Perdió brillo la trompeta verbal de Trump. En la medida en que pasa el poco tiempo que le queda a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, se oscurecen las perspectivas de los tonos claros. La fanfarria que estrenó a partir de que fue electo no solo ha oscurecido en la firmeza inicial sino que ha extraviado los caminos de la persuasión y de la estabilidad. Esa cualidad queda finalmente tallada en los ripios, razón por la cual en el momento en que escribo este artículo, el porcentaje de favoritismo para Biden se amplía a un ocho por ciento, lo cual certifica las probabilidades de triunfo del Partido Demócrata al cual se le atribuyen las tendencias raras en Estados Unidos de ser de izquierda, aun tomando en cuenta que el sistema es institucional y no puede estar al lado de un sector sino al lado de los intereses de la autonomía de los poderes consignados en la ley suprema. Desde luego los síntomas son teóricos por muy ancha que sea la boca de sus dirigentes.
Lo que ha sido notorio es que últimamente —plasmado en el último debate— el discurso avasallante y arrogante de Trump no muestra la imagen de favorecer los objetivos plenos de Estados Unidos sino los de sus bases, del nacionalismo exacerbado del racismo, del afán de la superioridad por encima del resto.
Él cree más en sus seguidores que dejan la imagen de los portadores de la exclusión como ha quedado demostrado en el caso que se toman las calles con el mismo estilo que prevalece en los países tropicales como los nuestros donde la policía ha violentado el clima, con el uso de la agresividad.
Eso no se había visto antes en el comportamiento lectoral de Estados Unidos donde la cordura defensiva ha sido más visible.
Claro que la violencia siempre ha estado presente pero en menor grado. En resumen Trump considera que sus bases son las que le van a dar el triunfo contradiciendo los principios tradicionales de los ciudadanos que votan en favor de su causa muchos de los cuales son independientes, de criterio libre y solo ajustado a sus conveniencias al margen de ningún mandato partidario, de ninguna consigna procedente de arriba como en Nicaragua donde las bases influyen con solo la portación de la bandera oficial.
En ciertos sectores de Estados Unidos no puede negarse el favoritismo por la supremacía blanca que puede ser la mayoría.
Tampoco se oculta el desafecto por la clase emigrante ignorando la objetividad que ella sigue siendo un factor de auge y enriquecimiento del país más poderoso de la tierra, una posición desestimada por quien está obligado a preservarla.
El autor es periodista.