En la mañana del 25 de diciembre pasado, día de Navidad, Maritza Herrera, de 15 años de edad, abrió el cafetín Yelsin. Tal vez habría sido mejor que no lo hubiese hecho. Ese día el cafetín iba a ser el escenario de un crimen que todavía tiene impactados a los lugareños. En una silla roja de plástico del cafetín iba a morir decapitado un joven.
El cafetín se localiza casi al final de la carretera pedregosa que lleva de Santa María de Pantasma a Wiwilí, en el departamento de Jinotega. La comunidad es conocida como Maleconcito y el negocio que funciona como cafetín y comedor, de madera pintado en azul, queda en la entrada, viniendo desde Pantasma. Ahí los viajeros pueden hacer una parada para refrescarse o los lugareños esperar una unidad de transporte.
Entre los clientes que llegaron al cafetín “Yelsin” aquella mañana de Navidad estaban los primos Oneyvin Oniel Borge Acuña, de 21 años de edad y Elvin Ramón Olivas, de 18. Iban a ser las 10:00 de la mañana. Cada uno pidió una gaseosa. Maritza Herrera no los conocía pero, como no tenía con qué encender la estufa, le preguntó a los clientes si tenían un encendedor. Los jóvenes no andaban. Le dijeron que no fumaban. Tampoco tomaban licor.
A las 6:00 de la mañana de ese día, Borge y su primo habían salido de su casa, en una finca cafetalera cerca de Maleconcito, y se dirigían a la comunidad Aguas Amarillas, donde vive un tío de ellos. Ya estando en el cafetín, Borge le preguntó a Olivas si quería irse en bus o mejor a pie. Aún no se habían decidido pero, después de tomarse las gaseosas, se quedaron absortos en el cafetín con los teléfonos celulares que portaban. Ambos con audífonos escuchando música.
Ninguno de los dos primos vio que al cafetín se acercó un hombre de 49 años de edad, José Hilario Olivas Umanzor, quien cargaba con un saco y con un bolso. Maritza Herrera sí lo vio.
Olivas Umanzor es originario de San Juan de Río Coco, departamento de Madriz. Desde el 20 de diciembre pasado había llegado a Jinotega acompañado de su hijo Janier Olivas, de 20 años de edad, y se asentaron en una finca de El Cuá para cortar café. El 24 de diciembre Olivas le dijo a su hijo que se fueran de esa finca pero el muchacho no quiso. “Yo no quería porque estaba bueno el trabajo. No quería andar caminando un 24. Él se fue y yo quedé tranquilo. Creí que mi papá conocía bien la zona”, recuerda ahora Janier Olivas.
Un solo machetazo
José Hilario Olivas Umanzor se acercó al cafetín “Yelsin” y puso en el suelo las dos alforjas que cargaba. Maritza Herrera lo vio pero no habló con él. Ella siguió friendo unas papas y conversando con otra muchacha que la acompañaba en el negocio. Los primos Oneyvin Borge y Elvin Olivas estaban distraídos con sus celulares y audífonos. Según la Policía de Wiwilí, eran las 10:10 de la mañana del pasado domingo 25 de diciembre.
“El señor puso los bolsos ahí y se fue por detrás (de Oneyvin Borge). El chavalo estaba sentado en la silla y le dejó ir el machetazo sin decirle nada. Ni cuenta se dio. Nosotras nos agachamos cuando salió el montón de sangre”. Maritza Herrera, testigo del crimen.
Herrera recuerda la tragedia así: “El señor venía de abajo con un saco y un bolso. El señor puso los bolsos ahí (señala una esquina del cafetín) y se fue por detrás (de Oneyvin Borge). El chavalo estaba sentado en la silla. Y le dejó ir el machetazo sin decirle nada. (Borge) ni cuenta se dio. Nosotras nos agachamos cuando salió el montón de sangre. Después pegué un grito y salí corriendo”.
Elvin Olivas dice que no vio cuando le propinaron el machetazo a su primo pero sí alcanzó a ver cuando el agresor “hizo un gesto como apartarse para que no lo llenara de sangre”.
“Me paré de la silla y salí corriendo porque él venía a darme. Casi me alcanzó. Pero se detuvo. Yo me devolví y él andaba siguiendo a la gente con el machete. Después me volvió a seguir y cuando regresé la gente ya lo tenía”, recuerda Elvin Olivas.
