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Tempus fugit

Estamos en la Semana Santa cuando Nicaragua se cierra herméticamente. Algunos, los cristianos devotos, reflexionan sobre lo que significa la muerte y resurrección de Jesús, nuestro Señor. Mientras que para otros —los que tienen acceso a playas o fincas, por ejemplo— es una oportunidad para visitarlas, descansar o simplemente “parrandear”.

Entre tanto, el tiempo avanza inexorable y rápidamente. En un parpadear estaremos a tres años de los eventos de abril de 2018. Y a un mes del mes de mayo, cuando se supone que los nicaragüenses se sentarán con representantes de la OEA para acordar reformas electorales que asegurarán elecciones libres y consistentes con normas internacionales. Esto según una resolución de la OEA aprobada el 22 de octubre del año pasado.

Algunos piensan que esta resolución obligará a El Carmen a negociar. ¿Pero cuáles son las realidades? Primero, que la resolución fue aprobada como medida de último recurso después de que fracasaron varios intentos de suspender a Nicaragua del sistema interamericano bajo la Carta Democrática Interamericana. Segundo, que el gobierno de Nicaragua votó en su contra y ha rechazado su validez. Y tercero, que el gobierno estadounidense que fue, seamos franco, el principal impulsor de la resolución, ha cambiado.

Dentro de este contexto, el panorama político para la oposición es problemático. Además de que El Carmen nunca ha accedido sentarse a negociar reformas electorales, la triste realidad es que la oposición no ha demostrado ni la capacidad ni la voluntad de unirse alrededor de un solo partido, un solo mecanismo para escoger a sus candidatos y de un solo programa de nación. Más bien, existe la percepción —producto de la prolongada pugna entre sus principales actores— que los opositores carecen de madurez y experiencia política y de un compromiso para con la patria. Francamente, muchos parecen solo estar buscando repartirse cargos públicos.

A como van las cosas, esta elección tendrá, de hecho, solo un candidato: ¡Daniel Ortega! Él galvanizará a los que simpatizan con el Frente Sandinista y con él, y también a aquellos que están en su contra. En esto, nuestros comicios se parecerán a los norteamericanos de 2020 en donde el único candidato, a mi parecer, fue Donald Trump.

La oposición enfrenta otro tremendo desafío. Con la desintegración del PLC, algo que muchos de ellos celebran, perdieron un poderoso escudo: el tendido electoral que el PLC ofrecía. Me refiero al hecho de que conforme a la ley electoral, el PLC y el FSLN se reparten en partes iguales al presidente y “primer miembro” —una suerte de vicepresidente— en las aproximadamente 14,000 Juntas Receptoras de Votos (JRV). De igual manera, comparten estos puestos claves en los Consejos Electorales de los 153 municipios, 15 departamentos y dos regiones autónomas del Caribe. También perdieron la oportunidad de sumar sus activistas a los del PLC para ser fiscales en las JRV.

En sus programas de radio, algunas agrupaciones o candidatos de la oposición nos aseguran que cuentan con robustas estructuras territoriales y ejércitos de fiscales. Pero ¡lo dudo! Fui jefe de campañas a nivel nacional y sé lo inmensamente complejo que es armar y mantener vigente a una organización nacional. Sé que también es improbable que la oposición tenga los conocimientos y el tiempo para formar y adiestrara ese ejército de fiscales entre ahora y noviembre. Como consecuencia, un análisis frío apunta a que la oposición no tendrá el músculo ni para movilizar ni defender al voto. Es más, por sus divisiones internas, dudo que podrán conseguir el apoyo financiero que una contienda política nacional requiere.

Mi análisis suena pesimista. Pero sin un cambio inmediato de 180 grados en el comportamiento de la oposición, le aseguro que es realista. “Tempus fugit”, el tiempo vuela. Y en lugar de haberlo aprovechado desde mediados de 2018, la oposición ¡lo ha desperdiciado!

El autor fue secretario nacional del PLC hasta 2012.

Opinión Semana Santa
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