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Ausencia de otro ser

Cuaja en el dolor la ausencia de otro ser humano. El sufrimiento lo sostiene la historia válida que tienen los personajes que la han enriquecido con la proeza indudable de la acción.

En ese caso —justificado por cierto— están las cualidades de alguien que fue una gloria terrenal del deporte específicamente en el foot ball cuyo nombre para mencionarlo basta para saber de quién se trata, para no ser tan incisivo: Diego Armando Maradona…

No es el dios, no es la “quinta esencia” de la perfección, de la teórica infalibilidad, ni el merecedor de ser distinguido como inmortal como la euforia lo enaltece evadiendo la naturalidad del origen terrestre para subirlo a los cielos donde solo caben los astros. Empero válida es la excepción que han hecho quienes lo han puesto en el lugar de la lógica existencial, en el destino de la naturalidad.

Feneció un ser humano, susceptible de desaparecer conforme su conducta vaya mostrando irregularidades que las tiene todo destinatario mecido en el debut de la cuna y la conclusión de la tumba. El aludido por muchas letras pudo haber cometido tantos errores fatales ajenos a la sagrada naturalidad que no los mencionan con el énfasis ampuloso del homenaje verbal acelerado por la emoción irracional como la de inventar metafóricas manos de oro en la habilidad orgánica.

No quiero mostrarme tan severo en el pragmatismo que también me cautiva por el tamaño puntual de la sinceridad, ni tan extremista en el concepto de la ilusión donde solo florecen los rostros sometidos a la prueba de los siglos, una de las cualidades excepcionales de la crítica donde solo florecen los rostros sometidos a la eternidad, una de las cualidades excepcionales que la crítica ha contribuido a quién es un difunto no de tanta larga duración. Todos los seres vivos somos criaturas superficiales con relación a semejantes tamaños donde cabe, sin embargo, la sensibilidad piadosa del perdón. “Perdónalos porque no saben lo que hacen”.

No quiero en este artículo señalar ningún concepto del pecado, los errores cometidos por el desaparecido y que sectores melifluos evaden en una demostración de la parcial deidad.

Mejor hubiera sido no incurrir en la sobrevalorización y reconocer que fue un destacado activista del deporte sin obviar los desaciertos que pudo haber cometido en el trayecto de ser una de las estrellas del pasatiempo donde se suman todos los comportamientos negativo y positivos en el campo concerniente a la especialidad.

Cabe el elogio pero no cuando se canta un himno alusivo a la divinidad. A veces hay que llenar los requisitos de la lógica.

Paz a los restos aludidos, aunque reconociendo que esa paz es para un ser humano.
El autor es periodista.

Opinión
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