“Oneyvin estaba distraído en un teléfono, escuchando música. El asesino hizo un gesto como apartarse para que no lo llenara de sangre. Me paré de la silla y salí corriendo porque él venía a darme. Casi me alcanzó. Pero se detuvo”. Elvin Ramón Olivas, primo de la víctima y testigo del crimen.
Mónica Figueroa, dueña del cafetín, escuchó que su hija Maritza Herrera estaba gritando. Ella vive enfrente de su negocio y salió cuando el agresor José Hilario Olivas iba caminando despacio. “Se reía y ponía los ojos volteados para todos lados. Yo le grité que porqué había matado al muchacho y me dijo que era una venganza”, relata Figueroa.
José Hilario se alejó unos 100 metros de la escena del crimen y se ubicó debajo de un árbol de guanacaste. Figueroa dice que muchas personas se acercaron al cuerpo decapitado del joven Borge pero nadie hacía algo por detener al agresor.
Con el machete lleno de sangre en las manos, José Hilario estuvo unos 15 minutos debajo del árbol hasta que una pareja pasó en una moto y le gritaron algo. José Hilario los siguió y el motorizado perdió el control de la moto. La pareja quedó prensada bajo la moto y José Hilario se abalanzó sobre ellos con el machete. Fue entonces que la gente reaccionó y comenzaron a lanzarle piedras hasta neutralizarlo.
De lo que pasó después pocos quieren hablar. Solo dicen que golpearon a José Hilario con piedras y garrotes. Cuando los policías de Wiwilí llegaron al lugar, la gente estaba buscando gasolina para quemar vivo a José Hilario. “No le hagan eso”, dijeron los policías y lo tomaron rehén. José Hilario le decía a los policías que lo soltaran, que él no se iba a correr. Estaba malmatado. Todo él estaba lleno de sangre. La sangre de él y la de Oneyvin Borge.
“Psicosiado de guerra”
Casi al final de San Juan de Río Coco, en la salida que va hacia Quilalí, subiendo una colina, vive María Inés Umanzor Bellorín, de 72 años de edad, en una sencilla vivienda de concreto semi repellado, con piso de tierra, con unos siembros de café en el patio. Ella se gana la vida palmeando tortillas. Saca unos 40 córdobas al día. Es la madre de José Hilario Olivas Umanzor.
Cuando se enteró de que su hijo había decapitado a un joven de Wiwilí de Jinotega fue por la boca de sus vecinos. El televisor en el que veía las noticias se lo dañó su hijo José Hilario en un momento de crisis.
Lo primero que se le vino a la mente fue la imagen de su hijo cuando tenía 17 años de edad, en los años ochenta. A esa edad lo llevaron a la guerra, a prestar el Servicio Militar Patriótico, una ley en ese tiempo. Desde el campo de batalla le escribía: “Mamá, a veces se come, a veces no. A veces se duerme, a veces no”. Después del servicio militar obligatorio, José Hilario también estuvo en la reserva.
Cuando regresó a la casa, al poco tiempo dio las primeras muestras de problemas en la mente. “Mi chigüín era bueno pero después apareció así. Me daba guerra. Afilaba un machete y me cerraba las puertas y yo quedaba adentro. Pero gracias a Jesucristo no me hacía nada. Me hacía caso. Me decía ahí viene la Contra a matarme mamá. ¿Va a dejar que me maten? Y no había nada, eran los palos de café”, recuerda Umanzor.
María Umanzor se convenció de que su hijo no estaba bien de la cabeza cuando, recién regresado de la guerra, un tío se lo llevó a trabajar a una finca en Honduras, cortando café, y una noche salió corriendo, desnudo y descalzo, y no volvió. La Policía lo encontró en la frontera de El Espino. Lo llevaron donde una psicóloga y dijo que estaba “psicosiado de guerra”.
Cuando se enteró de que su hijo había decapitado a un joven, Umanzor se imaginó que la “vocesita” que siempre le dice a su hijo “te van a matar, te van a matar”, pudo haberla escuchado nuevamente.
Poco después de conocer la noticia, y a pesar de que se rumoraba de que había muerto producto de la golpiza que recibió de los pobladores de Maleconcito, María Umanzor recibió una llamada en la que le decían que su hijo está vivo en el hospital militar, en Managua. Inmediatamente le compró ropa y zapato y, como a ella le hace daño viajar en vehículo, mandó a una hija de ella, Miriam Olivas, a que fuera a ver a su hermano.
Miriam Olivas llegó al hospital militar pero no la dejaron entrar a ver a su hermano. Ni siquiera encontró con quién dejarle la ropa. Le dijeron que estaba en coma, con oxígeno y que no puede hablar. Ella dijo que solo quería verlo pero fue imposible.
