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La esperada resolución

Cualquiera que sea el color que lleve encima la piel política del gobierno de Estados Unidos será motivo de interés irreversible el interés en Nicaragua. No solo en Nicaragua sino en la mayoría de las civilizaciones del resto del conglomerado del orbe.

Y no es exagerado manifestarlo en la línea pragmática no solo en aquella que está supeditada a la conducta de los partidos políticos de cada una de las naciones sean rojas o azules. No puede negarse y esto debe admitirse en la realidad que Estados Unidos es la primera potencia del mundo.

La Unión Soviética pretendió en el siglo veinte presumir ese liderazgo a través de su conducción en la ponencia ideológica, pero no pudo lograrlo al sufrir la derrota que tuvo luego de la Segunda Guerra Mundial, en la cual se impuso la división. Esa fue la causa. Hasta los países más pequeños dejaron de ponerle el foco y, por el contrario, desestimar el poder ante ese descenso.

Estados Unidos emergió como la primera potencia. Puesta en esa categoría por las circunstancias, particularmente Nicaragua, debió ser motivo de preocupación principalmente cuando su gobierno ha sufrido una prolongada crisis política, social y económica en desfile lamentable de irregularidades que nos han sacudido desde el inicio de la ausente y fallida revolución, la cual solo tuvo el apelativo demagógico y nunca el de la autenticidad.

No cabe la menor duda que los Estados Unidos han intervenido en esa sucesión de hechos adversos ajenos a la paz y la felicidad en los cuales tanta culpa tuvo el somocismo.

La conducta de Carter, el demócrata, influyó definitivamente en el cambio de gobierno a partir de 1979. La crisis tuvo lamentable acentuación en dos mil dieciocho, extendida hasta el momento en que escribo este artículo, pues todavía no se sienten los efectos de la estabilidad.

En vista de ello el gobierno de Estados Unidos a través de su presidente Trump ha sancionado a no pocos dirigentes sandinistas de importancia, una situación que rompió el escenario de la normalidad y estirado la distancia en las relaciones diplomáticas de los dos países que solo existen en la forma y no en el fondo de lo que debe ser una auténtica armonía.

El mismo sandinismo debió estar preocupado por el resultado de las elecciones en Estados Unidos cualquiera que haya sido la tendencia demócrata o republicana.

Lo cierto es que el sistema de Estados Unidos es institucional, no depende de la influencia de ningún liderazgo individual.

Personalmente no soy partidario de ninguna de las tendencias, pero sí es lógico afirmar que la causa triunfadora tiene que ver con Nicaragua por muy soberana que sea, por las razones anteriormente expuestas.

El autor es periodista.

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