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Este reportaje fue publicado originalmente en el Periódico HOY el 4 de junio de 2018.
Mientras sorbía su cigarro y dejaba escapar el humo como una chimenea, Pedro Pompilio Ortega, de 21 años, narraba tranquilamente cómo había cometido el triple crimen que le achacaban, ocurrido en la hacienda Tacaniste.
Los guardias nacionales que lo custodiaban y un fotógrafo de LA PRENSA que se unió a la travesía lo escuchaban atentamente, mientras se enrumbaban por caminos lodosos de Camoapa, en el departamento de Boaco.
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Seis horas tuvieron que caminar para poder llegar a donde estaba el jeep que trasladaría al frío asesino hasta la capital. Era el 13 de septiembre de 1957. Seis días antes, Ortega, quien luego sería conocido como el Chacal de Tacaniste, había matado a una pareja de ancianos y a la nieta de estos, de 16 años.
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El caso de Pompilio Ortega se convirtió en uno de los espeluznantes y morbosos crímenes que registra la historia de Nicaragua. Y hasta tuvo ribetes novelescos por toda la controversia que giró en torno al asesino.
No aceptó un no
Pompilio Ortega Altamirano era originario de Camoapa. Cuando su madre murió, buscó camino y trabajó como lechero y peón en varias haciendas de Tipitapa, Carazo, hasta llegar a El Crucero.
Tres meses antes de los asesinatos, Ortega comenzó a trabajar en una hacienda del kilómetro 19 de la Carretera Sur.
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Un día, después de su faena, pasó por la hacienda Tacaniste, donde vivían el pastor evangélico Juan Campos, su esposa Eloísa Campos y la nieta de ambos, Celina Campos, de 16 años.
El matrimonio lo invitó a un culto y cuando Pompilio fue, se enamoró de la adolescente, a quien empezó a cortejar.
Celina le prometió aceptarlo si se convertía a la religión bautista que profesaba su familia.
Ortega aceptó. Pero al volver semanas después, la joven cambió de opinión y le dijo que era una burla que él quisiera convertirse a su religión. Pompilio lanzó su amenaza: “De cualquier manera (ella) iba a ser mía”. Y la adolescente le respondió: “¡Ni quiera Dios!”.
El sábado 7 de septiembre, Pompilio salió de su trabajo y se fue a Tacaniste. Antes bebió “media botella de guaro”. Cuando llegó, el matrimonio Campos estaba comiendo. Celina estaba en la cocina.
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Ortega quiso abrazarla y besarla, pero Celina lo rechazó y gritó. Doña Eloísa apareció con un garrote y le dio en la espalda al criminal, quien sacó su machete y le dio un primer filazo en la cabeza, el cual le cruzó la frente y parte de uno de los ojos, el que se salió de su cuenca.
Juan Campos había perdido la audición, pero se levantó a ver qué pasaba. Cuando se encontró la dantesca escena, se armó de una raja de leña. “Quería estampármela en la cabeza, pero me le capeé y como ya estaba en la sin remedio lo maté a él también”, narró sin ningún remordimiento Ortega.
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Celina huyó hacia una cañada, pero como era empinada, se cayó y dio tumbos. El Chacal alcanzó a su presa.
“Ya mataste a mis abuelitos… matame a mí también”, le dijo Celina. “Y… yo la maté”, sentenció Pompilio, aunque aseveró que no quería matarla.
Lo que conmovió a la sociedad de la época fue lo que confesó después Ortega a un juez. “Después… (aquí una pequeña pausa) abusé de ella”.
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Los tres cuerpos fueron hallados el 9 de septiembre por un niño que llevaba una comida. Los ancianos estaban en la casa. Tenían heridas similares, en la cabeza, espaldas y manos. El cadáver de Celina fue encontrado a 150 metros de la vivienda, en la cañada.
Estaba desnuda y los brazos los tenía en forma de cruz y “enrollado alrededor de la cintura su modesto fustán”, reportó La Prensa.
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La joven tenía casi cercenada la cabeza, en la espalda recibió tres machetazos y sobre la mano derecho uno más. Uno de sus senos fue cercenado también y tenía varias heridas en su vientre. Fue una carnicería. Pompilio limpió la sangre de su machete en una hoja de chagüite. Al día siguiente lo vendió en tres pesos. Huyó del lugar y estuvo prófugo hasta que la Guardia Nacional lo capturó seis días después.
La ley de fuga
Pompilio Ortega fue condenado a 30 años de prisión en noviembre de 1958. El día que le leyeron la sentencia derramó unas cuantas lágrimas y se mantuvo cabizbajo.
Siete años después del crimen, en agosto de 1964, el Chacal de Tacaniste huyó de la cárcel El Fortín, en León. Nueve reos más se fugaron con él, cuando cortaron un barrote de una de las celdas.
El 14 de agosto de 1965 le fue aplicada la ley fuga por la Guardia Nacional. El Chacal de Tacaniste fue hallado en una hacienda de Tolapa, en León, donde trabajaba como lechero.
“Blandiendo el machete, les gritó (a los guardias): Hijos de p… ¿qué es lo que quieren?”, se lee en La Prensa. Quiso huir y los guardias dispararon sus rifles Garand. Ortega cayó muerto y su cuerpo fue trasladado a León, donde una multitud esperaba para ver el cuerpo del criminal.
Criminal magnético
De rasgos finos era Pedro Pompilio Ortega Altamirano, así lo describía la prensa de la época. Los ojos, “tenuemente claros”, parecían un imán para los periodistas y los curiosos. Pero también para las mujeres.
“Ah, no, el Chacal de Tacaniste es una novela”, expresó el historiador Bayardo Cuadra a La Prensa en 2016. “¡Tiene ribetes de esos en que el malo de la película es el héroe! Aparecían las mujeres que querían verlo y abrazarlo porque el tipo era bien guapo”.
Cuando fue capturado en Camoapa, más de 400 personas estaban afuera de la cárcel El Hormiguero, en Managua, a la espera de ver al Chacal. Hasta el tráfico de la capital se vio afectado por las filas afueras de la prisión.
Cuando era llevado a los juzgados, muchas mujeres lo visitaban cautivadas por sus rasgos.
Una empleada del popular Teatro Margot perdió su trabajo por declarar a los periodistas que deseaba casarse con Pompilio, por “guapo y por sufrido”.
La mujer trabajaba en la taquilla del teatro y anunció que aceptaría contribuciones para pagar al abogado defensor de Ortega.
Posteriormente apareció un abogado diciendo que defendería a Pompilio por cuenta de una “señora rica que prefería permanecer en el anonimato”. Nunca se supo la identidad de la misteriosa mujer.
Aún en su muerte, Pompilio Ortega atrajo multitudes que llegaron a ver su cadáver que permaneció varias horas en un camión de la Guardia Nacional.
Las autoridades anunciaron que si nadie reclamaba su cadáver, sería donado para fines educativos a los alumnos de Medicina de la UNAN-León.
Sin embargo, unos hermanos de Ortega reclamaron el cadáver y lo enterraron en el cementerio San Felipe de León.