Otra persona que quiere saber en qué hospital está y cuál es la situación de salud de José Hilario es la jueza jinotegana Darling Alina Torrez. El 28 de diciembre pasado la Fiscalía acusó a José Hilario por asesinato en el juzgado Distrito Penal de Audiencia de Jinotega. La jueza quiso hacer audiencia del caso el 29 de diciembre pero no pudo por la ausencia del acusado y le mandó a pedir a la Policía que le informe sobre dónde está y qué tiene el procesado.
“Yo sé que es un crimen el que ha hecho mi hijo pero no tenían porque hacerle nada a él. La justicia la tenía que hacer la autoridad. Le quebraron un brazo, la cabeza de él es pura platina. Dicen que tiene una pierna quebrada y yo no lo puedo ir a ver. Yo soy conforme con verlo la última vez, si es que Dios se lo lleva”, dice la madre de José Hilario, quien asegura que su hijo, a pesar de sus problemas mentales, nunca había matado a alguien.
El café se quedó sin sembrar
Eran las 11:00 de la mañana del fatídico 25 de diciembre pasado cuando Juan Borge Chavarría escuchó la noticia en la radio de que en Maleconcito, Wiwilí de Jinotega, habían decapitado a su hijo, Oneyvin. “Oí vos, me mataron a mi muchacho”, le dijo a otro de sus hijos.
Cuando Juan Borge llegó al lugar del crimen, al agresor José Hilario la Policía ya se lo había llevado. Solo encontró el cadáver de su hijo.
Oneyvin Borge era el cuarto de ocho hijos del matrimonio de Juan Borge con Paula del Socorro Acuña Merlo. Había nacido el 30 de junio de 1995 y, según sus padres, era un joven muy obediente. Había finalizado el sexto grado de primaria pero dejó de estudiar porque le gustaba más el trabajo en el campo. De hecho, Oneyvin estaba esperando que se terminara la actual temporada de corte de café para sembrar su primera media manzana propia. “Ahí quedó el café que iba a sembrar”, dice su madre.
El día que lo mataron sus padres le advirtieron que anduviera con cuidado, pues por ser Navidad andaban muchos hombres tomados. Pero él les dijo que no tenía vicios ni problemas con nadie.
Y era verdad que Oneyvin Borge no tenía problemas con nadie. José Hilario Olivas Umanzor, el hombre que lo mató de un machetazo en el cuello, no lo conocía. Nunca antes se habían visto. Nadie conocía a José Hilario en el lugar donde ocurrieron los hechos, en Malenconcito de Wiwilí, Jinotega.
Mensaje de madre a madre
María Umanzor, madre del hombre que decapitó a un joven en Wiwilí, Jinotega, quiso mandarle un mensaje a Paula Acuña Merlo, madre de la víctima: “Señora, yo quiero decirle algo, mi hijo no era bueno, era loco. Yo siento mucho el dolor que usted está pasando, así como el que yo estoy pasando. Mi hijo no era completo, mi hijo lo hizo por la locura que llevaba, él era loco desde la guerra. Señora, yo la comprendo. Soy cristiana y por eso le estoy hablando ahorita. El dolor de su hijo yo lo siento también, porque fue una desgracia la que pasó, fue impulsado por el espíritu del demonio, no fue por causa de mi hijo. Era loco. No hay que culparlo mucho porque era loco. Somos madres, sé lo que usted siente. Usted pídale al Señor, que el Señor le va a dar fuerza”.
“Queremos saber si está vivo”
La familia del joven Oneyvn Borge Acuña no sabe qué pasó con el hombre que lo decapitó el 25 de diciembre pasado. La Policía no les informa nada.
La madre del fallecido, Paula Acuña Merlo, dice que han escuchado que el hombre, José Hilario Olivas Umanzor, está vivo pero que tiene muerta la mitad del cuerpo en un hospital de Managua.
La familia de la víctima está descontenta no solo por la falta de información por parte de las autoridades, sino también con informaciones divulgadas por los medios de comunicación y en las redes sociales. Tras los hechos se dijo que la agresión se produjo porque la víctima andaba a escondidas con una hija del agresor y que eran compañeros de corte de café. También se dijo que al agresor le habían matado un hijo y que le habían violado a una nuera.
Tanto los padres de la víctima como la madre del agresor niegan esas informaciones. María Umanzor, madre del agresor, dice que su nieto está bien y que la nuera de su hijo también está bien.