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Los secesionistas vieneses y Darío

En el Partenón se encuentra la imagen de la diosa griega Atenea Pártenos, figura crisoelefantina de oro y marfil tallada por Fidias, el escultor más famoso de la antigua Grecia.

En la mitología griega y romana (Minerva) representa la sabiduría, la estrategia y la justicia.

La diosa está vestida con túnica larga y sobre su pecho luce una égida con la cabeza de la Medusa. Lleva un casco en su testa, en una mano a la diosa de la Victoria (Niké) y en la otra una lanza que descansa en un escudo y en una serpiente.

Era hija de Zeus y de Metis. Cuentan los mitólogos que ella fue quien guió a Perseo en su cruzada para decapitar a la medusa e inspiró a los aqueos con la creación del caballo de Troya que les dio la victoria.

El grupo secesionista de Viena fundado en 1897, la convirtió en su símbolo. El austriaco, Gustav Klimt, miembro fundador y primer presidente del movimiento, en su pintura Palas Atenea, (1898) hace una aproximación a esta escultura saliéndose del arte convencional, revelando a la imagen con mensajes provocativos, creando muchas polémicas entre los espectadores ya que Klimt tomaba las formas clásicas y les daba su propio lenguaje.

Su obra actualmente se encuentra en el Museo Histórico de la ciudad de Viena. Es un óleo sobre lienzo con marco metálico donde la diosa está representada armada y conteniendo una bola con una Nuda Veritas (Verdad Revelada) como símbolo de triunfo en su lado derecho, y una égida con una lanza en la parte izquierda como símbolo iconoclasta de victoria.

Los secesionistas dieron un vuelco a las artes cambiando los cánones existentes. Rubén Darío por igual, fue un renovador de las formas antiguas castellanas, un virtuoso del verso, un poeta, un pensador, pintor, musical, un simbolista y modernista. Como gran lector y crítico no podría faltar en darnos a conocer su opinión personal.

En 1900, cuando Rubén Darío asiste a la exhibición del pabellón de los secesionistas en Viena salió muy entusiasmado. Citando que estaban allí los buscadores del arte nuevo, los “adoradores sinceros de la libertad del arte”, lo raro, el arte plasmado según sus interpretaciones personales sin “blague bulevardera, sin esteticismos montmartreses, sin absurdos mamarrachos que, entre pocas obras de talento, exhiben unos cuantos, desalmados, en el Salón des Indépendants parisiense”.

Es pues en este edificio donde Darío en su más profundo ser, siente propio y libre el arte poco común, sin interés, consagrado a la realización de belleza de sus “puros artistas”.

El cuadro de Klimt está en el museo como una prueba de la lucha austriaca. Según el mismo Darío es la franca expresión que no solo ha destrozado la “académica hoja de parra, sino que se ha tenido el valor de revelar lo más íntimo”.

En su visita, Darío además de enumerar los cuadros simbólicos de Klimt: El manzano de oro, La vida es un combate, La jurisprudencia, y La filosofía, —pinturas que tantas polémicas causaron cuando se expusieron en París— menciona a Franz Metzner, escultor con sus soberbias creaciones y expresiones humanas, a Ferdinand Andri, arquitecto y pintor, con sus figuras valientes similares al arte asirio.

Salió encantado Rubén de haber encontrado un verdadero templo donde el arte que está en exposición esté lejos de ser arte que está en manos de los “mercaderes, de los insinceros, de los pacotillistas o de los histriones”.

Las tres obras de Klimt: Filosofía, Medicina y Jurisprudencia, fueron tildadas de pornográficas y por ello nunca exhibidas en el Aula Magna de la Universidad de Viena.

Finalmente fueron destruidas por las Escuadras de Protección SS alemanas en su retirada en 1945.
El austriaco simbolista, Gustav Klimt fue un verdadero genio.

Su obra creyéndose inmoral y erótica es pura y bella y no pudo ser enlodada, por los mal llamados cultos de la civilización.

La autora es máster en literatura española.

Opinión Rubén Darío Viena
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