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Historia de fraudes electorales en EE.UU.

Tammany Hall, un manantial épico de clientelismo político en la historia estadounidense, sirvió los intereses de una parte de la clase política por más de 157 años. Fundada en 1788 como un club político y nombrado así por Tamanend, un cacique de la tribu india lenape, logró establecer una red impresionante de tráfico de influencias, nominando y apoyando a candidatos escogidos a cambio de favorecimientos en los nombramientos de puestos gubernamentales o donaciones cuantiosas a su organización.

El grado más escandaloso que adquirió esta institución fue a partir de 1829 cuando pasó formalmente a hacer una extensión del Partido Demócrata, particularmente en Nueva York. Esta fábrica de corrupción política vio sus últimos días de relevancia ya para 1945, bajo la alcaldía del reformador republicano en Nueva York, Fiorello LaGuardia. Tristemente, el espíritu infame de Tammany Hall parece haber resurgido en la elección de 2020.

Barack Obama empezó en 2009 la transmutación del Partido Demócrata. De lo que fue en el siglo XX un partido de centroizquierda o socialdemócrata en ocasiones, ha ido despellejando sus virtudes republicanas y en su lugar se ha inculcado conceptualizaciones antitéticas con la noción originaria estadounidense.

Hemos visto al partido poblar sus filas en las posiciones claves a personas y grupos con una fijación filosófica de la lucha de clase, pero en su formato más moderno y amplío como es la Teoría Crítica, tal como fue concebida por la Escuela de Frankfurt  y promovido por sus discípulos comunistas postmodernistas. Esta toxicidad totalitaria que expandió la noción del dúo fundador, Marx-Engels, requiere para fundamentar su planteamiento del marxismo cultural, una máquina de guerra desde el poder político donde la cultura se puede impactar y su hegemonía consecuente con los objetivos gramscianos, es posible construir.

Los demócratas del siglo XIX buscaron en Tammany Hall un mecanismo para enriquecerse y adquirir influencia partidista. Obama y los ideólogos marxistas que controlan el nuevo Partido Demócrata, traman para destruir la patria de Lincoln y Jefferson y confeccionar en su lugar, una irreconocible, socialista y, por necesidad práctica, leninista.

El Centro de Investigaciones Pew Research Center (PRC) hizo un estudio minucioso sobre el estado de las listas de votantes en Estados Unidos en 2012. Los resultados fueron espeluznantes. El estudio  determinó que 24 millones de los que aparecían como votantes registrados, no eran registraciones válidas. De ese monto, 1.8 millones eran de personas que habían  fallecido. En efecto, esto quiere decir que uno de cada ocho votantes registrados para votar en EE. UU. no es elegible para votar y no debe de estar en listas de votantes activas.

Los EE. UU. no son una excepción con este problema entre las naciones democráticas del mundo. Preservar una lista de votantes actualizada y correcta es un reto necesario de vencer, si se pretende conservar la plenitud del sistema. Las votaciones de todo tipo por correo, por naturaleza, presentan un problema a la integridad sistémica cuando existen a priori desajustes en las listas activas entre los votantes elegibles y los no-elegibles. Por esa razón las llamadas “boletas ausentes” conllevan un proceso de escrutinio riguroso.

Primero, estas boletas son solicitadas por el votante a la junta de elección con anterioridad y hay un proceso para asegurar la autenticidad del votante por las autoridades correspondientes. Luego, entre las cosas que requieren este tipo de mecanismo para votar se incluye: una verificación detallada de la firma del votante, un monitoreo periódico por la junta de elecciones para asegurar que este sigue viviendo en la misma dirección, que está vivo, que no ha ocurrido un cambio que podría convertirlo en inelegible (demencia senil, pérdida de estatus inmigratorio, por ejemplo) para votar. El tener que responder a estos mecanismos de monitoreo es un método imperfecto y tedioso, pero busca mantener las listas de votantes en la más alta calidad posible.

Algunos grupos de izquierda y organizaciones autotituladas como defensoras del derecho al voto usualmente promueven el registro el mismo día de la votación, el no requerir identificación de la persona y la votación por correo en masa. Sin embargo, la falta de garantía de la alteza del sistema electoral, cuando se toma en cuenta la imposibilidad de mantener en todo momento una lista de votantes pura, en ausencia de mecanismos estrictos que examinen la veracidad del voto, pone en riesgo el modelo electoral entero por la facilitación que este modo le rinde al fraude. Esa es la razón por la cual los EE. UU. no se suscribieron previamente a la noción generalizada del uso de votaciones por correo en masa. Tal vez por eso hasta la ONU en su “Convenio Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos”, en el artículo 25, sostiene que el voto debe de ser por “boleta secreta”, para de esa forma asegurar que la voluntad del votante sea expresada en las urnas.

El primer  ensayo para aplicar la votación universal en masa fue en Wisconsin, durante una campaña electoral para un escaño en el Tribunal Supremo de ese estado en mayo de 2020. En una operación muy bien montada para traer el voto por correo, el juez conservador titular, Daniel Kelly, fue derrotado por un margen sorprendente y poco explicable de 11 puntos contra la candidata izquierdista, Jill Karofsky.

El Partido Republicano de Wisconsin no pidió recuento, ni lanzó ninguna investigación seria, a pesar de la sugerencia de muchos desde afuera tomando en cuenta la diferencia extraordinaria de la pérdida. Los demócratas comprobaron lo que necesitaban saber. De ahí había que intentar de emular lo ocurrido en Wisconsin y repetirlo al plano nacional, con el ojo específico en la carrera presidencial.

Pero si la integridad del voto en EE. UU. no es sujetada al estándar más alto, la ciudadanía dejará de creer en el sistema, en el mejor de los casos. Cuando tomamos en cuenta los propósitos de los trazadores de esta hazaña sediciosa, el futuro entero de la república está en juego.

Este artículo es una versión resumida del original publicado en El American.

El autor es politólogo, escritor, conferenciante y comentarista político cubanoestadounidense.

Opinión Estados Unidos Fraude historia
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