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Martí y Darío

Hace dos años y medio, recién llegado a Miami tras mi segunda fuga de las huestes del sandinismo (la primera fue en enero de 1985, hacia Guatemala, por disentir del aberrante Servicio Militar Patriótico), fui invitado por la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional (ANLMI), a través de la poeta venezolana Massiel Álvarez, a decir unas palabras sobre los vínculos entre los poetas y humanistas, hombres de libertad, el cubano José Martí y el nicaragüense Rubén Darío, lo cual acepté con sumo agradecimiento.

Ahora, en pleno año 2021, en estos nuevos natalicios de ambos, el 168 del también prócer caribeño y el 154 del bardo pinolero, me pidieron grabar esas palabras para una presentación en el programa televisivo “Literatura Visión” para un homenaje al autor de los Versos Sencillos que realiza acertadamente la presidenta y fundadora de dicha Academia, Rosalía de la Soledad, desde Nueva Jersey.

Lo primero que se me vino a la mente sobre estos hombres, son los recuerdos de los congresos entre los corifeos literarios de La Habana y Managua, la intelectualidad besabotas de lo que hoy se conoce como castrochavismo, y que llegaban a mí mediante la lectura de los suplementos literarios Ventana del diario Barricada y el Nuevo Amanecer Cultural, del también extinto El Nuevo Diario, de Managua, y de las pesquisas de algunos poetas de mi generación que fueron parte del mundillo cultural de la Revolución sandinista. Y lo que más recuerdo era siempre esa insidia entre cubanos y nicaragüenses, quienes a pesar de estar identificados con sus tercermundismos revolucionarios, sí disentían en polemizar y hacer unos más grandes a Martí y otros a Darío, polémica torpe y estúpida que en nada contribuye a la herencia de ambos vates, por cierto aún secuestrados por el marxismo cultural al que jamás ellos habrían pertenecido.

Si la medicina o la ciencia suelen ser las portadoras naturales de la prolongación de la vida humana en el tiempo, y la poesía la cantora universal de esta prolongación, el pensamiento humano creativo debiera ser pues, entonces, la conciencia crítica de ambas, lo que permite un balance vivencial y reflexivo del sentido global de la condición humana, lo que viene a ocurrir con los poetas y hombres de pensamiento en libertad: Martí y Darío.

Ellos, pensadores, hacedores y accionarios, en sus respectivas esferas y contiendas, del canto y el análisis, en quienes no anima, y no debe animar, —como no animó en ellos ningún signo de envidia—, la adversidad ni las contradicciones, pues ambos están claros del espíritu libertario de sus pueblos (colonialismo, pobreza y deficiencia liberal y conservadora en las naciones americanas).

Rubén fue un gran admirador de Martí, a pesar de no haberlo conocido personalmente, habiendo tenido solo referencias de él a través de periódicos de la época de México y Argentina, esencialmente, hasta que un día le conoce siendo llevado de la mano de Gonzalo de Quesada Aróstegui, abogado cubano amigo y correligionario del poeta en las filas del Partido Revolucionario de Cuba, en Nueva York, donde este impartiría una conferencia sobre su país. De este encuentro, el nicaragüense escribiría posteriormente: “Fui puntual a la cita, en compañía de Gonzalo de Quesada, y entré por una de las puertas laterales del edificio donde hablaría el gran combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío, y de pronto, en un cuarto lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo, y que me decía esta única palabra: Hijo”.

De esa forma Darío narra ese grandioso encuentro con Martí, así le vio en 1893, hace ya 128 años, al famoso autor del desgarrador poema sentimental: “La niña de Guatemala”, esa pobre muchacha asediada por el virus del sentimiento que murió de amor, en una sutil paráfrasis shakesperiana de nuestro trópico.

Así vio Darío al gran héroe nacional cubano, de quien expresó también que era un conversador formidable, elocuente y de una asombrosa memoria, pasando esa amistad a la leyenda y a la historia como referentes del elogio sano, la amistad y el fervor intelectual sin argucias, en pro del pensamiento hispanoamericano.

Pero si el legado de ambos es grandioso como instrumentos de la unidad de sus pueblos, Martí en la estrategia militar para la conquista de la independencia de la isla, y Darío como factor ecuménico del sentido de la trascendencia del traslapado sentido de nación, aun inconquistable para la sufrida Nicaragua, existe por parte de este una gran admiración por la obra literaria martiana.

¿Intertextualidad dariana? Podría ser, partiendo de la ya consabida influencia de Hans Christian Anderson, como algunos refieren en las obras La edad de Oro y Azul; ¿intertextualidad martiana? Podría ser también, si tomamos en cuenta que en La muñeca negra y Los dos ruiseñores, se filtren referencias de Azul como algunos críticos han testificado.

En ambos casos, la elocuencia, el ritmo versificador y la prosa intelectual que los cobija nutren con elevados rangos de brillos literarios, sus obras, de cara al mejor acopio de la literatura moderna de nuestros tiempos y en este esperanzador siglo XXI que, entre bengalas y sombras, entre desmitificaciones extraordinarias de falsas glorias de revoluciones tropicales, ellos, dignos hijos de América, nos siguen indicando que hay un Sol resplandeciente, que pronto brillará en todas las laderas y vertientes de la palabra Libertad. Y de la poesía, en donde Martí y Darío, Darío y Martí, habrán de seguir rastreando la sabia perentoria de la democracia.

El autor es poeta, escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Su nuevo libro se titula Breve canto personal.

Opinión
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