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¿Será este nuestro futuro?

Tanto en Washington, de donde retorné recientemente, como en Managua, he escuchado repetidamente la advertencia que nuestro país pudiese caer en el mismo abismo socioeconómico en que Venezuela se encuentra al menos que se produjese —y muy rápidamente—una salida a la severa crisis política que Nicaragua atraviesa. Con este refrán en mente, he hecho un análisis de lo que está sucediendo en Venezuela. Comparto a continuación mis hallazgos al igual que ciertas reflexiones mías.

Dos décadas del “socialismo del siglo XXI,” de corrupción, de aventurismo internacional y de desmantelamiento de la democracia han dejado a Venezuela económicamente prostrada y con su tejido social destruido. Y esto a pesar de que Venezuela es inmensamente rico. ¡Tiene las reservas de petróleo más grandes del planeta!

Los números escalofriantes lo dicen todo. En los últimos cinco años, el producto interno bruto de Venezuela ha sufrido una contracción de más de 50 por ciento. Esta contracción es dos veces más profunda que la que vivió los Estados Unidos durante la Gran Depresión que estalló en 1929. La producción del “oro negro” ha sido igualmente golpeada. Por manejar al sector de hidrocarburos —el motor de la economía nacional—como una alcancía para “proyectos sociales” y como un refugio para incondicionales del régimen, la producción de petróleo venezolana se ha reducido de 3.5 millones de barriles por día (bpd) cuando el comandante Chávez Frías asumió la Presidencia en 1998 a 1.4 millones de bpd ahora. Esta cifra es igual a la producción venezolana hace setenta años. Esta estrepitosa caída ha claramente contribuido al catastrófico desempeño de la economía y ha disminuido el peso político de Caracas en el OPEP y en el hemisferio.

Venezuela se ha convertido en el prototipo del estado fallido. Sufre de altos niveles de desabastecimiento, de desempleo, y de pobre atención médica. También tiene índices de inseguridad ciudadana que son entre los más altos del mundo. Todo esto ha provocado una fuga de capital humano inmenso. Se estima que por lo menos tres millones de venezolanos han abandonado a su tierra, y la ONU advierte que el éxodo de venezolanos podrá sobrepasar al de Siria a pesar de que Venezuela no ha sufrido una larga y sangrienta guerra civil como el país del Levante.

Una cifra capta cuan desastrosa es la situación de Venezuela. Según el Fondo Monetario, la inflación del país ha alcanzado: ¡un millón de por ciento! Esto significa que un venezolano con el equivalente en bolívares de un millón de dólares a comienzos del año solo podrá comprar un dólar a final del año con sus bolívares.

¿Podrá Nicaragua convertirse en una segunda Venezuela? Hay, por supuesto, grandes diferencias. Por el lado positivo, nuestro país tiene años de gozar de un responsable manejo macroeconómico. Pero por el lado negativo, no contamos con el colchón que el petróleo representa para Venezuela, aún en su estado disminuido. Al mismo tiempo, hay importantes similitudes. La más importante es que ambas naciones enfrentan graves crisis políticas que han socavado a sus economías. La de Venezuela, es de antigua data. Pero la nuestra ha sido más intensa y más cruenta.

Tenemos que estar conscientes de lo peligrosa que sería una continuación de la actual situación. Si no damos un fuerte viraje, y pronto, nuestro futuro podría ser como el presente venezolano.  Nos estamos acercando a cinco meses de una crisis que ya ha ocasionado mucho más daño socioeconómico de lo que los economistas, aún los más serios, señalan. Y como el caso de Venezuela demuestra, estos daños tienen el potencial de rápidamente empeorarse si no se paran en seco.

Desde el punto de vista técnico es relativamente sencillo revertir las espeluznantes tendencias que estamos viendo en la economía real. ¡Solo tenemos que ponerle fin a la crisis política! Solucionar, también, la crisis política es conceptualmente sencilla. Consiste en brindarle al pueblo, que es el soberano, la oportunidad de optar por una continuación del status quo político o por un retorno al sendero de la democracia representativa a través de elecciones libres, justas, observadas y anticipadas el año entrante. Esto solo requiere de pragmatismo y, sobre todo, de patriotismo por parte de los actores políticos. Pero allí está el gran desafío. Si estos no demuestran la voluntad de cortar el nudo gordiano político —y rápidamente—nuestra crisis se profundizará y podría desestabilizar a toda Mesoamérica y rebalsar hasta la frontera sur de los propios Estados Unidos.

Es precisamente por tenerle temor a este escenario —y por estar Nicaragua en el “hit parade” de los grandes diarios— que los políticos en Washington están en una suerte de competencia por ver qué líder y qué partido podrá redactar leyes cuyas sanciones serán las más fuertes en contra del gobierno Ortega-Murillo. Esta es una realidad objetiva. Espero que esto sea comprendido por nuestros actores políticos por el bien de ellos y de nuestro sufrido pueblo.

El autor fue canciller de Nicaragua. 

Opinión crisis política Nicaragua
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