Con la pregunta ¿a qué apuesta Ortega? interrumpió una entrevista, la corresponsal de un medio internacional.
Antes, le había explicado que Ortega estaba perdiendo en la calle, en el Diálogo y en la comunidad internacional.
En la calle, aunque haya retomado cierto control territorial a base de terror. En efecto, los asesinados se han más que triplicado desde la primera visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), a mediados de mayo. Pero, como lo demuestra la marcha del pasado jueves en Managua y el paro total del país ayer, esa victoria táctica de Ortega a base de terror, profundiza su derrota estratégica, pues entre más terror y horror, más rechazo y de más nicaragüenses, más repulsa de la comunidad internacional, y más cohesión de la Alianza Cívica en el Diálogo Nacional.
En el Diálogo, pues la Conferencia Episcopal (CEN) ha decidido continuar con el mismo pese a que la agresión contra obispos y sacerdotes el pasado lunes en Diriamba, estaba dirigida, entre otros objetivos, a que la CEN lo diera por cancelado. Pero no se puede, a pesar de las ofensas, abandonar un terreno en el cual el Gobierno está a la defensiva por las demandas compartidas por Nicaragua y la comunidad internacional, de justicia y democratización.
Por lo demás, Ortega olvidó lo que el arzobispo Romero, asesinado en 1980 en El Salvador, dijo: “El conflicto no es entre la Iglesia y el Gobierno, es entre Gobierno y pueblo”.
Y en la comunidad internacional, como lo demuestra la convocatoria ayer de un Consejo Permanente Extraordinario de la OEA, además de la creciente visibilidad del despotismo de Ortega, y que cada vez más países se agregan en la demanda de elecciones anticipadas, que inevitablemente se darán y el orteguismo, también inevitablemente, perderá.
Fue en esta parte de mi análisis que surgió la pregunta: si Ortega está perdiendo en todos los frentes, ¿a qué apuesta?
Le dije que Ortega, en toda negociación o conflicto, siempre trataba de avanzar lo más posible, y nunca regresaba al punto de partida. Siempre quedaba un poco más adelante. Alzaba la parada, como solemos decir los nicaragüenses, y después cedía en algo, pero no regresaba el punto inicial. Intentó reprimir selectivamente, como lo hizo durante más de una década, pero la generalización de la protesta lo condujo a reprimir masivamente. Y ya no hay retorno: la cuota de sangre que se ha cobrado, incluyendo ejecuciones extrajudiciales, fortalece la demanda de justicia y democratización, y no hay otra concesión que pueda dar.
El arsenal de Ortega está lleno de balas, pero no de concesiones que puedan calmar las protestas y la indignación de los nicaragüenses.
El autor fue candidato vicepresidencial.