mismo prestigio y distinción que caracterizaron al viejo Ramírez Goyena. “Los alumnos salen a beber y caen bolos en las calles”, dice Francisco Buitrago, asesor técnico del Ministerio de Educación, estudiante y después profesor del Ramírez Goyena. Eso en el antiguo instituto era impensable. Recientemente, la Asamblea Nacional otorgó un reconocimiento al remodelado Ramírez Goyena por sus 125 años de existencia.
Personajes del Goyena
En el Instituto Nacional Central Ramírez Goyena estudiaron y trabajaron personajes nicaragüenses conocidos: el asesor económico del Gobierno, Bayardo Arce; los vicepresidentes de la República, Virgilio Godoy y Omar Halleslevens; el diputado y jefe de la bancada del partido sandinista Edwin Castro; los periodistas e historiadores Roberto Sánchez Ramírez y Nicolás López Maltez; los comandantes y miembros del FSLN Julio Buitrago, Doris Tijerino, Eduardo Contreras y Carlos Fonseca Amador, este último fue bibliotecario del instituto; el cronista deportivo Edgar Tijerino, etc.